Amartya Sen.
Premio Nobel de Economía 1998.
Ludwig Wittgenstein, uno de los grandes filósofos de nuestro tiempo, escribió en el Prefacio de su primer libro importante de filosofía, el Tractatus Logico-Philosophicus, publicado en 1921: De lo que se puede hablar, hay que hablar claramente; y de lo que no se puede hablar, hay que callar
. Wittgenstein reexaminaría sus opiniones sobre discurso y claridad en su obra tardía, pero es un alivio que, incluso cuando escribía el Tractatus, el gran filósofo no siempre siguiera su propio mandamiento. En una carta a Paul Engelmann, escrita en 1917, Wittgenstein hacía esta observación maravillosamente enigmática: Trabajo muy diligentemente y desearía ser mejor y más listo, que son una y la misma cosa
. ¿En verdad? ¿Son una y la misma cosa ser mejor y más listo?
Soy, desde luego, consciente de que la práctica transatlántica moderna ha sepultado la distinción entre ser bueno
como cualidad moral y estar bien
como condición sanitaria (sin dolores, con buena tensión arterial). Y hace tiempo dejé de preocuparme por la ostensible falta de modestia de aquellos amigos que, cuando se les pregunta cómo están, responden muy bien
con aparente autocomplacencia. Pero Wittgenstein no era americano y en 1917 el inglés estadunidense aún no había conquistado el mundo. Cuando Wittgenstein decía que ser mejor
y más listo
eran una sola y la misma cosa, debía estar haciendo una afirmación sustancial.
Bajo esta afirmación puede estar el reconocimiento de que, de alguna forma, muchos actos detestables los cometen personas engañadas. La falta de sensatez puede ser fuente de equivocaciones morales en materia de buen comportamiento. Reflexionar sobre lo más sensato puede ayudar a actuar mejor frente a los otros. Que éste puede ser el caso lo ha demostrado muy claramente la moderna teoría de los juegos. Entre las razones de la prudencia para el buen comportamiento bien puede estar la propia ganancia resultante de dicha conducta. En verdad, podría haber grandes ganancias para los miembros de un grupo al cumplir las reglas de buena conducta que pueden ayudar a todos. No es particularmente sensato para un grupo actuar de manera ruinosa para todos.
Pero puede ser que no fuera esto lo que Wittgenstein quisiera decir. Ser más sensato también puede darnos la habilidad de pensar más claramente sobre nuestros fines, objetivos y valores. Si el interés en sí mismo es, en última instancia, un pensamiento primitivo (a pesar de las complejidades mencionadas), la claridad sobre las prioridades y obligaciones más sofisticadas que uno querría buscar y cultivar dependería de nuestro poder de razonamiento. Una persona puede tener argumentos razonados distintos de la promoción del beneficio personal para actuar de una manera socialmente decente.
Ser más sensato puede ayudar a entender no sólo el interés en sí mismo sino también cómo las vidas de otros pueden ser fuertemente afectadas por las propias acciones. Los proponentes de la llamada teoría de la elección racional
(planteada primero en economía y luego adoptada con entusiasmo por muchos pensadores políticos y legales) se han esforzado mucho para que aceptemos la peculiar idea de que la elección racional consiste tan sólo en la ingeniosa promoción del interés propio (lo cual explica cómo, por extraño que parezca, la elección racional
está definida por los partidarios de la teoría de la elección racional
). Sin embargo, nuestras cabezas no han sido colonizadas todas por esa creencia notablemente enajenante. Hay una considerable resistencia a la idea de que tiene que ser manifiestamente irracional y estúpido tratar de hacer algo por los otros, excepto en la medida en que hacer el bien a otros mejoraría nuestro propio bienestar.
Lo que nos debemos los unos a los otros
es un tema importante para la reflexión inteligente. Esa reflexión puede llevarnos más allá de la búsqueda de una concepción muy estrecha del interés propio, e incluso podemos encontrar que nuestros propios y meditados fines exijan que crucemos del todo las estrechas fronteras de la autobúsqueda exclusiva. También puede haber casos en los cuales tengamos razones para refrenar la búsqueda exclusiva de nuestros propios fines (sean o no estos mismos fines exclusivamente egoístas), debido al acatamiento de reglas de conducta decente que permitan la búsqueda de fines (sean o no egoístas) de otras personas que comparten el mundo con nosotros.
Puesto que había precursores de la denominada teoría de la elección racional
incluso en la época de Wittgenstein, tal vez la tesis del filósofo era que ser más sensato nos ayuda a pensar con mayor claridad sobre nuestras preocupaciones y responsabilidades sociales. Se alega que algunos niños cometen actos de brutalidad contra otros niños o animales precisamente por su incapacidad para apreciar de manera adecuada la naturaleza y la intensidad del dolor ajeno, y que esta capacidad de apreciación en general acompaña el desarrollo intelectual de la madurez.
No podemos, por supuesto, estar realmente seguros de lo que Wittgenstein quería decir. Pero es muy evidente que él mismo dedicó mucho tiempo y talento a pensar acerca de sus propias obligaciones y responsabilidades. El resultado no fue invariablemente inteligente o sabio. Wittgenstein estaba absolutamente decidido a ir a Viena en 1938, en el momento en que Hitler hacia su entrada triunfal en la ciudad, a pesar de su condición de judío y de su incapacidad para permanecer en silencio y actuar diplomáticamente; tuvo que ser detenido por sus colegas de la Universidad de Cambridge***. Por sus conversaciones sabemos, sin embargo, que Wittgenstein creía que su capacidad intelectual debía ser definitivamente empleada para hacer del mundo un lugar mejor.