Hace años que perdí mi primer “Viaje alrededor de la luna” de Julio Verne. Una quimera cuando fue escrita. Y para mí, un tesoro. No sólo porque fue regalo de mis padres. Especialmente, porque tenía subrayadas mil coincidencias con lo ocurrido un siglo después al 186… Las olvidé todas, menos ésta: el capítulo XI termina con la palabra Apolo y se llama “Fantasía y realidad”. Como si fueran la misma cosa.
La transición democrática sirvió para negociar entre unos pocos un modelo geopolítico de Estado: España sería bipartidista y asimétrica. Por un lado, la ley electoral garantizaba a medio plazo la desaparición de las terceras opciones a nivel estatal. Y por otro, la propia Constitución privilegiaba a País Vasco y Cataluña (más Galicia de rebote) sobre el resto de comunidades autónomas. Pero tres anomalías convirtieron esta fantasía posible en una realidad indeseable: la alcaldía comunista de Córdoba, el levantamiento popular de Andalucía y el andalucismo. Desde entonces, se ha luchado a muerte contra ellas. Y a fe que lo han logrado. Y en menos tiempo que en pisar la luna.
Para Cernuda, el deseo habita en las antípodas de la realidad. Y aunque aceptó la inutilidad de su poesía para cambiar un átomo del mundo que lo rechazaba, mantuvo como actitud ética la creencia íntima en conseguirlo. Somos muchos los que tendemos a confundir la realidad con el deseo. Seres corazonados, nos llamaba Miguel Hernández. Rojos. Y no del color de la palidez enfermiza que surge de mezclar el rosa con el blanco. Muchos comunistas confundieron la evidente realidad del pacto, con el deseo jacobino de mantener unas siglas en ruinas a toda costa. Y la realidad es que IU es el PCE por más que unos cuántos deseen otra cosa. Y el PCE, sin el apoyo del PSOE, apenas nada.