Intervención de María Márquez en la apertura el acto celebrado el 4 de marzo para debatir el manifiesto «28F 2023: impulsando la unidad de la izquierda andaluza».
¡Buenos días a todas y a todos!
Este acto y el manifiesto sobre el que vamos a debatir en el día de hoy quieren celebrar el cuadragésimo tercero aniversario del referéndum del 28F, recordar con alegría y orgullo la capacidad de movilización, la fuerza y la determinación del pueblo andaluz, que, frente a los poderes reaccionarios y centralistas, salió a las calles y conquistó la autonomía.
No creo exagerar si digo que nos encontramos en una encrucijada semejante a la de aquel 28 F de 1980, un momento crítico en el que nuestras libertades y derechos, la democracia misma, están amenazados. Decía Boaventura de Sousa Santos este miércoles, que en Europa estamos asistiendo al resurgimiento de dos realidades destructivas de “los dominios del espíritu”: la destrucción de la democracia, con el crecimiento de las fuerzas políticas de extrema derecha; y la destrucción de la paz con la naturalización de la guerra”.
En nuestro país, las fuerzas reaccionarias, que tienen ya a sus representantes en las instituciones, se caracterizan por su falta de respeto democrático e institucional. Baste recordar que llevan llamando ilegítimo a este gobierno desde el principio y que sus críticas se basan en descalificaciones y valoraciones teñidas de ideología y de odio (social-comunista, chavista, bolivariano y otras lindezas) Se han introducido dentro de las instituciones para destruirlas. Los medios, ávidos de espectáculo, les ponen altavoces y con ello naturalizan su discurso de odio y su presencia. Sobre su actitud antidemocrática, no es solo discursiva: ahí está la vandalización de la estatua de Largo Caballero, por ejemplo. O, unos días después de la aprobación de la Ley de Memoria Democrática (19 octubre 2022), en noviembre, la inauguración, por parte del alcalde de Madrid de una estatua en el Paseo de la Castellana en honor de la Legión; al fondo, un coro de loas al general Millán-Astray, y vivas a una España autoritaria, intransigente y violenta, la España del “¡Viva la Muerte!” que gritó el propio Millán- Astray, frente a la reivindicación de la razón y la tolerancia de Miguel de Unamuno. Esto por no hablar del efecto “radicalizador” de VOX en el PP, que ha hecho una oposición infame con el secuestro durante años del CGPJ.
En Andalucía, el gobierno conservador, nada moderado, de Juanma Moreno Bonilla destruye nuestro patrimonio material e inmaterial desmantelando todo lo común:
- los Servicios Públicos, que garantizan una vida digna; en la educación, eliminando líneas educativas en los colegios, desviando el gasto para la educación concertada (esto es, privada, financiada con fondos públicos); en la Sanidad, ya sabéis que ha puesto en venta hasta la Atención Primaria;
- Destruye nuestro medio ambiente, eliminando los controles de protección medioambiental, aunque él lo llama simplificación administrativa. Está dispuesto a vender nuestras costas para hacer grandes complejos hoteleros en zonas especialmente protegidas, como los acantilados de Maro. Mientras, Andalucía sigue recibiendo los residuos tóxicos que se quedan en ese gran vertedero de Nerva y Juanma Moreno mira para otro lado frente a la despoblación rural.
Y todo esto lo hace mientras se envuelve en la bandera andaluza, impone medallas a Bisbal y al Cordobés, o reivindica la figura de Lola Flores en nombre de Blas Infante.
El Estado del bienestar y la Democracia misma están amenazados, y ya no podemos guardar silencio, ni permanecer más tiempo en ese estado triste, pero muy cómodo, de anestesiada pasividad con la excusa de que ya no creemos en la política.
En relación con esta falta de confianza en la política, decía Cornelius Castoriadis que el rasgo más sobresaliente de la política contemporánea, es su insignificancia; y así lo recuerda Bauman en su obra En busca de la política. El sentir general es que los políticos son impotentes, que ya no tienen programa y su único objetivo es seguir en el poder.
Hoy es un lugar común hablar de la “desafección hacia la política” y de la desmovilización ciudadana. Por eso, me gustaría dedicar este tiempo a hacer una defensa de la Política con mayúsculas y a señalar que el verdadero peligro es precisamente que ésta desaparezca.
En un mundo globalizado y «desregularizado», sin normas ni límites sujetos al control del Estado, gran parte de la capacidad de decisión queda fuera del ámbito de la política.
Ciertamente, los mecanismos del poder se han vuelto invisibles, como señala Innerarity: fuerzas ajenas a las instituciones toman las decisiones más importantes que determinan nuestra vida. Esos poderes invisibles, como los señores de El castillo de Kafka, organizan y desorganizan nuestra vida sin que podamos entender la lógica de sus actos, ni mucho menos controlarlos.
Progresivamente se ha ido traspasando el control de las gestiones económicas esenciales de manos de las instituciones a manos de las fuerzas del mercado, que, como dioses omnipotentes y caprichosos, imponen sus normas y exigen los sacrificios más crueles. No pueden resultarnos extrañas entonces la incredulidad, la desconfianza y la apatía, así como el desinterés por todo lo político.
Bueno, desinterés por todo lo político… salvo por los cotilleos sobre la vida de los representantes, por los escándalos que rodean como un halo sus existencias, como si de estrellas de cine se tratara; en fin, digamos que hay desinterés por todo lo político salvo por lo que configura el espectáculo banal de lo que podemos llamar pseudopolítica. Que es la política que conocemos, porque, en general, no disponemos de un conocimiento directo y personal de los acontecimientos políticos; me refiero a que la política es una actividad mediática (transmitida a través de los medios) y mediatizada (condicionada por ellos).
Esto supone su inmersión en una lógica comercial y, como consecuencia, su espectacularización. La búsqueda del máximo número de espectadores determina la utilización de un discurso “patético”(de pathos), de tono muy efusivo, muy intenso emocionalmente, hiperbólico, pero de argumentos muy débiles, especialmente descalificadores de las personas, en lugar de un repaso crítico de las diferentes propuestas y de su viabilidad. Gritos y espectáculo, en lugar de debate y argumentos.
Es cierto que a lo largo de la historia los gobiernos siempre han monopolizado los canales de comunicación para manipular las mentes y garantizar su continuidad en el poder, no es ninguna novedad. Seguramente habréis reparado en la difusión del terror, en la retórica del odio y del miedo que impera hoy en los medios y, en general, en la industria cultural. Y no me refiero sólo a las películas de asesinos en serie, o a las series de catástrofes naturales que nos permiten ver desde nuestro sofá, tomando palomitas, el espectáculo desolador de la violencia, la tragedia y la muerte. Da igual que sea en Nueva Zelanda o en Australia, o en algún pueblo perdido del Oeste americano, los redactores de contenidos de los informativos buscan la pelea brutal, el asesinato repetido a cámara lenta, la paliza inhumana que una pandilla le da a una joven o cómo un perro devora a un niño en prime time… La cuestión es que nos penetre hasta la médula la sensación de que vivimos en mundo inhóspito poblado de sombras.
Por eso, aunque los datos corroboran el declive de la agresión personal en nuestra sociedad, el miedo a la violencia ha aumentado en proporción inversa. Hay menos violencia, pero hay más sensación de que hay violencia. Se promueve una presencia real del miedo (J. M. Perceval, El terror y el terrorismo)
Y de esta manera, nos vamos acostumbrando, insensibilizándonos ante la violencia, como la rana hervida. No sé si conocen la fábula… Tampoco es que hiciera falta mucha industria para hacer que nos sintamos a la intemperie: la pobreza, el paro y la precariedad ya se ocupan de ello.
Pero los medios nos domestican, nos insensibilizan, aunque en nuestra conciencia se desarrolla un sentimiento hondo de inseguridad, de indefensión, que está en la base de la búsqueda ansiosa de seguridad, de la protección, una necesidad básica que luego va a ser utilizada por las fuerzas reaccionarias.
¿Podemos hacer algo ante este panorama de un mundo desregulado, sin límites, y una población pasiva ante el descrédito evidente de la política?
No es cierto que no exista alternativa.
Frente a la impotencia y el hastío, se trata de resignificar la política, de rescatarla y reivindicar su poder transformador.
Para eso, como señala M. Castells (Redes de indignación y de esperanza), es vital construir nuevos significados, lo cual sólo es posible si interactuamos, si nos comunicamos y ocupamos el espacio público. Internet puede ser de gran ayuda, pero para desarrollar «redes autónomas de comunicación horizontal» que sean profundas y sólidas, hemos de salir de nuestras casas, hemos de compartir experiencias, construir proyectos.
Solo la solidaridad tejida con ideas y emociones nos permitirá superar la indefensión y el miedo, condición necesaria para que renazcan la esperanza y la alegría.
Hablo de fraternidad / la sororidad son clave, porque es imposible transformar la realidad sin que nosotras seamos, en nuestras organizaciones, un ejemplo del cambio que queremos ver en el mundo: queremos democracia, cuidado, respeto, colaboración…, hemos de encarnar en nuestras organizaciones este proyecto.
En un mundo donde los lazos humanos más que líquidos se han vuelto gaseosos, el compañerismo, el cuidado mutuo, la colaboración (en lugar de la competitividad hostil) constituyen una vía fecunda para generar energía, sentido de pertenencia y seguridad.
Sentirse formando parte de un grupo que lucha por un objetivo, mejorar la vida de nuestra gente, no se me ocurre ningún proyecto más hermoso. Es lo que proporciona la cohesión y la fuerza necesarias para transformar la realidad evitando los escapes a falsos paraísos identitarios.
No se trata de negar la necesidad de la representación política, ni de renegar de las instituciones. Al contrario, lo fundamental es que éstas representen los valores e intereses reales de los ciudadanos, quienes hemos de articular y formular nuestras demandas. Se trata sencillamente de asumir el carácter agentivo, dejar de ser los receptores y replicantes de mensajes que construyen otros, nunca más el eco donde resuene una interpretación del mundo que no es la nuestra.
Frente a la apatía, Axel Honneth, director de la Escuela de Frankfurt, postulaba el optimismo como imperativo ético necesario para cualquier revolución humanista. En este mismo sentido, Erich Fromm habló de «la revolución de la esperanza». Está claro que el miedo no moviliza ni despierta, al contrario, paraliza. Lo que despierta y moviliza es sentirse concernido por la política, implicados en las decisiones; solo una política cercana, en todos los sentidos puede conseguir la unidad. Una política amable, no hostil; que trate de las cuestiones que nos afectan cada día y proponga soluciones; que no se enzarce en vanos problemas teóricos o de hegemonía del espacio cultural. Una política del territorio, de lo local, muy apegada a nuestra vida.
En este nuevo proyecto de país que ya se vislumbra, Andalucía no puede ser simplemente una comparsa o un decorado; necesitamos llevar nuestra voz, defender nuestros intereses, nuestra riqueza natural y humana, nuestra cultura, tener control sobre los procesos que nos afectan vitalmente. Eso y no otra cosa es la Política.
Defendemos, así lo expresamos en el Manifiesto “la necesidad de un sujeto político andaluz, expresión de un Andalucismo democrático, no chovinista ni excluyente, que sume y construya un bloque histórico de forma transversal y flexible, articulando las diferencias y lo que tenemos en común desde una Andalucía libre de tutelas”.
Y ya termino, para esta tarea es imprescindible, como decía Buero Vallejo, “rescatar de la noche, árbol por árbol y rama por rama, el bosque infinito de nuestros hermanos”.