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¡Resistamos ahí!

José María Tabares Carrasco / El texto presentado a continuación está elaborado a partir de la Introducción del libro «El imposible capitalismo verde» de Daniel Tanuro, y del prólogo al mismo de Jorge Riechmann, editado por Viento Sur.

El imposible capitalismo verde

En 2008 vimos tambalearse los pisos más altos del edificio de la dominación. La dictadura del capital financiero se vio amenazada por la crisis que ella misma había provocado.

Si en 2008 hubiera habido izquierda es posible que estuviéramos hoy en una nueva etapa de la humanidad. Tendríamos una razonable esperanza de enfrentarnos con éxito a los peligros que vienen.

Hoy la ventana de oportunidad se ha cerrado. Apenas había izquierda, la trama de dominación se recompuso. Y no sabemos si se trataba de la última oportunidad para enderezar el rumbo de catástrofe, aunque es posible.

Lo que cabe hacer es construir la izquierda -rojiverdevioleta- que necesitamos por si la ventana de oportunidad vuelve a abrirse. Podemos estar seguros de algo: esta crisis no ha terminado, vienen crisis peores.

¿El ser humano sería el cáncer del planeta? No. La economía capitalista es el cáncer de la biosfera.

Biodiversidad, calentamiento climático, cénit del petróleo y del gas natural: estamos en la cuenta atrás.

La dinámica del capitalismo es convertir todo en mercancía. La dinámica de la tecnociencia es realizar todas las posibilidades. La suma de ambas dinámicas dibuja el desastre para los seres humanos y el resto de la biosfera. Porque personas y ecosistemas tienen consistencia estable, naturaleza propia, estructura compleja: no pueden tratarse como una amorfa papilla de posibilidades de la que se extraen cucharadas para venderlas con beneficio.

La ingenuidad idealista, si no el autoengaño o el cinismo, afirma que se pueden «redefinir los objetivos de la empresa» capitalista para que éstos, en vez de perseguir el beneficio privado, sirvan al bien común. Pero lo cierto es que, en el plano microeconómico, una empresa que no persiga el máximo beneficio económico, operando en mercados competitivos, será borrada del mapa. Y en el plano macroeconómico, la lógica de la acumulación de capital impulsa a la vez el crecimiento y la destrucción ecológica. El productivismo es inherente al capitalismo.

La economía ecológica, junto con otras corrientes de pensamiento crítico, plantea una enmienda a la totalidad: hace falta otro «modelo de negocio» para la humanidad en su relación con la naturaleza. Un modelo de negocio que reduzca drásticamente el papel de los negocios que hoy lo penetra todo. Desmercantilizar.

El problema es estructural. Y la solución dista de ser tecnológica. El problema no es físico, sino social. El fondo de la cuestión es político. La elección que se nos propone es dramáticamente simple:
– o bien reducimos radicalmente la esfera de la producción capitalista, y es posible limitar al máximo los estragos medioambientales garantizando a todas y todos un desarrollo humano de calidad, basado exclusivamente en las energías renovables y bajo la perspectiva de una sociedad basada en otra economía del del tiempo;
– o bien nos quedamos en la lógica capitalista de acumulación cada vez más frenética, y el desajuste ambiental que conlleva reduce radicalmente el derecho a la existencia de millones de seres humanos y las generaciones futuras quedan condenadas a pagar los platos rotos de una huida hacia delante.

El sistema, completamente atascado en sus propias contradicciones y confrontado a unos límites físicos que sus parámetros ni siquiera le permiten identificar (¡y ni hablemos de integrarlos!), intenta saltar por encima de sí mismo. Y al mismo tiempo suspende una espada de Damocles sobre una enorme cantidad de mujeres y hombres que, en su mayoría, no tienen sino una responsabilidad insignificante en la crisis ambiental y sistémica que vivimos y que viviremos.

Actuando sobre la naturaleza y su equilibrio ecológico, el régimen, con su imperativo de expansión constante de la rentabilidad, expone los ecosistemas a contaminantes desestabilizadores; fragmenta hábitats que han evolucionado durante eones para permitir el florecimiento de los organismos, despilfarra los recursos y reduce la sensual vitalidad de la naturaleza al frío intercambio requerido por la acumulación de capital.

La crisis ecológica que cada vez se manifiesta con mayor claridad y virulencia, no es producto de problemas coyunturales, ni de políticas erradas, sino que tiene su raíz en los fundamentos básicos de la sociedad en que vivimos y su modo de producción, el capitalismo. No es por descuido, ni tendencia suicida de la humanidad que se produce la degradación ambiental, sino que se relaciona con la ausencia de control y planificación democrática y participativa de la economía. Son las relaciones sociales de producción y distribución de mercancías imperantes en nuestra sociedad, las que destruyen el ambiente en el que vivimos y del cual somos parte.

En lo concerniente a la humanidad y sus demandas de autodeterminación, comunidad y una existencia plena de sentido, el capital reduce a la mayoría de la población mundial a mero reservorio de fuerza de trabajo, mientras descarta a muchos de los restantes como lastre inútil. Ha invadido y erosionado la integridad de las comunidades a través de su cultura global de masas de consumismo y despolitización. Ha incrementado las desigualdades en riqueza y poder hasta niveles sin precedentes en la historia humana. Ha trabajado en estrecha alianza con una red de estados clientes serviles y corruptos, cuyas élites locales ejecutan la tarea de represión ahorrándole al centro el oprobio de la misma. Y ha puesto en marcha una red de organizaciones supraestatales bajo la supervisión general de los poderes occidentales y del superpoder Estados Unidos, para minar la autonomía de la periferia y atarla al endeudamiento, mientras mantiene un enorme aparato militar para asegurar la obediencia al centro capitalista.

Quien no quiera hablar de capitalismo, debería callar acerca del cambio climático, la pérdida de biodiversidad, la desertización, la pobreza, el hambre, las desigualdades sociales…

Una alternativa es más necesaria que nunca.

Desde hace más de tres decenios se viene construyendo un cuerpo de análisis, pensamiento y programa ecosocialista, aunque hasta hoy, por desgracia, no se ha traducido en movimientos de masas que urgentemente necesitamos.

Decir que el desafío es enorme se queda corto. Resultan indispensables cambios estructurales, que implican no sólo la redistribución de las riquezas, sino también una redefinición de la riqueza social. ¿Qué bienes y servicios necesitamos? ¿Qué debemos producir, cómo, en qué cantidades? ¿Quién lo decide? ¿En qué medio queremos vivir? ¿Cómo escuchar la «opinión» de la biosfera sobre los impactos de nuestras elecciones? ¿Cuáles serán la consecuencias probables de esto, cómo las manejaremos y qué posibilidades de cambiar tendremos si resulta que nos equivocamos? Lo que se plantea es una cuestión sobre el modelo de civilización.

Desde el ecosocialismo proponemos una transformación radical de la sociedad, cuya importancia recaiga en el “Ser” y no en el “Tener”. Tenemos como horizonte una revolución económica, social, política y cultural que requiere empezar a construir aquí y ahora los fundamentos de una nueva sociedad. Una sociedad que se base en:

a) igualdad social
b) democracia participativa
c) nueva racionalidad de carácter ecológico
d) socialización democrática de los medios de producción
e) planificación democrática y participativa de la inversión, la producción y el consumo
f) nueva estructura tecnológica ecológica de las fuerzas productivas.

Una ecología de izquierdas, una ecología social, un ecosocialismo son urgentes y necesarios. Ya no puede haber proyecto emancipador que no tenga en consideración los límites y condicionantes naturales. Desafíos sociales y medioambientales son ahora indisociables. A partir de ahora tenemos la responsabilidad de definir no sólo la sociedad sino también la naturaleza que queremos -o que no queremos- para las generaciones venideras. No basta con sumar un capítulo ecológico al programa por una sociedad diferente: con la cuestión de los límites al crecimiento cuantitativo ya planteada, no en un futuro más o menos lejano sino como límite inmediato, resulta indispensable aceptar que la cuestión ecológica condiciona tanto la alternativa como los pasos a dar en el camino que conduce a ella. Tenemos que inventar estrategias para fusionar luchas sociales y ecológicas.

La «cuestión social» ha dominado los siglos XIX y XX. El XXI será dominado por una nueva cuestión ecosocial. Sólo una izquierda que conteste al capitalismo puede aportar una respuesta digna de ese nombre.

El poder del capital es abrumador. Pero esa fuerza de dominación triunfa si tiene éxito en el más secreto de los movimientos que trata de imponer: la interiorización de la impotencia en todos y cada uno de nosotros, de nosotras. La sombra más profunda que se cierne sobre nosotros no es el terror, el colapso ambiental, ni la recesión o depresión global. Es el fatalismo internalizado que afirma que no existe alternativa posible al orden mundial capitalista. ¡Resistamos ahí¡. Y desde ese lugar, construyamos la izquierda anticapitalista, ecosocialista, feminista y antiautoritaria que necesitamos no sólo los seres humanos de hoy: también los animales no humanos, las plantas, los humanos del porvenir, los ecosistemas, la biosfera en su conjunto.

No es sólo que cada persona cuente: cada pensamiento cuenta, cada sensación cuenta, cada emoción cuenta, cada diálogo cuenta, cada encuentro cuenta. ¡Resistamos ahí!.

novecento

2 Comentarios

  1. Jose maria fallecio el 8-9-2013. Si, como parece probable vamos al desastre él tendrá la suerte de no verlo y los que le queremos la pena de no estar con él. Era íntegro, idealista, culto y comprometido, pero sobre todo ,una muy buena persona. z

  2. Lo que distingue al capitalismo del socialismo no es la existencia de la planificación, sino el quién y para qué se planifica. Así, el capitalismo se caracteriza por la contradicción entre el carácter social de la producción y el carácter privado de la propiedad de los medios de producción, que supone no sólo la apropiación privada por el capitalista de los frutos del trabajo colectivo, sino que la planificación de este trabajo se realice al servicio del beneficio de los capitalistas.

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