Concha Caballero / Cerca de donde vivo, y una vez que ha anochecido, algunas personas rebuscan en los contenedores cercanos a los supermercados en busca de comida caducada o algún producto que sea aprovechable. En general no son mendigos o personas que vivan en la calle sino vecinos de esta localidad con escasísimos recursos. Mis amigos me cuentan de sus ciudades escenas parecidas que te rompen el corazón.
El Ayuntamiento de Sevilla, sin embargo, ha decidido poner multas de hasta 750 euros a las personas que «rebusquen residuos una vez depositados en los contenedores». Para ellos no es la expresión de un problema social sino de limpieza pública, de imagen de marca, de falta de orden y concierto en su concepto de ciudad. Argumentan que, desde tiempo inmemorial, las ordenanzas municipales prohíben y multan la rebusca en los contenedores y que los vecinos se quejan de estas prácticas poco limpias. ¡Ay! ¡No hay peor ciego que el que no quiere ver, ni peor tonto que aquel que mira la mano del sabio que señala la luna! No se trata de un problema de orden, sino de un gravísimo problema social que intentan encubrir.
Esta semana Cáritas y Unicef han llamado a golpes a nuestra conciencia. Nos han dicho que la pobreza avanza de forma exponencial en nuestro país y que los niños la sufren de forma especial. Unicef nos muestra que la pobreza infantil no es solo un producto de la crisis económica, sino una decisión política. Algunos países, en la misma situación, han tomado medidas para combatirla de forma decidida mientras que en otros, como España, no solamente no se abordan estas situaciones sino que los escasos recursos se han recortado en los últimos años.
Por su parte, el secretario general de Cáritas, Sebastián Mora, ha sido demoledor: «En vez de reformar el capitalismo, como se prometió al comienzo de la crisis, lo que se está intentando es revitalizarlo. Se quiere salir de la crisis por el mismo camino que la provocó. No hemos aprendido. Como sociedad y como mundo estamos suspendidos». Según detalla el informe de Foessa, nuestra insensibilidad con la pobreza y la exclusión social es anterior a la crisis, pero actualmente estamos en una situación de emergencia ante la que no podemos cerrar los ojos.
La novedad, ahora, es que no son solamente pobres los que carecen de trabajo o de rentas sino que lo son también casi un tercio de personas que trabaja con salarios de miseria y en condiciones de altísima explotación laboral. No hablamos, por tanto, de revisar solo la política social sino también el mercado de trabajo y la distribución de la renta. Si no lo hacemos con urgencia y con determinación, al acabar la crisis se habrá creado un nuevo modelo social terrible de trabajadores pobres y de ricos invisibles.
La pobreza ya no es ajena ni lejana. En cada familia hay varios miembros que rozan el precipicio. En casi la mitad de las casas hay alguien al que ayudar, al que pagar la luz o comprar artículos de necesidad. No queremos llamarles pobres porque la palabra nos humilla, pero nuestra falta de respuesta colectiva ante estos temas siembra el terreno de un futuro terrible. Vivimos el momento más importante, quizás, de nuestras vidas porque de nuestra respuesta depende el futuro. Los pobres ya no son «los otros», los ricos y sus lacayos, sí.