La fe consiste en seguir creyendo en una opción política o religiosa cuando sus dirigentes demuestran no tenerla. Quizá la obediencia ciega de los mandamientos divinos sirva para alcanzar el cielo. Pero no acatar algunos es infinitamente más útil para alcanzar y mantener el poder en el suelo. Socialmente aceptada la rentabilidad del desacato al séptimo mandamiento del decálogo católico, me limitaré a citar los otros dos más desobedecidos por sistema: amar al prójimo y no mentir.
Todas las estructuras jerárquicas fundadas en una colección de dogmas, humanos o celestiales, odian al que no los comparte. Todos sin excepción. Poco importa que su discurso legitimador sea compasivo o democrático: necesitan de un enemigo que combatir para justificar su propia existencia. Una minoría que depredar. Y si no la hubiera, se la inventan. Sin embargo, las comunidades que fundamentan su ideología en la duda necesitan del otro para compartirla. La disidencia es consustancial al modelo de sociedad al que aspiran. Y la aceptación de la diferencia elimina el propio concepto de otro al que se ama como a uno mismo.
La vigencia del odio al prójimo como herramienta de poder es algo connatural al ser humano. El problema, como decía Spinoza, es que para que el mal triunfe basta con que los hombres y mujeres de bien no hagan nada. Y los ejemplos se siguen dando con total impunidad. La oligarquía gobernante del Estado israelí odia al otro porque necesita del otro para justificar su proselitismo xenófobo. Israel está lleno de otros. Judíos y no judíos. Pero el otro al que odia no puede eludir este enfrentamiento impuesto a los ojos de un tercero. Quien pretende ejercer el papel de mediador entre la víctima y el asesina comete la mitad del crimen. Y quien huye del dilema, la otra mitad. Este mecanismo maquiavélico demuestra que dos se pelean cuando uno quiere. El bipartidismo se alimenta de este mismo enfrentamiento como si se parasitasen recíprocamente. Aunque pueda resultar sorprendente, el poder que se legitima en el ejercicio de la fuerza o en la condena a los equivocados, intentará reducir al otro a la mínima expresión pero sin llegar a su exterminio porque ello equivaldría a su propio suicidio institucional. La primera visita oficial como candidato a la presidencia yanki del Premio Nobel de la Paz la realizó con una kipá frente al muro de las lamentaciones. No hay estrategias para la paz sin conflicto. Ni aliados si todos piensan igual.
También la mentira produce más beneficios políticos que la verdad inconveniente. Les recuerdo que el actual Tercer Vicepresidente del Gobierno y Ministro de Administración Territorial prometió que 2009 sería el año del pleno empleo en Andalucía. Y les recuerdo que la mayoría de los andaluces desconocen o han olvidado el nombre del candidato que en esas mismas elecciones advirtió de la gravedad de esta crisis y propuso un pacto social para afrontarla. El actual Obispo de Córdoba declaró esta semana ignorar que un antiguo dirigente de Cajasur haya cobrado pensiones millonarias entre tanta necesidad de caridad y misericordia. También exculpó a los gestores con sotana del desastre de la que fuera caja cordobesa. El mal que está asolando las cajas andaluzas. La expropiación descarada del capital de los andaluces. La misma ignorancia amnésica del Obispo fue la que padecieron todos los consejeros de Cajasur, con alzacuellos o no, mientras lo eran. De izquierdas y de derechas. Todos ignoraban lo que no debían ignorar. Todos faltaron al octavo mandamiento. Callar la verdad también es mentir. Y el tiempo dictará sentencia: santos que yo te pinte, demonios se tienen que volver.
…demonios se tienen que volver.