Entrevista a Juán Torres.
El catedrático de Economía Aplicada, autor de un revelador opúsculo sobre la crisis económica y miembro del colectivo Attac, reflexiona sobre las causas por las que Sevilla y Andalucía no son sociedades abiertas
Carlos Mármol.
Una casa llena de libros, amplia, apacible, en la estrechez de la calle Manuel Rojas Marcos. Desde el salón se contempla la fachada terrosa de la iglesia de San Felipe Neri.
-¿Alguien que en Sevilla dice lo que piensa es impertinente, inconsciente o sencillamente sincero?
-Ir a contracorriente no sale gratis. Tiene la recompensa de la tranquilidad: dices lo que crees. Afortunadamente, hay gente más valiente que la media que dice lo que piensa; otros tenemos el privilegio de hacerlo porque nuestro trabajo nos lo permite: no tenemos jefe. De cualquier modo, siempre pagas cierto precio: ostracismo, marginación… Sólo hay que ver quiénes son los que tienen el dinero y las bendiciones. La gente que normalmente se acomoda. Estamos rodeados de mentiras. Baudrillard decía que vivimos en la sociedad del crimen perfecto porque se ha asesinado a la verdad. Ir contra el discurso oficial siempre implica que te dejen fuera.
-¿Qué precio ha tenido que pagar?
-Estoy tan satisfecho de decir lo que quiero que, la verdad, no siento ninguna carga. Sólo incomprensión: la gente del PSOE me sitúa junto a IU y los de IU dicen que soy del PSOE. No estoy afiliado a ningún partido.
-¿Y los del PP?
-Bueno, tengo amigos en el PP. Saben que soy una persona de izquierdas. Lo curioso es que nadie te encaja con él ; siempre con los demás.
-¿No es una manera de acertar no tener contento a nadie ?
-En cierta medida es lo que busco. Leonardo Sciascia decía que la obligación de los intelectuales es levantar las piedras para que se vean los gusanos. Eso no le gusta a nadie, claro. Pero se puede hacer con lealtad. Sevilla y Andalucía son sitios donde se aprecia poco la crítica. En la vida pública dices algo que no te parece bien y enseguida se toma tu opinión como si fuera un misil.
-¿Vivimos entre simulacros?
-Efectivamente, vivimos en una opereta. Sevilla funciona así. La Semana Santa, tan difícil de entender para mí, es un enorme simulacro. No entiendo que algo vinculado a las creencias y a la percepción religiosa tenga una pasión tan pagana y que se mantenga gratamente esa convivencia. No entiendo que las cofradías se manifiesten contra el aborto y estén llenas de políticos que han hecho esas leyes. Pero, en fin, también las contradicciones tienen su belleza, digo yo, aunque ésta hay que admitir que es singular.
-Los economistas son todos iguales ¿no?
-El pensamiento económico es diverso. Lo que pasa es siempre ha influido en el poder. Ningún poder podría mantenerse sin contar con un discurso económico. Eso hace que intente captar para sí un determinado pensamiento económico e implica acabar con el otro, invisibilizar todo lo que lo contradice. Quien usa la economía para fortalecer un poder desigual intenta que ésta hable en latín para que no se entienda. ¿Por qué todos los asesores económicos de Zapatero son neoliberales? ¿Cómo es posible que la Junta sea la principal fuente de pensamiento económico liberal en Andalucía? La mayoría de los militantes del PSOE están a favor de la intervención pública en la economía. Sin embargo, potencian a los economistas que la condenan. Eso es lo que hace que la gente diga que todos los economistas son iguales.
-¿Ir contracorriente no es mucho más complicado en su campo, donde existe un discurso dominante que además está retribuido ?
-Muy bien retribuido, por cierto. Si la gente supiera lo que ganan algunos catedráticos colegas míos que trabajan para los bancos y defienden que hay que privatizar las pensiones se quedaría estupefacta. Se paga no sólo con dinero, sino con prebendas, premios e incluso con el reconocimiento académico. Yo fui uno de los catedráticos más jóvenes de Andalucía. Mi curriculum: varios libros, un montón de artículos y, sin embargo, no estoy reconocido para formar parte de los tribunales de selección de catedráticos. Según los patrones que los liberales han impuesto en la universidad, no tengo calidad suficiente. Otra gente se calla. Yo lo digo claramente: no me da vergüenza decir que he sido excluido sólo por razones ideológicas, porque se impone una determinada línea de pensamiento en la universidad. Una línea, además, nefasta y que es relativamente fácil comprobar que es equivocada. Los liberales han llevado la economía mundial a la debacle. Son como médicos a los que se le mueren los enfermos y, paradójicamente, siguen ejerciendo y cada vez tienen más poder dentro de su gremio. La economía se ha convertido en un discurso ideológico al servicio de los bancos y de las grandes empresas.
-¿En la vida universitaria es igual?
-Lo primero que encuentras al entrar a una facultad es una oficina del Banco de Santander. Eso ya te lo dice todo: quién financia y para qué. Es una institución pública, tenemos libertad, pero la presión para que deje de ser lo que tiene que ser es creciente. Hay recortes presupuestarios. Después está el debate de cuál es su papel. No debemos estar al servicio del mercado, sino de la sociedad. Debemos ser fuente de contratendencias y favorecer los cambios. Somos la despensa donde se acumulan víveres para usarlos en tiempos difíciles. No podemos ser el gabinete de I+D de las empresas. Eso debe estar en las empresas. nos toca abrir caminos. En lugar de arriesgar capital e innovar, lo que quieren las empresas es que lo haga el Estado en las universidades. Del trabajo universitario se deriva utilidad, pero los profesores no somos empleados y los estudiantes no son fuerza de trabajo. Es un error.
-Nuestro tejido económico es bastante débil, dependiente.
-La nuestra es una historia es de rentistas y de clases altas extraordinariamente egoístas que nunca han pensado en crear riqueza, sino en mantener privilegios casi medievales. El nacimiento de una sociedad moderna e innovadora así es muy complicado. Andalucía ha dado un salto espectacular en tan sólo treinta años, pero, cómo no sería nuestro atraso, que en realidad no hemos ganado posiciones relativas.
-¿Cuáles son nuestros problemas?
-No hemos tenido una clase empresarial auténtica, salvo excepciones honradísimas. Han sido buscadores de negocios y gente que ha vivido de la teta del sector público como si fueran funcionarios. A la mayoría de los empresarios, empezando por la patronal, sólo les falta tomar posesión. En segundo lugar, se ha tardado mucho en disponer de un sistema educativo potente. En Andalucía hemos creado las bases de bienestar social, sin el cual no es posible la modernización privada, en años con restricciones presupuestarias. También carecemos de un sistema de mediación social que favorezca la innovación, que descubra palancas de riqueza. El entorno internacional no nos ayuda: Andalucía hace un esfuerzo por incorporarse a esta dinámica, que es totalmente contraria a lo que le interesa. Nos impone deslocalizaciones y cadenas productivas fragmentadas, cuando lo que más necesitamos es vertebración. Es una contradicción irresoluble: la alternativa no es no subirse al tren, sino intentar que el rumbo cambie. Los dirigentes económicos, sindicales y patronales saben esto pero no hacen nada para modificar las cosas. Si no se cambia esta lógica es difícil que Andalucía, o una provincia como Sevilla, progrese. Hemos dado también pasos atrás: perdimos la oportunidad de tener una agricultura potente, un sistema de distribución propio, una industria que hubiera dado el salto a las nuevas tecnologías. No vamos a tener estos activos porque hemos vendido los focos de desarrollo productivo. La UE nos trajo la ventaja del flujo de capitales, pero la gente no cuenta que también ha supuesto que nuestros activos más importantes se vendieran. Los centros neurálgicos de nuestra economía están en manos extranjeras. Hemos perdido los resortes para tener una estrategia autóctona. No hemos usado a las cajas para esto. En lugar de frenar esta tendencia y desarrollar el nuevo modelo productivo, han acelerado la desvertebración de la economía. Los bancos privados, a fin de cuentas, sólo buscan dinero, pero las cajas no tenían que reproducir ese mismo modelo. El PSOE ha sido impotente. Porque en los órganos de dirección de las cajas se sientan afiliados del PSOE y gente puesta por el Gobierno andaluz.
-No somos capaces de despegar.
-Nuestro modelo productivo no es innovador. Se basa en un deterioro constante del mercado interno que tiene su muestra en la contención salarial. Los empresarios tienen dos alternativas: o vincularse al mercado global u optar por competitir con los salarios. Para hacerlo en el primer campo tienen que ser vanguardistas, y eso requiere esfuerzo. En el mercado global no es fácil que empresas de segunda o tercera fila puedan insertarse. Siempre se elige el segundo camino: un modelo empobrecedor, que no crea demanda y lleva a la ruina a la propia red empresarial. Sus propios remedios las envenenan. Y no hay manera de hacérselo ver: lo resuelven todo a base de subvenciones. Hay que cambiar la forma de ver las cosas. Al propio empresariado es a quien debería interesarle el cambio. Habría que fortalecer el sector público.
-¿No hay muchos funcionarios?
-Lo que hay es mucho mito. Los países más avanzados tienen un sector público potente. No es verdad que Andalucía tenga una presencia del sector público mayor, aunque sí es cierto que existe descompensación, no está bien aquilatado. Tendría que centrarse mucho más en la creación de capital social, que es lo que necesitan las empresas. El problema no es que el sector público sea excesivo, sino que el dinamismo productivo de nuestra economía es escaso. El capital que teníamos se ha ido fuera, no ha creado redes. Se ha generado una economía de la especulación.
-Un informe municipal hablaba hace poco del nivel salarial de Sevilla. Pura subsistencia.
-Los andaluces viven peor en salarios y condiciones de vida, aunque tenemos un capital relacional y de entorno que también es calidad de vida. Estamos peor en horas de trabajo, salarios, cosas materiales. Cuando los empresarios hablan de reducir los salarios no se dan cuenta de que no sólo reducen costes, sino demanda, consumo. Limitan el desarrollo potencial de los mercados. Esa medida sólo provoca que la economía vuelva a caer. Hay crecer de otra manera. Lo pienso cuando leo cosas sobre la famosa torre [Pelli]. ¿Con lo que ha caído en el sector inmobiliario vamos a hacer un monumento a ese derroche?
-¿Existe escenario social y cultural para cambiar las cosas?
-Por mucho que quiera hacer el gobierno, lo importante es la sociedad. En lugar ser el reflejo de las inquietudes colectivas, el Gobierno se ha convertido en el eje de todo. No hay ósmosis. Está limitado por la coyuntura, las presiones. No hay contrapoderes.
-¿La sociedad civil no es libre?
-No cultiva la disensión. ¿Que es innovar sino disentir? Se nos dice que hay que innovar pero no disentir. Poner una economía a innovar significa animar a la gente a imaginar cosas nuevas. Un emprendedor es quien piensa cosas distintas. No puedes estar transmitiendo en Canal Sur un discurso del siglo XVII y al mismo tiempo decirle a la gente que sea innovadora y darle un ordenador. Es una contradicción. La innovación es rebeldía. Tenemos un espacio de representación que a la postre no se traduce en la posibilidad real de que los individuos influyan. Cada vez estamos más lejos de nuestros propios representantes. Una sociedad innovadora tiene que deliberar. Es un componente fundamental del progreso. Pero sólo se busca el asentimiento con mentiras, eslóganes y un apoyo acrítico. Cuando se conocen los entresijos de los medios, incluso los públicos, se ve cómo se teledirige a los líderes de opinión. Se tiene mucho miedo a oír cosas contrarias. Conservadurismo. No somos una sociedad abierta. La izquierda es la que se ha hecho más conservadora. No tiene ningún discurso, se queda atrapada en el dominante y sólo se preocupa por conservar lo que tiene.
-¿Los extremos se tocan?
-El poder une mucho. La derecha económica vive del poder político. Ha penetrado en él: todo el mundo conoce a la gente de la derecha que está metida en el PSOE. Ése es el problema del PP: la derecha económica nunca ha apostado por ellos porque está muy cómoda con el PSOE. En Sevilla los resortes de los que depende la vida pública y social son muy claros para el que los quiera ver. Son fáciles de controlar. Sirven para inmovilizar. El PSOE quizás es capaz de ganar elecciones pero no cambia la sociedad. En Andalucía lo que está pasando es que bajo una apariencia de quietud los ciudadanos cada vez son menos propicios al statu quo. El PSOE está creando a la ciudadanía que acabará con la socialdemocracia.
Publicado en Diario de Sevilla