Laura Frost
“Si hay teta, todo va bien”. Se lo escuché decir a un compañero de trabajo cuando alternábamos en una reunión fuera del horario laboral con unas cervezas. En seguida comprendí la profundidad de esa expresión a través de la mirada que proyectaban sus hermosos ojos azules. Supe de inmediato que se refería a ese espacio sagrado e íntimo que se genera entre dos personas, en la horizontal de la vida y el descanso, cuando te está alcanzando el sueño y sientes que una mano se deja caer sobre tus senos. En ese momento, si el abrazo no es apartado, y por el contrario es recibido como un gesto de afianzamiento del vínculo, de la ternura y de la complicidad entre las dos personas, entonces es que todo va bien. ¡Claro que sí! Porque las personas tenemos la capacidad de transmitir desde nuestra piel, desde nuestra cesión del espacio más sagrado, del primer templo, para compartir, para hacer partícipe de una pertenencia, que, de alguna manera, es única. ¡Que viva un buen agarre de tetas antes de dormir!
Pero, ¿qué ocurre cuando se rechaza el contacto? Y voy un poco más allá, ¿Qué ocurre cuando se rechaza el contacto y la otra parte insiste y reivindica un derecho que ni siquiera está escrito?
Veamos, nuestros cuerpos nos pertenecen, ¿no? Hasta ahí llegamos, no hay que ser expertos en la Teoría de Cuerdas, por ejemplo, lo digo así a vuela pluma, porque a mí no se me ocurre nada más complejo. Entonces, si mi cuerpo no te habla, no desea encontrarse contigo por más vínculo que hayamos establecido, por más pareja dentro de los cánones oficiales que seamos, y más papelitos que hayamos firmado en los juzgados, incluso ante Dios, ¿por qué te consideras con derecho sobre él?
Ah, claro, es que yo te pertenezco porque estamos casados, o somos novios. Se trata de eso, ¿verdad? Te pertenece mi cuerpo, mis ganas y mi sexualidad. Por eso me abordas aunque yo no quiera, me tocas cuando no me apetece, me conduces a callejones sin salida del reproche y la manipulación para obligarme a ofrecer un sexo devastado. Y yo tengo que entender que es mi ¡obligación! Continuar cediendo y sometiéndome a tus deseos y criterios porque alguien dijo alguna vez que eso era el amor.
Además, si hablas de violaciones dentro del matrimonio se levantan tres, cuatro o doscientas cejas que ponen en entredicho tu narración, incluidas algunas amigas, vamos a poner boca arriba todas las cartas. Amigas feministas, que el pin nos lo ponemos prontito. ¿Cómo va a ser eso posible? Será que tú eres muy neurótica o una frígida, y sobre todo que no sabes complacer a tu pareja, que al fin y al cabo, es la misión que tienes en esta vida, además de la de criar a sus vástagos y también la de hacer que el mundo no deje de girar. Porque estás casada o tienes pareja estable o no tan estable, y claro, tienes una responsabilidad conyugal y social.
Me van a perdonar una cosa, pero… ¿responsabilidad con quién? ¿Con el patriarcado? Miren, yo es que solo me siento responsable de mí misma, de mis decisiones, de mis errores y de mis deseos. Váyanse al cuerno con sus preceptos violentos y sometidores. Con sus juicios mojigatos y con los roles de género, ¡qué me tenéis muy harta!
En cierta ocasión, hace ya algunos años, en una caseta en la Feria de Abril, tuve que presenciar como un hombre le introducía las manos dentro de la camiseta a su compañera sentimental delante de todos nosotros, para tocarle los senos. Así, con toda la crudeza del mundo. Aquello me resultó espeluznante. No por el hecho de ver cómo se acarician unos senos, que eso es lo más de lo más, sino por la invasión tan cruel y perversa de una intimidad bajo el beneplácito de la ley patriarcal oficial que lo permite todo. Y cómo eso se naturaliza, como se supone que el colega en cuestión te está diciendo que te quiere, que ya es mucho presuponer, entonces no te puedes quejar. Que si lo haces es que eres una estrecha, o una cateta, por no decir que eres una mojigata.
Pues yo me voy a quejar por todas, fijaros. Así, sin que se me caigan los anillos. Además de que de mojigata tengo poco. Porque la sexualidad, el compartir, el entregarse al otro a través del cuerpo es de las cosas más bellas que se puedan imaginar, pero cuando hay consentimiento y autorización. Y eso no viene de leyes patriarcales, querido. Ni de los juzgados, ni la religión. Proviene de nosotras y nuestras decisiones, del día, de las emociones y la energía en la que estamos instaladas en ese momento, pero sobre todo proviene, indiscutiblemente de un fundamento de derecho: mi cuerpo me pertenece y lo comparto cuando me da la gana, con quién me da la gana y dónde me da la gana.
Si no hay teta es que no me apetece. ¿Y por qué no me apetece? Qué más da, encima es que tengo que dar explicaciones, tengo que esgrimir argumentos sólidos para convencerte a ti y a todos, tengo que inventarme una cefalea para que me dejes descansar. ¡Esto es lo último! Porque además te las das de progresista y feminista, y enarbolas la bandera de la igualdad entre los sexos, que para eso eres tú muy intelectual y refinado, hasta académico. Ni siquiera me entran ganas de reírme, que esto es muy serio.
Mira, que mi cuerpo es mío, ¿sabes? A ver si te enteras de una vez por todas. Y lo comparto contigo, que eres mi pareja, (si la tengo o la tuve, si te amo o te amé), cuando quiero y cuando eso me hace feliz. Que el amor es una cosa y el sometimiento otra. Y que si tú no te enteras o no te quieres enterar, tienes un grave problema, moral para empezar, pero de fundamento también. Así que te digo una cosa, de frígidas tenemos poco, pero de conciencia de nuestros cuerpos, vidas y derechos tenemos mucho. Y tú tienes dos opciones, o continuar perpetuando un modelo desolador, triste y violento desde tus privilegios, o caminar hacia la luz de una comprensión correcta de la vida. Así de simple, que simplificar las cosas ayuda mucho.
Las mujeres no tenemos la responsabilidad de enseñar a nadie, que ya tenemos bastante con lo propio, e ir construyéndonos en esta identidad poliédrica profundamente colonizada de una virasis cruel: el jodido patriarcado. Pero si no nos respetas, nos acompañas y no te sitúas en pie de igualdad con nosotras, entonces estás fuera. Dejas de ser interlocutor válido y a “juir”, como hubiera dicho mi madre. Y entonces, ¡jamás habrá teta, tonto del haba, con lo que eso mola!
Que bueno, Laura! Artículos como éste nos ayudan en la ingente tarea que es desmontar el patriarcado, porque nos hacen reflexionar sobre comportamientos machistas que hemos normalizado y que ya es hora de rechazar