por Lola Ruiz
Un clamor de justicia se extiende cada día con mayor fuerza por nuestro país. Desde Cataluña a Andalucía, de Madrid a Galicia, los ciudadanos y ciudadanas españoles han dejado de ser súbditos para erigirse en protagonistas y exigir justicia, verdad y reparación. También exigen derogar la ley de punto final que supuso la ley de Amnistía de 1.977 y avanzar en un camino sin retorno hacia un país más libre, más democrático, más fraternal.
Lo mismo que Argentina, Uruguay, Chile, países que han vivido dictaduras sangrientas, con miles de personas asesinadas y desaparecidas por sus ideas han sabido derogar leyes y restablecer el estado de derecho al buscarlas, al rendirles homenajes y al juzgar y condenar a quienes realizaron crímenes de lesa humanidad, nuestro país tiene que responder a ese clamor incesante que el viento de este abril de 2010 trae desde el rincón más recóndito del estado español.
Un juez juzgado por haber cumplido con su deber. Juzgado por los nostálgicos del franquismo, por los fascistas, herederos de los fascistas y asesinos que causaron tanto y tanto dolor en nuestro país. Un juez perseguido por haberse osado a leer, conocer y aplicar la Declaración de Derechos Humanos que reconoce el principio de justicia universal y que los delitos de lesa humanidad no prescriben.
El franquismo sometió a la población española a una dura represión que significó la persecución, desaparición, encarcelamiento de miles de personas por sus ideas. La impunidad no puede permanecer por más tiempo. Reconciliarse supone cerrar heridas y cerrar heridas supone que aquellas familias que quieren buscar, encontrar y enterrar a sus muertos puedan hacerlo sin que ningún fascista de antaño o de ahora venga a impedírselo.
Hechos como el que vivimos demuestran que la dictadura no finalizó. El dictador murió en su cama y con todos los honores. Los poderes quedaron prácticamente inalterables. Franco, enterrado en su mausoleo construido con las manos de los presos que no han visto anuladas sus penas, se frotará las manos al confirmar que lo dejó todo atado y bien atado con el lazo de la monarquía, los intereses económicos y los intereses políticos que prefirieron repartirse la tarta a restaurar una verdadera democracia en el estado español.
Ahora tenemos la oportunidad de rectificar. Para permitir que nuestros hijos, nuestras hijas y sus descendientes vivan en un país basado en esas hermosas palabras de libertad, igualdad, fraternidad y justicia.
Muchas mujeres y muchos hombres seguiremos luchando con la fuerza de nuestras convicciones para conseguirlo.
No nos callarán.
Nos queda la palabra