por Sergio Montero
Dentro de poco y gracias a la Ordenanza de la Convivencia, en vigor desde el pasado 11 de noviembre, Granada va a contar con unos espacios públicos fundamentados en un “uso racional y ordenado” (art. 71 de la Ordenanza). Y yo me pregunto: ¿y quién los quiere?
Los términos ‘racional’ y ‘ordenado’ asociados a la ciudad nunca han sido grandes aciertos. Ahí tenemos a Brasília, la capital de Brasil, uno de los mejores ejemplos de ciudad racional y ordenada y, sin duda, una de las ciudades más aburridas e inhóspitas del mundo. Brasília se inauguró en 1960 tras cuatro años de trabajo dirigidos por el arquitecto Oscar Niemeyer y el urbanista Lucio Costa, dos de los mayores representantes de la arquitectura modernista y racional de mediados del siglo pasado. Brasília es una utopía urbana de hormigón con bloques de apartamentos equidistantes entre sí en la que las viviendas fueron concebidas como “máquinas para vivir” y los espacios públicos se reservaron para autopistas y parques geométricos. El espacio público de Brasília, fundamentado en la idea de orden y racionalidad, poco aporta a la persona que observa la ciudad desde la calle y no desde el mapa. Tras una breve visita a la capital brasileña, la filósofa y escritora francesa Simone de Beauvoir escribió de Brasília que más que una ciudad parecía una maqueta a tamaño real, una ciudad que nunca tendría alma ni carne y a la que le faltaba la espontaneidad y mezcla caprichosa de calles que da vida a otras ciudades.
La ciudad cuadrada de bloques de hormigón y parques de cemento no es, por supuesto, exclusiva de Brasília. Tampoco es algo nuevo que vaya a traer la Ordenanza de la Convivencia a Granada. Sólo hay que darse un paseo por los nuevos desarrollos urbanísticos del Distrito del Beiro, cerca del C.C. Alcampo, o por los nuevos bloques de pisos en las afueras del Zaidín o la Zona Norte para ver esa Granada de plazas amplias sin árboles y de bancos vacíos en donde no hay quien pare una tarde de agosto. Pero no, la Ordenanza de la Convivencia no viene a modificar el aspecto físico de los nuevos espacios urbanos en Granada sino algo más importante: la dimensión social del espacio público existente.
El espacio público tiene dos aspectos inseparables entre sí: la dimensión física – calles, plazas o mobiliario urbano – y la dimensión social o, dicho de otra manera, el uso que los ciudadanos hacen de él. Es por ello que la calidad del espacio público urbano no puede medirse sólo en términos físicos, de diseño urbano o de orden aparente. La calidad del espacio público de una ciudad se mide también por la cantidad, intensidad y calidad de las relaciones sociales que es capaz de promover así como por su capacidad de acoger y mezclar distintos grupos y comportamientos ciudadanos que de otra manera nunca se encontrarían en espacios privados. En otras palabras, el espacio público no es un elemento pasivo diseñado para su admiración, conservación e idolatría sino uno de los elementos más importantes con los que cuenta la ciudad para promover de manera activa la integración social y cultural de sus ciudadanos así como para la identificación y construcción de identidades colectivas. La Ordenanza de la Convivencia de Granada atenta precisamente contra este aspecto social e integrador del espacio público porque regula y sanciona de forma excesiva las interacciones y encuentros en el espacio público y porque criminaliza y sanciona a los grupos sociales más vulnerables de nuestra ciudad – mendigos y prostitutas – en lugar de buscar soluciones para promover su integración. De esta manera bajo la excusa de un supuesto orden y civismo, el espacio público en Granada no sólo se convertirá en un espacio físico estéril, elitista e hiper-regulado sino que contribuirá a aumentar la fragmentación social de la ciudad.
La Ordenanza prohíbe y sanciona, por ejemplo, la actuación de mimos, músicos y artistas en la calle, dejando “a juicio de la Policía Local” la capacidad de decidir si estos están causando molestias inadmisibles (art. 20). Esta prohibición es, sin embargo, sólo el principio de una larga lista que incluye, entre otras, la prohibición de “la ostentación pública de embriaguez” (art. 23), poner carteles y anuncios en la calle así como repartir octavillas (art. 38), la práctica espontánea de juegos en el espacio público así como acrobacias, patines y monopatines (art. 46), la mendicidad (art. 50), la prostitución (art. 54), escupir en la calle (art. 57), consumir bebidas alcohólicas en la calle, tanto si es en un botellón como si se consume una lata de cerveza individualmente en la calle, o también en caso de que la forma de beberla “se exteriorice en forma denigrante para los viandantes” (art. 71), verter agua en la calle como consecuencia de regar las plantas así como cualquier tipo de residuos por sacudir ropa o una alfombra (art. 72), ruidos o cualquier clase de molestia proveniente de mover muebles o reparaciones domésticas no sólo entre las 23 y las 7 horas sino también entre las 15 y 17 horas (art. 95), cualquier tipo de “actuaciones que puedan ensuciar o deslucir, por cualquier método, la vía o los espacios públicos o que sean contrarias a la limpieza, a la estética, a la integridad física y al valor económico de los elementos de propiedad pública instalados en la vía o en los espacios públicos” (art. 104), “tirar chicles sobre el pavimento o el suelo”, “seleccionar, clasificar y separar cualquier material residual depositado en la vía pública” así como “arrojar colillas de cigarros” (art. 105). Y así hasta un total de 183 artículos. Como colofón, la Ordenanza otorga al Ayuntamiento el derecho de establecer horarios de apertura y cierre para cualquier espacio público o jardín de la ciudad (art. 83).
Como ya afirmó en su época la urbanista y activista Jane Jacobs en una de las obras más influyentes en la práctica del urbanismo contemporáneo, The Death and Life of Great American Cities, las políticas de planificación racionalistas del espacio urbano representan la mayor amenaza a la vida y al día a día de comunidades y vecindarios urbanos. En su lugar, estas políticas producen espacios estériles, aislados y antinaturales porque rechazan al ser humano y la complejidad y caos aparente que nos caracteriza. Sólo hay que echar un vistazo a la Historia y a la geografía mundial para observar que las ciudades y barrios más emblemáticos son precisamente aquéllos que han surgido de manera endógena y no por decisiones racionales impuestas desde arriba. El Greenwich Village de Nueva York, que Jane Jacobs defendió hasta la muerte frente a la planificación racionalista del entonces alcalde Robert Moses, es un buen ejemplo de ello, así como Montmartre en París, el Bairro Alto lisboeta o nuestro propio Albayzín. La Historia y la geografía muestran que las utopías urbanas basadas en el orden y el racionalismo nunca han funcionado ¿Quién prefería vivir en Brasília teniendo el privilegio de escoger cualquier otra ciudad de Brasil? Yo desde luego preferiría escuchar los ruidos de Río de Janeiro y la música de su Carnaval antes que disfrutar del silencio y orden de las calles de Brasília.
La pérdida de la función integradora y social del espacio público viene en Granada acompañada con otro tipo de interpretación del espacio público, una interpretación basada en la criminalización de individuos y minorías vulnerables que no comparten las actitudes y valores de la mayoría. En este sentido, la Ordenanza de la Convivencia tiene elementos similares a leyes anteriores a la democracia tales como la Ley de Vagos y Maleantes que durante la época franquista persiguió y criminalizó a vagabundos, homosexuales y otros individuos considerados “anti-sociales”.
La buena noticia es que el espíritu de participación ciudadana de Granada ha aflorado en la capital como reacción a la entrada en vigor de la Ordenanza, tanto a través de manifestaciones en el espacio urbano como en internet. Nuevos grupos en facebook, páginas web, posts en diferentes blogs, documentales, artículos en El País, Ideal, Granada Hoy y otros medios de comunicación han mostrado que la ciudadanía granadina está viva y que reclama su derecho a participar en la construcción del espacio público y las leyes que lo regulan. En facebook, por ejemplo, a día 17 de diciembre, el grupo creado en contra de la Ordenanza de la Convivencia contaba ya con casi 7.000 miembros. Por otro lado no hay que olvidar que el establecimiento de ciertas normas, formales o informales, es imprescindible para la convivencia en cualquier tipo de espacio, ya sea público o privado. Sin embargo, las prohibiciones y sanciones previstas en la Ordenanza de la Convivencia van más allá y atentan contra la propia dimensión social del espacio público.
Como apunta Domenico de Siena en un artículo reciente que ha aparecido simultáneamente en el blog andaluz La Ciudad Viva y en el blog Ecosistema Urbano, “el espacio público ha dejado de ser un espacio de oportunidad para la colectividad, sus administradores parecen considerarlo exclusivamente como un espacio problemático y solo actúan para vaciarlo y prevenir cualquier tipo de problema, limitando todo tipo de actividad espontánea de los ciudadanos”. Estas ideas predicen con una precisión casi dramática los cambios que se están produciendo en el espacio público granadino en los últimos años.
En definitiva, ¿cuál es la ‘racionalidad’ y ‘orden’ que se pretende imponer a los espacios públicos granadinos? ¿Calles cuadradas y parques vacíos y silenciosos? Tal vez deberíamos entonces tirar abajo el irracional Albayzín y el centro de Granada y construir en su lugar bloques grises de apartamentos, urbanizaciones de casas idénticas y parques esterilizados. La pregunta es, de nuevo, ¿quién quiere esos espacios y qué tienen de original? ¿Quién quiere una Granada estéril, racional y con plazas vacías y silenciosas que sólo se ensucien de cera en Semana Santa? Tal y como recordaron cientos de ciudadanos granadinos en la Plaza del Carmen el pasado 27 de noviembre: sin gente, las plazas se mueren. Sin plazas y espontaneidad, la ciudad se muere también.
Sergio Montero es investigador en el Departamento de Planificación Urbana y Regional de la Universidad de California, Berkeley.