Slavoj Žižek | Los griegos actúan correctamente: la negativa de Bruselas es una cuestión ideológica, es ideología en estado puro – un síntoma de nuestro proceso político conjunto.
La inesperada contundencia del No en el referéndum griego ha convertido la votación en un hecho histórico, unido a una situación desesperada. En mi trabajo utilizo a menudo el conocido chiste de la última década de la Unión Soviética sobre Rabinovitch, un judío que quería emigrar. El burócrata de la oficina de emigración le pregunta que por qué, y Rabinovitch responde: “Hay dos razones para ello”. La primera es que me temo que en la Unión Soviética los comunistas perderán el poder, y el nuevo poder echará la culpa de los crímenes comunistas a nosotros, los judíos. habrá otra vez progromos anti judíos.”
“Pero”, le interrumpe el burócrata, “eso es una tontería. nada puede cambiar en la Unión Soviética, ¡los comunistas estarán siempre en el poder!”
“Bueno”, responde con calma Rabinovitch, “esa es mi segunda razón”.
Me han contado que una versión actualizada de este chiste circula ahora por Atenas. Un joven griego visita el consulado australiano en Atenas y solicita un visado de trabajo. “¿Por qué quieres irte de Grecia?”, pregunta el funcionario.
“Por dos razones”, le responde. “En primer lugar, me preocupa que Grecia salga de la UE, lo que nos llevará a la pobreza y el caos”.
“Pero”, interrumpe el funcionario, “eso es una absoluta tontería: ¡Grecia permanecerá en la UE y se someterá a la disciplina financiera!”
«Bueno», responde el griego con calma, «esa es mi segunda razón.»
Parafraseando a Stalin, ¿las dos opciones son fatales?
Ha llegado el momento de ir más allá de los debates sobre los posibles fallos y errores de juicio del Gobierno griego. Las apuestas ahora son demasiado altas.
Que el hecho de que la fórmula de acuerdo salte siempre en el último momento de las negociaciones entre Grecia y la UE es en sí mismo profundamente sintomático, dado que la ruptura no se sitúa realmente en los problemas financieros reales -en esta cuestión la diferencia es mínima. La UE acusa habitualmente a los griegos de hablar sólo en términos generales, hacer vagas promesas sin especificar detalles, en tanto que los griegos acusan a la UE de tratar de controlar incluso los más mínimos detalles y de imponer condiciones más duras que las hechas al gobierno anterior. Lo que se esconde detrás de estos reproches es un conflicto más profundo. El primer ministro griego, Alexis Txipras, comentó recientemente que si tuviese que cenar a solas con Ángela Merkel, el acuerdo habría llegado en dos horas. Su argumento era que tanto Merkel como él, los dos políticos, tratarían las diferencias en el plano político, al contrario de lo que hacen tecnócratas como el presidente del Eurogrupo, Jeroen Dijsselbloem. Si hay un malo típico en esta historia ese es Dijsselbloem, cuyo lema es: “Si entro en el terreno ideológico del asunto, no lograré nada”.
Lo cual nos lleva al meollo de la cuestión: Tsipras y Yanis Varoufakis, el ex ministro de Finanzas, que renunció el 6 de julio, hablan como si fueran parte de un proceso político abierto en el que las decisiones son en última instancia “ideológicas” (basadas en las preferencias normativas), mientras que los tecnócratas de la UE hablan como si todo fuese cuestión de medidas reguladoras detalladas. Cuando los negociadores griegos rechazan este enfoque y abordan los problemas políticos fundamentales, se les acusa de mentir, de eludir soluciones concretas, y así sucesivamente. Parece claro que en este asunto la verdad está de parte griega: la negación de “el lado ideológico” propugnada por Dijsselbloem es ideología en estado puro. Presentar medidas reguladoras propuestas por expertos es la máscara que esconde las decisiones político-ideológicas.
Debido a esta asimetría negociadora, el “diálogo” entre Tsipras o Varoufakis y sus socios de la UE parece el diálogo entre un joven estudiante que quiere un debate serio sobre las cuestiones básicas, y el profesor arrogante que, con sus respuestas, ignora el tema y lo humilla con regañinas sobre aspectos técnicos (”¡no estás planteando la cuestión bien! ¡No estás teniendo en cuenta las normas! He incluso como si una víctima de violación cuenta desesperada lo que le pasó y el policía la interrumpe solicitándole detalles administrativos.
Este modelo, propio de la administración experto neutral, caracteriza todo nuestro proceso político: las decisiones estratégicas basadas en el poder son enmascaradas como regulaciones administrativas basadas en el conocimiento experto neutral, se toman cada vez más a la fuerza y en secreto, sin consulta democrática. Consiguientemente la lucha es la lucha por el liderazgo “cultural” económico y político (Leitkultur). Las potencias de la UE representan el status quo tecnocrático que ha mantenido la inercia Europea durante décadas.
En sus notas “Hacia una definición de la cultura”, el gran conservador TS Eliot comentó que hay momentos en que la única opción es la herejía y dejar de creer, es decir, cuando la única manera de mantener viva una religión es llevar a acabo un cisma sectáreo a partir de su cadáver.
Esta es mi posición actual respecto de Europa: sólo una nueva “herejía” (representada en este momento por Syriza) puede salvar lo que vale la pena salvar del legado europeo: la democracia, la confianza en las personas, la solidaridad igualitaria. La Europa que va a ganar si Syriza es derrotada estratégicamente es una “Europa con valores asiáticos” (que, por supuesto, no tiene nada que ver con Asia, pero sí con la clara tendencia del capitalismo contemporáneo hacia la suspensión de la democracia).
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En la Europa occidental nos gusta mirar a Grecia como si fuésemos una familia que mira con compasión y simpatía la difícil situación de esa empobrecida nación. Este cómodo punto de vista se fundamenta en una ilusión fatal. Lo que pasa y lo que ha pasado en Grecia estas últimas semanas nos concierne a todos, lo que está en juego es el futuro de Europa. Por eso, cuando leamos sobre Grecia, debemos de tener en cuenta lo que dice el viejo refrán: cuando las barbas de tu vecino veas pelar…
La idea que está emergiendo gradualmente de las reacciones de los representantes de las instituciones europeas al resultado del referéndum griego no podía estar mejor reflejada en el título de la reciente columna de Gideon Rachman en el Financial Times: “El eslabón más débil de la zona euro son los votantes.”
Si Europa se deshace de este “eslabón más débil”, los expertos en tomar el poder impondrán inmediatamente las medidas económicas necesarias sin que las elecciones sirvan para nada, salvo para confirmar el consenso de los expertos. El problema es que esta política de los expertos se basa en una ficción, la ficción de “finge y alarga” (alargar el periodo de recuperación pensando que todas las deudas se pagarán).
¿Por qué esta ficción es tan terca? No sólo porque hace que el aumento de la deuda sea así más aceptable para los votantes alemanes; tampoco únicamente porque una quita de deuda griega pueda desencadenar demandas similares en Portugal, Irlanda y España. Es que los que tienen el poder no quieren que la deuda se pague en su totalidad. Los acreedores acusan a los países endeudados de no sentirse suficientemente culpables, se les acusa de sentirse inocentes. Su presión se adapta perfectamente, según el psicoanálisis, a las llamadas del “súper ego”: la paradoja del superyó es, tal y como Freud vio, que cuanto más obedecemos sus demandas más culpables nos sentimos.
Imaginemos a un mal profesor que da a sus alumnos tareas imposibles, para luego mofarse sádicamente cuando comprueba el pánico y la ansiedad que les entra. El verdadero objetivo de prestar dinero al deudor no es conseguir que la deuda sea reembolsada con intereses, sino su mantenimiento indefinido para situarlo en una posición de dependencia y subordinación. Pero hay deudores y deudores. No sólo Grecia, sino también los EE.UU, no podrán, ni siquiera teóricamente pagar su deuda, lo cual se reconocen públicamente. Así que hay deudores que pueden chantajear a sus acreedores, ya que estos últimos no pueden permitírselo (los grandes bancos), son los deudores que pueden controlar las condiciones de pago (el gobierno de los Estados Unidos), por otro lado están los deudores a los que se les puede desahuciar y humillar (Grecia).
Los prestamistas y acreedores, acusan básicamente al gobierno de Syriza de no sentirse culpable, lo acusan de no tener mala conciencia, de creerse inocente. Esto es lo más inquietante para el stablishment europeo respecto del gobierno de Syriza: que admite la deuda, pero sin culpa. Se deshicieron de la presión del superyó. Varoufakis ha personificado esta posición en sus relaciones con Bruselas: reconoció plenamente el peso de la deuda, y argumentó racionalmente que la política de la UE respecto de la misma no funcionaba, por lo que era necesario encontrar otras soluciones.
Paradójicamente, el planteamiento que Varoufakis y Txipras están haciendo parte de la realidad de que sólo con el gobierno de Syriza puede pagarse al menos una parte de la deuda. El mismo Varoufakis se pregunta por qué los bancos tomaron deuda griega para colaborar con un Estado clientelar a sabiendas de como estaban las cosas. Grecia nuca se hubiese endeudado tanto sin la connivencia del stablishment occidental. El gobierno de Syriza es muy consciente de que la principal amenaza no proviene de Bruselas, reside en Grecia, un Estado fallido clientelar. La burocracia europea debería ser culpada por criticar la corrupción y la ineficiencia y apoyar al mismo tiempo al partido Nueva Democracia que es justamente el que más la encarna.
El gobierno de Syriza pretende acabar con el punto muerto actual, véase la declaración programática de Varoufakis (publicada en The Guardian), en la que plantea el objetivo estratégico final del gobierno griego:
Una salida griega, portuguesa o italiana de la eurozona conduciría a la fragmentación del capitalismo europeo, produciendo una región con excedentes en seria recesión al este del Rin y al norte de los Alpes, mientras el resto de Europa entraría en las garras del círculo viciosos de la estanflación. ¿Quien creemos que se beneficiaría de esta evolución? ¿Una izquierda progresista que, como el ave fénix, resurgiría de las cenizas de las instituciones públicas europeas? O los del Golden Dawn nazis, los diversos neofascistas, los xenófobos y los vividores? No tengo ninguna duda de cual de las dos opciones ganaría si se desintegra la zona euro. Por mi parte no estoy dispuesto a soplar en las velas de esta versión posmoderna de la década de 1930. Si esto quiere decir que somos nosotros, los marxistas claramente erráticos, los que deben tratar de salvar al capitalismo europeo de sí mismo, que así sea. No es por amor al capitalismo europeo, o por la zona euro, o por Bruselas, o por el Banco Central Europeo, es sólo porque queremos minimizar las innecesarias pérdidas humanas que está provocando esta crisis.
Las políticas financieras del gobierno de Syriza siguen aproximandamente las siguientes pautas: déficit cero, disciplina presupuestaria, y mayor fiscalidad vía impuestos. Algunos medios de comunicación alemanes han tachado recientemente a Varoufakis como un psicótico que vive en un universo propio a diferencia de Alemania. ¿Es tan radical?
Lo que es tan enervante de Varoufakis no es su radicalismo, sino su racional modestia pragmática. Si miramos de cerca las propuestas ofrecidas por Syriza, no podemos dejar de comprobar que fueron en algún momento histórico parte de la agenda stándar de la socialdemocracia moderada (en la Suecia de los años 1960, el programa de gobierno era mucho más radical). Un triste signo de los tiempos es tener que pertenecer a la izquierda radical para defender estos postulados, un signo de tiempos oscuros, pero al mismo tiempo una oportunidad para la izquierda de ocupar el espacio que, hace décadas, abandonó el centro moderado.
Pero, quizás, la cuestión reiteradamente repetida contra la modesta política de Syriza desde la izquierda es, simplemente, que representa a una auténtica socialdemocracia, perdiendo el objetivo radical, como sí, a la izquierda le bastase con repetir insistentemente a los eurócratas sobre sus errores para que finalmente se diesen cuenta de que Syriza no es realmente peligrosa, sino que es la que los sacará del atolladero. Pero Syriza efectivamente es peligrosa, porque supone una amenaza para la actual orientación de la UE. El capitalismo global de hoy día no puede permitirse un regreso al estado del bienestar.
Por tanto hay algo de hipócrita en la afirmación de la modestia de lo que hoy plantea Syriza: ya que plantea cosas que no son posibles dentro de las coordenadas del sistema global existente. Debería tomarse una decisión estratégica importante: ¿Ha llegado el momento de dejar caer la máscara de la modestia y defender abiertamente el cambio mucho más radical que se necesita para conseguir un modesto resultado?
Muchos críticos con el referéndum afirmaron que se trataba de un caso de postura demagógica pura, burlonamente decían que no estaba claro lo que significaba el referéndum. En cualquier caso, el referéndum no era sobre el euro o el dracma, sobre Grecia fuera o dentro de la Unión Europea: el gobierno griego hizo hincapié insistentemente en su deseo de permanecer tanto en la UE como en la eurozona. De nuevo las voces críticas traducían la cuestión política central que planteaba el referéndum en una decisión administrativa sobre determinadas medidas económicas.
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El 2 de julio en una entrevista en Bloomberg, Varoufakis aclaró las verdaderas apuestas del referéndum. La elección residía entre continuar con la política que la UE impuso a Grecia en los últimos años, y que la llevaron al borde de la ruina, la ficción de “ampliar y fingir”, (ampliar el periodo de recuperación y pretender al mismo tiempo que las deudas se paguen), o emprender un camino realista para no depender de este tipo de ficciones proporcionando un plan concreto para recuperar la economía real griega.
Sin un plan de recuperación la crisis se reproducirá una y otra vez. El mismo día hasta el FMI admitió que Grecia necesitaba una alivio de la deuda a gran escala para dar un “respiro” y reactivar la economía (proponiendo una moratoria de 20 años para el pago de la deuda).
Por tanto, el No en el referéndum griego suponía algo más que la elección entre dos enfoques diferentes de la crisis económica. El pueblo griego ha resistido heroicamente a la despreciable campaña de miedo que intentaba movilizar los más bajos instintos de autoconservación. El pueblo griego percibió a través de la falsa manipulación de los oponentes que la cuestión no era euro o dracma ni Grecia en Europa o “Grexit”.
Su No ha sido un No a los eurócratas que diariamente acreditan que no son capaces de sacar a Europa de su inercia. Fue un No a la continuación de los negocios típicos; un grito desesperado para decirnos que las cosas no puede seguir como hasta ahora. Fue una decisión de una auténtica visión política en contra de la extraña combinación de fría tecnocrácia y calurosos clichés racistas sobre los vagos del sur, una decisión libre de cargas griegas. Fue una rara victoria de los principios contra el oportunismo egoísta y, en última instancia, autodestructivo. El No que ganó fue un Sí a la plena conciencia de la crisis en Europa; un sí a la necesidad de promulgar un nuevo comienzo.
Corresponde ahora a la UE actuar. ¿será capaz de despertar de su inercia de autosatisfacción y comprender el signo de la esperanza entregada por el pueblo griego? ¿O va a dar rienda suelta a su ira sobre Grecia con el fin de poder seguir con su dogmático sueño?
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Slavoj Žižek es investigador en la Universidad de Ljubljana en Eslovenia. Su último libro es «Trouble in Paradise: desde el fin de la historia hasta el fin del capitalismo» (Allen Lane)