Hoy, jueves 13 de junio, a las 19,30 presenta Ángel Duarte Monserrat (Catedrático de Historia Contemporánea en Girona), en la casa de la provincia de Sevilla (Plaza del Triunfo), su libro “El republicanismo, una pasión política”, que acaba de publicar la editorial Cátedra (Madrid, 2013).
Para exponer algunas reflexiones al hilo de su extraordinario trabajo, empiezo por una cita en su epílogo (Coda republicana): “el republicanismo se está reinventando y amenaza con ser capaz de integrar luchas y aspiraciones parciales en un proyecto global, por ambiguo, heterogéneo y sometido a malentendidos que siga estando”. La propuesta implícita de Ángel es muy ambiciosa porque precisamente es lo que más necesitamos en estos momentos: un objetivo que simbolice un proyecto político para las movilizaciones y le de perspectiva a las mismas.
Conocí a Ángel en una mesa redonda sobre federalismo y republicanismo y desde entonces ha pasado a ser uno de los habitantes más asiduos de mis pensamientos y, desde luego, uno de mis referentes indispensables. En esa mesa redonda defendí que la unidad de la izquierda era el instrumento para muchas cosas: para desalojar a la derecha del poder antes de que acabe con todo, para abrir las puertas de la política a la participación activa clausurando la etapa del bipartidismo, para sustituir la hegemonía de la socialdemocracia liberal por la de una nueva izquierda plural obligada a cambiar las cosas y a ofrecer una salida democrática para superar el capitalismo.
Desde mi punto de vista era un nuevo andalucismo reinventado desde la izquierda y la tradición republicana y en sincronía plena con el ecologismo y el feminismo el que podía “ser capaz de integrar luchas y aspiraciones parciales en un proyecto global, por ambiguo, heterogéneo y sometido a malentendidos que siga estando”.
¿Implica que son proyectos incompatibles porque ambos, el andalucismo y el republicanismo, aspiran a proporcionar la bandera que conduzca a las movilizaciones hacia un concepto político que oriente el camino para poder transformar esta crisis en una nueva época en la que la emancipación venza a la barbarie?
Estoy convencido de que la realidad social nos empuja justamente en el sentido de la convergencia: ni Andalucía puede salir del precipicio al que nos han conducido el desarrollismo y la difuminación de nuestra identidad colectiva sin la transformación del Estado español, ni es posible el cambio radical que necesita el Estado español sin Andalucía como un potente sujeto político.
Ambos, el andalucismo y el republicanismo representan articulaciones rotundas de la voluntad popular, pasiones políticas (como Ángel subtitula su libro) que no pueden “sino nacer de las plazas y lejos de los palacios, de una comunidad autoconstruida de ciudadanos libres”.
La España del capitalismo especulativo y rentista (¿qué otra cosa es el capital financiero sino una mutación postmoderna de los antiguos terratenientes que han sustituido la renta por los intereses de la deuda?), es sobre todo un modo de dominación, la de una alianza específica de clases, que utiliza la monarquía como “símbolo integrador” para maximizar sus beneficios y minimizar sus costes, la monarquía basada en el nacional catolicismo y en el centralismo.
Solo en dos ocasiones fugaces el pueblo fue capaz de derrotarlos, en la primera república y en la segunda. En esta larga transición / transacción del postfranquismo ha habido un espejismo de victoria porque las élites han seguido practicando el mismo modo de explotación y dominación, el especulativo, el que maximiza sus beneficios y minimiza sus costes. Por eso, cuando la sabiduría popular ha colocado la reivindicación de más democracia como la llave para abrir la puerta que nos conduzca a una nueva época, el republicanismo se está volviendo a convertir en el símbolo de una democracia real, en el sistema en el que la esfera pública se hace verdadera y efectivamente pública, porque pertenece a todos, y está efectivamente abierta a la participación de todos, como decía Castoriadis.
Pero la democracia sin corsés, libre de la tutela de reyes y obispos, no se puede construir desde el centralismo, desde la Plaza del Sol de Madrid. Necesita la vitalidad de los pueblos, de las identidades colectivas entendidas como una suma de referencias emocionales, conscientes e inconscientes, que forman parte de cualquier proceso de socialización individual-familiar y social-colectivo, y que pueden provocar, como en el caso del estado español, legítimas reivindicaciones de autogobierno sin restricciones. La negación del derecho a decidir, como la Monarquía, son limitaciones democráticas que solo se explican por el miedo de la alianza de clases que domina en España a perder sus privilegios. Por eso, hoy, como en 1873 y en 1931, la república y la libertad de los pueblos del estado español son las dos caras del mismo anhelo: el de la libertad para la igualdad.
Siento que pueda parecer peloteo, pero esta muy bien argumentado lo que expones, Rafel, y yo como tú, tambien espero que del sentimiento republicano que se va extendieno cada vez más en en este país, permita que convergan en él cada día más , fuerzas y proyectos que desde un sentimiento de izquierdas y porque no, tambien identitario, hagan de la lucha por la República el impulso unitario para un nuevo Estado español más justo y equitativo.