Vivimos en un mundo urbanizado. Pudiera decirse que allá por donde un ejemplar de la especie humana se pasea, un halo de urbanismo recorre el espacio como una sombra. El entono urbano por excelencia es la ciudad, aunque hoy día no haya lugar sobre la tierra, desde el Everest hasta el mar (y más al fondo), donde no se observen señales de “civilización”. La ciudad es un producto de nuestra capacidad técnica. La primera función de la técnica consistió en facilitar las duras tareas de la vida cotidiana, de la caza y de la guerra. «La técnica es lo contrario de la adaptación del sujeto al medio, puesto que es la adaptación del medio al sujeto»[1], adaptación que se realiza no solo para vivir, si no para vivir bien.
En el siglo I a.C., el arquitecto romano Marco Lucio Vitruvio, relató de forma fabulada la aparición de las primeras sociedades, el origen de las edificaciones y de los progresos de la humanidad, como consecuencia del descubrimiento del fuego y del agrado de su calor. Dice Vitruvio:
«Los hombres, primitivamente, nacían como las fieras, en las selvas, en los bosques y en las cuevas, y pasaban su vida alimentándose con los frutos naturales de la tierra. Y ocurrió que en un determinado lugar, unos árboles que estaban muy juntos los unos contra los otros, agitados por un viento tempestuosos, al rozarse unas ramas con otras, se encendieron: y entonces los que estaban en las proximidades, aterrados por la violencia de las llamas se pusieron en fuga. Pero poco después, mitigado el fuego y recobrada la tranquilidad, se fueron aproximando, y dándose cuenta de que aquel calor templado era una gran comodidad, añadieron leña, mantuvieron el fuego, y llamando a otros hombres por señas les dieron a entender los provechos que podrían obtener del fuego. En aquellas reuniones, los hombres, al principio lanzando diferentes sonidos unos de una manera y otros de otra, fueron de día en día creando vocablos; luego, empleando los mismos sonidos para designar las cosas más usuales, comenzaron por casualidad a hablar, y así formaron su idioma.
Por tanto con ocasión del fuego surgieron entre los hombres las reuniones, las asambleas y la vida en común, que cada vez se fueron viendo más concurridas en un mismo lugar; y como, a diferencia de los demás animales, los hombres han recibido de la naturaleza el privilegio de andar erguidos y no inclinados hacia la tierra y el poder de contemplar la magnificencia del mundo y de las estrellas; y secundariamente, la aptitud de hacer con gran facilidad con sus manos y los órganos de su cuerpo todo cuento se proponen, comenzaron unos a procurarse techado utilizando ramas y otros a cavar grutas bajo los montes, y algunos a hacer, imitando los nidos de las golondrinas con barro y ramas, recintos donde poder guarecerse. Luego, otros, observando los techos de sus vecinos y añadiéndole ideas nuevas, fueron de día en día mejorando los tipos de sus chozas. Y como los hombres son por naturaleza imitadores y dóciles, haciendo alarde cada día de sus nuevas invenciones, se mostraban unos a otros la mejora de sus edificaciones, y ejercitando así su ingenio fueron de grado en grado mejorando sus gustos…
Habiendo sido estos, pues, los principios….fueron elevándose gradualmente de la construcción de edificios a otros conocimientos y prácticas de las restantes artes, pasando de una vida inculta y agreste a otra pacífica y estable…
Después, merced a continuas experiencias y a estudiadas observaciones…, y dándose cuenta de que la naturaleza les suministraba con manos espléndidas madera y toda clase de materiales de construcción, se sirvieron de ellos, los aumentaron con su cultivo, y de este modo acrecieron con el auxilio de las artes las comodidades y delicadeza de la vida humana.»[2]
En la actualidad, los efectos de la manipulación técnica de la naturaleza son la más elocuente manifestación de nuestra radical huida de la misma. El proceso de despedida de la condición animal del homínido comenzó en el momento en que aparecen en él los primeros síntomas de humanidad. Los éxitos científicos, fundamentalmente en el terreno de la ingeniería, las telecomunicaciones, la computación y la genética molecular, junto con el desarrollo espectacular de la medicina y la química farmacéutica, han propiciado que vivamos ignorando nuestra esencial animalidad. Y, verdaderamente, tenemos motivos para ello. «Puede que el poder de la mente sobre los genes supere al de los genes sobre la mente»[3]. El tiempo evolutivo podría quedar reducido a una premeditada intervención químico-quirúrgica sobre la materia viva, expulsándonos definitivamente del reino animal y situándonos en la esfera de la creación.
No hay duda que una ciudad representa una modificación radical del territorio. La transformación antrópica de la superficie de la tierra se inicia en el neolítico cuando los bosques se queman sistemáticamente para conseguir tierras de cultivo y se domestican algunas especies animales. Lo que llamamos civilización es producto del camino recorrido desde entonces hasta la actualidad. La agricultura, la ganadería, las primeras técnicas para la conservación de alimentos, y la posibilidad de construir edificios y otros elementos consistentes y perdurables permitieron la aparición de las ciudades a partir de las primitivas aldeas. Estas ciudades necesitaban del campo circundante para la obtención de los productos de primera necesidad: agua, alimentos, materias primas y combustible. La capacidad de transporte de bienes y la productividad del entorno próximo frenaban su crecimiento.[4] Las características del medio natural, la climatología y los materiales disponibles, por decirlo de algún modo, al alcance de la mano, condicionaban las tipologías de la trama urbana y de sus edificaciones. De este modo, la forma del territorio, los ciclos estacionales, y los productos naturales de los ecosistemas próximos, junto con las necesidades de intercambio de bienes materiales o inmateriales y la demanda de seguridad y bienestar configuró la estructura de las primeras ciudades.
Pero, ¿que es una ciudad? La ciudad supuso, desde luego, una mejora sustancial del primitivo refugio de la naturaleza y de los enemigos. Ni la cueva ni la aldea son ciudad, pues aún no hay membrana sólida de separación: muralla, foso, o barrera natural vigilada. La ciudad nace como un avance en los mecanismos defensivos de la comunidad o tribu, supone un paso decisivo para huir de los peligros que acechan en la naturaleza. Pero ocurre que este perfeccionamiento técnico permite la aparición de nuevas relaciones sociales cooperativo/defensivas, que engendrarán instituciones políticas y administrativas.[5] Desde su origen, la ciudad, lleva el germen del estado, de las leyes y de la ciudadanía. El orden conocido que engendra una ciudad por confrontación con la imprevisibilidad de la naturaleza la convierte en un foco de atracción para las gentes. En ella la vida cotidiana es, más que en ningún otro lugar, un conjunto de relaciones sociales.[6]
Una ciudad vendría a ser como un cerebro en el que cada habitante es una neurona.[7] Sus habitantes, como las neuronas en el cerebro, pueden realizar funciones especializadas. Pero el cerebro necesita un continente, un cráneo. Solo podemos considerar un asentamiento humano como ciudad cuando sus límites físicos están definidos por la densidad de sus construcciones. Una ciudad es un espacio físico limitado con cierta densidad humana en el que se realizan una gran variedad de actividades entre las que las agrarias no han sido nunca las principales.[8]
[1] Ortega y Gasset: Meditación de la técnica. Madrid, 2000, Alianza Editorial, p. 31 a 34.
[2] Marco Lucio Vitruvio: Los diez libros de la arquiectura. Libro segundo, Capítulo primero, “De la vida de los hombres primitivos y de los principios de la humanidad, así como del origen de los edificios y de sus progresos”. Barcelona, 1997, Iberia, p. 35 a 38.
[3] Edgar Morín: La identidad humana, el método V, la humanidad de la humanidad. Barcelona 2003, Ediciones Cátedra, p.291.
[4] Lewis Mumford: Historia natural de la urbanización. Chicago1956, p. 3 y ss. www.habitat.aq.upm.es/boletin/n21/almum.html
[5] Lewis Mumford: Op. cit.
[6] Fernando Chueca Goitia menciona a Julián Marías en: Breve historia del urbanismo. Madrid 2002, Alianza, p. 41.
[7] Steven Jhonson: Sistemas emergentes, o que tienen en común hormigas, neuronas, ciudades y software. Madrid 2003, Turner-Fondo de cultura económica.
[8] Por el contrario una conurbación es un espacio urbanizado sin límites definidos, al estilo de la construcción de ciertas ciudades americanas que crecen en el entorno de la línea de las carreteras o autopistas, o en cualquier lugar de la naturaleza comunicado con estas vías. Los centros de consumo se sitúan en los nodos de interconexión de las rutas del automóvil, el tamaño de estos centros comerciales depende de la importancia y densidad de circulación de las vías que se interconectan. Las urbanizaciones nacen como meros lugares de residencia, son lo que se dio en llamar ciudades dormitorio.
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Continuará los días: jueves 7 de enero (2 de 4), jueves 14 de enero (3 de 4) y jueves 21 de enero de 2010 (4 de 4) .
Con lo maltratada que ha sido la ciudad por promotores y políticos tan ignorantes como codiciosos, por ciudadanos tan falsos (en tanto que «ciudadanos») como abrumados, por neorruralistas tan bienintencionados como errados… necesita ser repensada.
Como sigo apuntado a la idea del ser humano como zoon politikon (animal político, pero también ciudadano), pienso que la reflexión sobre la ciudad es algo más que el urbanismo o la ordenación territorial, que tiene mucho de Político, y de lo que ha hecho de nuestra especie lo que es, para bien y para mal.
Me suscribo a este «canal ciudad» de los jueves…