Las primeras ciudades fueron el centro de la política, del pensamiento y de la ciencia, productoras de conocimiento y de manufacturas. Como un ser vivo la ciudad necesitaba absorber alimentos del entorno para mantener su actividad, su metabolismo. Para ello, era necesario el establecimiento de canales de abastecimiento de agua y otros insumos, y de vías de evacuación de los desechos. La afluencia y efluencia de mercancías, energía, agua y detritos permitió a parte de la humanidad vivir sin salir de los límites de la ciudad.[9] La disponibilidad de canales de suministro de materias primas, –de redes incipientes–, convierte a las ciudades en lugares ideales para la producción de manufacturas transformándose así en centros de producción y lugares de consumo concentrado. El principal efluente de una organización ciudadana vino a ser el conocimiento sustanciado en los productos que ofrece y envía a los mercados de otras ciudades, sean estos materiales o inmateriales. Consumo y producción son los dos ejes entorno a los que crecen las ciudades.
En tanto antes de las existencia de las ciudades las gentes salían de los asentamientos humanos para procurarse el alimento y otros bienes, y para intercambiar sus mercancías, con la aparición de la ciudad, –lugar de asentamiento con vocación de permanencia eterna,– es posible la estructuración de redes que permitan el flujo hacia ella y desde ella hacia otras ciudades. De este modo, aparece lo que hoy, después de unos cuantos milenios de historia de la ciudad, es una de sus características indiscutibles: su dependencia de las redes; sean estas de transporte, de agua potable o de evacuación (pluviales, fecales, industriales), de electricidad, de recogida de residuos, sanitaria, educativa, de telefonía, mediáticas, o la última, la red por excelencia, la web.[10] De algún modo la ciudad es una malla de flujos en cuyos intersticios se encuentran las edificaciones y otros espacios de utilidad comunitaria.[11] Las redes obligan y permiten, a un tiempo, la organización de la ciudad. Los habitantes de una ciudad amparados en sus redes viven con cierta despreocupación por la intemperie y la alimentación, y disponen de canales organizados de comunicación e intercambio, liberando tiempo para ocuparlo en otros menesteres diferentes de los de la vida agraria, más natural, pero también más arriesgada y menos cómoda.
Por ello, el ser urbano que vive dentro de los límites de la ciudad, percibe la naturaleza exterior como alejada e ilimitada. Vivir en ciudades atrofia la capacidad de vivir en plena naturaleza con medios sencillos.[12] La naturaleza se separa de nuestras vidas convirtiéndose exclusivamente en una fuente de recursos de los que podemos apropiarnos con todo derecho, además de devenir un lugar paisajístico. La manufactura industrializada y el aspecto exterior de las mercancías aleja la percepción de que están hechas de materias primas recolectadas en el medio ambiente. La sofisticación de algunos productos alimenticios en su forma y su embalaje consigue ocultar su origen orgánico. La educación ambiental en la escuela intenta contraponerse a esta visión desnaturalizada de la realidad, pero no cabe duda que, en el marco de sus actividades, se acude a la naturaleza como espectador para volverle de inmediato la cara y regresar a nuestro refugio urbano.
Podemos considerar a los estados o naciones como asociaciones de ciudades que ejercen su soberanía sobre el territorio que las circunda y las contiene. Una de ellas será el centro del poder político y ahí radicará su potencial de crecimiento. Con la aparición del estado moderno y su organización territorial, la ciudad queda exonerada de sus límites defensivos, que se desplazan al territorio fronterizo con otros estados-nación. La progresiva desaparición de la verdadera vida salvaje (de los depredadores de gran tamaño), y la exportación de las fronteras, permite el crecimiento de la ciudad con independencia de la función defensiva. Hasta entonces el crecimiento de las ciudades ocurría hacia dentro de la muralla estrechando calles, elevando alturas, ocupando huertas, compartimentando y construyendo arcos habitables apoyados sobre las dos fachadas de la calle; después las viviendas y las actividades urbanas pudieron saltar las murallas de la ciudad histórica.
La tensión entre población y recursos disponibles mantuvo a las ciudades dentro de unos límites. En el siglo XVII el 95% de la población vivía en el campo. Tras la revolución industrial se inicia un camino exponencial de mejora de las redes de abastecimiento y de las tecnologías de extracción y transformación que sienta las bases para la obtención de productos en mercados de ámbito mundial. La colonización militar precede a la política y a la económica que la justifican. Por otro lado, la mejora de la salubridad hace disminuir la tasa de mortalidad y favorece el aumento de la población. El crecimiento de las ciudades ha sido propiciado por el incremento de la esperanza de vida y por la posibilidad de abastecimiento a gran escala. La capacidad tecnológica actual permite el suministro de agua, energía y otros bienes de consumo a megalópolis de más de veinte millones de habitantes. Las mercancías pueden moverse de un lado a otro del globo sin más impedimentos que los meramente especulativos procedentes de los acuerdos de libre comercio. Mientras la energía necesaria para estos desplazamientos sea barata y la mano de obra sufra condiciones de explotación, esto seguirá siendo así. Cuando alguien adquiere un objeto made in China, en un “todo a cien” o en cualquier otro comercio, y piensa en su carga impositiva, en los beneficios comerciales del establecimiento, los de los importadores y los del fabricante, se pregunta qué habrá costado el transporte y qué quedará para las personas que pusieron la mano de obra. Por no hablar el acelerado deterioro medioambiental que están sufriendo los países donde están instaladas las fábricas.
Las áreas metropolitanas, las grandes metrópolis aparecen como consecuencia de que la ciudad es un vórtice atractivo de actividades humanas, industriales, comerciales y, hoy más que nunca, de oferta consumista. Incluso los productos artísticos están empezando a exponerse en lugares llamados contenedores culturales. Son continuadores de los museos. El nuevo nombre añade el matiz del embalaje para la oferta turística de masas. La «magia del contenedor»[13] ejerce el efecto atractivo del envoltorio. En los países ricos las ciudades que crecen son las consumidoras. En zonas y países pobres todavía se producen crecimientos por implantación de actividades industriales. Esto es así porque a la industria le da cada vez más igual el lugar de asentamiento. La fuga de fábricas de los países industrializados es lo que se denomina deslocalización. Se busca terreno a buen precio, regalado en muchos casos, acceso a redes y disponibilidad de energía, agua, mano de obra barata y lugares para emitir desechos con facilidad; en definitiva legislación territorial, laboral, de protección de la salud y medioambiental laxa o inexistente.[14]
[9] Hoy podríamos vivir sin salir de los límites de nuestra vivienda conectados con el mundo exterior por las redes que nos permiten alimentarnos, trabajar y conocernos sin movernos prácticamente de nuestro domicilio.
[10] El asalto bélico a una ciudad se iniciaba cortando las redes de suministro y sitiándola. En la actualidad, la caída de cualquier red provoca una situación caótica con consecuencias impredecibles; son avisos del grado de dependencia que tenemos de los sistemas de suministro y evacuación (fluencia y efluencia), sean estos materiales o inmateriales, de mercancías o de conocimiento.
[11] Las redes virtuales pueden permitir relaciones propias de la ciudad sin dependencia del territorio físico. Movilizaciones ciudadanas de carácter mundial pueden ser favorecidas por la web y la telefonía móvil.
[12] Hoy nuestra supervivencia en situaciones naturales de riesgo depende del teléfono móvil y del acceso a las redes de telefonía de emergencias, 112 en Europa y 911 en los EE.UU.
[13] Humberto Eco: El museo en el tercer milenio. Madrid 2005, Revista de Occidente Nos 290-291.
[14] La industria, para su fábrica automatizada, sigue sin necesitar ciudadanos, necesita obreros descualificados o de baja especialización.
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Viene de «Sobre la ciudad (1 de 2)» publicado el 30 de diciembre de 2009
Continuará los días: jueves 14 de enero (3 de 4) y jueves 21 de enero de 2010 (4 de 4) .
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