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- “Sólo cinco años después del inicio de la crisis de gripe aviar causada por el virus H5N1 y luego de otros tantos años de una estrategia mundial contra las pandemias de influenza coordinada por la organización Mundial de la salud (OMS) y la Organización Mundial de la Sanidad Animal (OIE), el mundo está atónito con el desastre provocado por la gripe porcina. La estrategia global ha fracasado y debemos reemplazarla con un sistema público de salud en el que la población pueda confiar”.
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- Influenza porcina: un sistema alimentario que mata. GRAIN, Abril de 2009
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LA NUEVA GRIPE
El actual brote de gripe A(H1N1) aparece oficialmente en México en abril de 2009 y los primeros análisis han determinado que contiene material genético de cepas porcina, humana y aviar (Laboratorio Nacional de Microbiología de la Agencia de Salud Pública de Canadá).
Varias son las diferencias entre la gripe estacional y esta nueva gripe. Afecta más a jóvenes sanos en lugar de a ancianos o niños, como suele ser habitual en las epidemias estacionales. Presenta, según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), una tasa de contagio superior al 30%, cuando en la gripe estacional es de un 5-15%. Su tasa de mortalidad estimada no supera el 0,1% de la gripe estacional y presenta un 5 % de complicaciones -actualmente las autoridades sanitarias sitúan la necesidad de ingreso hospitalario en un 1% en los países desarrollados-. La última diferencia radica en que se trata de un virus nuevo del que se desconoce su comportamiento, con capacidad de mutar y recombinarse con otras gripes en circulación. La gravedad de la situación futura dependerá de estos factores, pudiendo pasar a la historia sin más o desencadenar un problema sanitario, económico y social mundial.
La directora general de la OMS, Margaret Chan -durante la clausura de la asamblea anual de este organismo el pasado mayo-, advirtió que a pesar de que con el tratamiento adecuado los cuadros clínicos suelen ser leves y la evolución de los pacientes buena, no puede descartarse que el virus pueda combinarse con otros virus gripales y la situación se agrave, pudiendo transformarse en el azote de los países emergentes del hemisferio sur. El peor escenario sería el encuentro y recombinación genética de este nuevo virus con el virus aviar, y que el resultante mantuviera una alta contagiosidad (más del 30 %) y tomara la letalidad del aviar (superior a un 60%). Otro temor es que la nueva cepa adquiera resistencia a los antivirales por mutación o por combinación con cepas previas, y que en una segunda oleada el virus se vuelva más agresivo.
EL ORIGEN DE LA NUEVA GRIPE Y LOS CRIADEROS INDUSTRIALES
Meses antes de la aparición oficial del brote de esta nueva gripe, la revista mexicana La Jornada publicaba que en el poblado de La Gloria (Veracruz) se estaba produciendo una epidemia de enfermedades respiratorias que afectaba a una parte importante de su población. Las denuncias de los habitantes de la zona no obtuvieron respuesta de las autoridades sanitarias nacionales ni internacionales. La persistencia de los casos y los esfuerzos de la comunidad para obtener ayuda de las autoridades, acabó por lograr que a finales de 2008 funcionarios locales de salud abrieran una investigación. El resultado fue que más del 60% de una población de 3.000 personas padecían una enfermedad respiratoria, si bien no confirmaron de qué enfermedad se trataba (1). Una empresa estadounidense de evaluación de riesgos (Veratect), notificó a la OMS, a principios de abril de 2009, brotes de una potente enfermedad respiratoria en la comunidad de La Gloria (2).
El 27 de abril de 2009, después del anuncio oficial de epidemia de gripe porcina por parte del gobierno mexicano, la prensa reveló que el primer caso diagnosticado en el país fue el de un niño de 4 años de dicha localidad. El secretario de Salud de México declaró que la muestra que le tomaron al niño fue la única de esa comunidad que las autoridades conservaron. Cuando a la muestra obtenida del niño se le hicieron pruebas de laboratorio, se confirmó que era gripe porcina (3).
En ese poblado se encuentran las Granjas Carroll, que cuentan con “más de un millón de cerdos en 200 porquerizas” (4). Esta empresa es subsidiaria de la empresa estadounidense Smithfield Foods, una de las la mayores empresas de cría de cerdos y procesamiento de productos porcinos del mundo, que cuenta con filiales en EEUU, Europa y China. Smithfield Foods ha negado cualquier relación entre sus instalaciones y la aparición de la nueva gripe, sin aportar pruebas que confirmen la ausencia de la enfermedad en los animales. Sin embargo, un informe realizado por expertos de la organización no gubernamental GRAIN confirma tal relación (5), y alerta que sobre las actuales formas de explotación de las granjas, a las que define como “bombas de tiempo listas para desencadenar epidemias mundiales”.
Smithfield Foods, a fin de eludir sus responsabilidades, ha referido que las pruebas de laboratorio han detectado material genético de virus porcino, aviar y humano, lo que descarta que sea su granja la causante del foco pandémico. Pero Smithfield Foods ocultaba que cerca de La Gloria existen criaderos de pollos y que en septiembre de 2008 se dio un brote de gripe aviar en la región. Los epidemiólogos vinculan la proximidad de criaderos industriales de cerdos y pollos con el aumento de los riesgos de recombinación viral y el surgimiento de nuevas cepas de gripe. Los cerdos criados cerca de las granjas industriales de pollos en Indonesia tienen altos niveles de infección del virus H5N1, causante de la gripe aviar (6), y el Instituto Nacional de Salud de EEUU ya avisó en 2006 que “el número cada vez mayor de criaderos de cerdos en las cercanías de criaderos de aves podría promover aún más la evolución de la próxima pandemia”.
El 24 de abril de 2009, el presidente de la Comisión de Medio Ambiente del Estado de Veracruz, Marco Antonio Núñez López, advertía: “Hice referencia la semana pasada para que el secretario de Salud informara de lo que estaba ocurriendo en la comunidad de la Gloria cerca de las Granjas Carroll, porque la gripe aviar pasa del ave al puerco y de éste al ser humano, y se tiene que realizar medidas de apremio”. Y añadía que también tenía conocimiento, por los veterinarios que atendían a los animales, que en las cercanas Granjas de Bachoco había gripe aviar, y que esa situación no se había dado a conocer por la empresa para evitar que afectase a la exportación de las aves (7).
Durante 14 años, la población de La Gloria “ha vivido con miedo a la contaminación ambiental producida por las unidades porcícolas instaladas por la empresa Granjas Carroll”. En 2006, los vecinos emitieron sus primeras denuncias sobre el riesgo sanitario que entrañaba el crecimiento de las instalaciones de la empresa porcina. Esta empresa ha construido lagunas de oxidación -algunas al aire libre-, donde se acumulan los excrementos de los cerdos y los desechos de la producción. También ha construido fosos biodigestores, donde son arrojados los cerdos muertos -“tres fosos están repletos y las compuertas cerradas con candados, pero la fetidez se filtra inevitablemente”-. A pesar de existir un informe de la Comisión Nacional del Agua de México, que constata filtración fecal a los mantos freáticos, la respuesta del gobierno fue instruir procesos penales contra ocho personas, a las que se sumaron las interpuestas por Granjas Carroll por difamación (8).
El miedo se intensificó a partir de febrero de 2009, con la muerte de dos niños por problemas respiratorios, sin que el gobierno mexicano reconociese el brote de gripe porcina. Por el contrario, administración y empresa aumentaron las presiones sobre los pobladores para que callasen, incluso se canceló la difusión en Radio Universidad del documental Pueblos unidos, una crónica de la lucha de La Gloria contra la ampliación de Granjas Carroll.
UNA PANDEMIA ANUNCIADA
En marzo de 2003, un artículo publicado en la revista Science (9), advertía que la gripe porcina estaba evolucionando rápidamente a causa del aumento del tamaño de los criaderos industriales y del uso indiscriminado y generalizado de antibióticos y vacunas. Los virólogos alertaban a México y a Estados Unidos: “Parece que después de años de estabilidad, el virus de la gripe porcina de América del Norte se halla en una fase de rápida evolución y cada año produce nuevas variantes”. Y señalaban su preocupación ante la posibilidad de que uno de esos híbridos pudiera llegar a convertirse en un virus de gripe humana, requiriendo la creación de un sistema oficial de vigilancia para la gripe porcina. Requerimiento que fue desatendido por el gobierno estadounidense. En 1999 la OMS ya había alertado de un posible brote de gripe porcina.
En 2006, investigadores del Instituto Nacional de Salud de EEUU declararon que “la alta concentración de enormes cantidades de animales apretujados en muy poco espacio facilita la rápida transmisión y mezcla de los virus”, creando las condiciones perfectas para el surgimiento y dispersión de nuevas formas de gripe altamente virulentas (10). Su voz se unía a la de expertos de otros países, que achacaban la fulgurante mutación de los virus al hacinamiento en criaderos insalubres de un número cada vez mayor de cerdos, el uso masivo de antibióticos y la práctica de vacunar a las hembras, ya que la vacuna actúa seleccionando nuevos virus mutantes. Esos factores, avisaban los expertos, “aumentan la probabilidad de que emerja un nuevo virus transmisible entre humanos”. El Dr. Christopher Olsen, virólogo molecular en la Facultad de Veterinaria de la Universidad de Wisconsin, hasta se atrevió a profetizar: “Ahora debemos buscar en México la granja donde va a aparecer la próxima pandemia” (11).
El 2008, una comisión convocada por el Pew Research Center publicó un informe sobre la “producción animal en granjas industriales” (12 y 13), en donde se destacaba el agudo peligro de que “la continua circulación de virus (…) característica de enormes piaras, rebaños o hatos, incremente las oportunidades de aparición de nuevos virus por episodios de mutación o de recombinación que podrían generar virus más eficientes en la transmisión entre humanos”. La comisión alertó también de que el imprudente uso de antibióticos en las factorías porcinas estaba propiciando el auge de infecciones estafílocócicas resistentes, mientras que los vertidos residuales generaban brotes de escherichia coli y de pfiesteria (un protozoo que ha matado a mil millones de peces en los estuarios de Carolina y contagiado a docenas de pescadores).
Igualmente denunció una obstrucción sistemática de sus investigaciones por parte de las grandes empresas, incluidas las amenazas de suprimir la financiación de los investigadores que cooperaran con la comisión.
Es evidente que el modelo de explotación pecuaria está generando serias amenazas a la salud. Este sector se ha visto transformado en estas últimas décadas “en algo que se parece más a la industria petroquímica que a la feliz granja familiar que pintan los libros de texto en la escuela. En 1965, por ejemplo, había en los EEUU 53 millones de cerdos repartidos entre más de un millón de granjas; hoy, 65 millones de cerdos se concentran en 65.000 instalaciones. Eso ha significado pasar de las anticuadas pocilgas a ciclópeos infiernos fecales en los que, entre estiércol y bajo un calor sofocante, prestos a intercambiar agentes patógenos a la velocidad del rayo, se hacinan decenas de millares de animales con más que debilitados sistemas inmunitarios” (14).
La historia es similar a la de la gripe aviar. Según un informe de la FAO, las condiciones insalubres y de hacinamiento de los criaderos y el uso masivo de antibióticos, hacen posible la recombinación de virus y el desarrollo de nuevas formas; una vez que esto ocurre, el carácter centralizado de la industria garantiza que la enfermedad se disemine, ya sea por las heces fecales, el alimento, el agua, o incluso las botas de los trabajadores (15).
Sin embargo, la presión de las grandes e influyentes empresas ganaderas sobre los gobiernos de los Estados que se benefician de sus modos de explotación animal y sobre las instituciones sanitarias de carácter mundial, está logrando que se desvinculen oficialmente sus actividades con la aparición de la nueva gripe. Existen antecedentes cercanos del poder de estas empresas. “El gigante avícola Charoen Pokphand, radicado en Bangkok, fue capaz de desbaratar las investigaciones sobre su papel en la propagación de la gripe aviar en el sureste asiático” (16), Y ello a pesar de la enorme letalidad del virus que provoca la gripe aviar, que alcanzó el 73% de las personas infectadas en 2004 y el 63% en 2006 (17).
NI SISTEMAS DE VIGILANCIA EPIDEMIOLÓGICOS NI REGULACIÓN ALIMENTARIA
Françoise Weber, directora del Instituto Nacional de Vigilancia Sanitaria de Francia, criticó el pasado 27 de abril, la falta de mecanismos de detección en México: «La manera en la que se detectan los casos en Estados Unidos, en Canadá y en Europa es muy distinta a la manera en la que se detectan en México. La epidemia circuló en México desde hace semanas y sólo se detectó al cabo de varias semanas cuando llegaron los casos más graves y los decesos» (18).
Parece evidente la falta de voluntad política de los gobiernos mexicanos para gestionar enfermedades avícolas y ganaderas. Hace 30 años cerraron dos instalaciones especializadas y han desoído, desde 1999, las recomendaciones de la OMS de crear laboratorios para desarrollar tratamientos de inmunización (19). En la actual crisis no dio la alerta, ni movilizó seriamente a sus servicios de salud, ni informó en su momento a la OMS. Sin embargo, la situación apenas es mejor en EEUU, “donde la vigilancia se deshace en un desdichado mosaico de jurisdicciones estatales y las grandes empresas pecuarias se enfrentan a las regulaciones sanitarias con el mismo desprecio con que suelen tratar a los trabajadores y a los animales” (20). Es más, según el Centro para el Control y Prevención de Enfermedades de EEUU, “no existe un sistema nacional de monitoreo que determine cuáles son los virus que prevalecen en la población porcina de Estados Unidos” (21).
En abril de 2009, la organización internacional sin fines de lucro GRAIN -que trabaja apoyando a campesinos y agricultores en pequeña escala-, negaba la existencia de un sistema de monitoreo a nivel mundial: “¿Podría haber una situación más ideal para el surgimiento de una pandemia de influenza que un área rural pobre, llena de criaderos industriales propiedad de empresas transnacionales a los que les importa un bledo el bienestar de la población local? Los residentes de La Gloria han intentado resistirse por años al criadero de Smithfield. Y durante meses intentaron que las autoridades hicieran algo en relación a la extraña enfermedad que los afecta. Siguen ignorados. Sus voces no lograron hacer llegar ni una sola señal al radar del sistema mundial de detección de enfermedades emergentes de la Organización Mundial de la Salud. Los brotes de gripe aviar en Veracruz tampoco detonaron una respuesta de la Organización Mundial de Sanidad Animal. Las noticias surgieron solamente de fuentes privadas. Y a esto se le llama monitoreo mundial” (22).
El gobierno francés, como el resto de gobiernos de los Estados económicamente poderosos, mantiene una política falaz. Mientras impulsan una ganadería intensiva y productivista, lo que favorece una gran concentración empresarial y de poder mundial de esta industria, mantienen una baja regulación interna del sector e impiden promover una regulación internacional. Y cuando las acusaciones y denuncias afloran en sus Estados, amparan a las empresas que se trasladan a otros países con leyes aún más permisivas o inexistentes.
Así actuó Smithfield Foods, que trasladó parte de sus criaderos a países como México, Rumania y Polonia, tras ser “reiteradamente acusada de contaminar agua, suelo y aire, y de no respetar los derechos humanos de sus trabajadores”, siendo denunciada públicamente en 2005 por Human Rights Watch. Al margen de haber provocado la ruina de miles de pequeños ganaderos en estos países -en Rumanía los criaderos de cerdos han descendido en un 90% y en Polonia un 56%, según información publicada en The New York Times el 6 de mayo de 2009-, “la compañía obtiene millones de euros de subsidios económicos proporcionados por la Unión Europea”, y eso a pesar de que en 2007 “cerca de 67 mil ejemplares murieron o fueron eliminados, como resultado de la fiebre porcina, dentro de las instalaciones de la empresa en Rumanía. Dos de las plantas operaban sin permiso, sus directivos no informaron adecuadamente del fallecimiento de los animales y sus empleados se movían libremente entre las distintas granjas sin tomar medidas de seguridad. Los científicos han encontrado elementos de este virus porcino (uno de Europa o Asia, y otro de América del Norte) en el código genético del virus de la actual influenza A(H1N1)” (23).
La Sra Françoise Weber parece desconocer en qué emplea los fondos públicos el gobierno al que sirve o que en Indonesia -donde la gripe aviar sigue matando-, no hay normas legales que obliguen a los grandes criaderos industriales a informar de los brotes de gripe aviar y que las autoridades no pueden entrar en éstos sin el permiso de las empresas (24). Y debería plantearse porqué, después que un estudio de 2007 (Centre for Indonesian Veterinary Analytical Studies) encontrase que estaban infectados de gripe aviar el 84% de los pollos que llegaban a los mayoristas de la densamente poblada ciudad de Jakarta -casi todos transportados por las grandes compañías avícolas-, dichas compañías no respondiesen por tal hecho. O porqué en Vietnam, el conglomerado comercial Charoen Pokphand, tampoco se molestase en responder a las acusaciones del director del subdepartamento de sanidad animal de la provincia de Ha Tay sobre la existencia de 117 mil pollos infectados en sus granjas, y que desde éstas se extendiese la gripe aviar por todo el país (25). En Indonesia y Vietnam, como en otros países asiáticos, las políticas desarrolladas para enfrentar la gripe aviar han devastado los pequeños criaderos y las formas de explotación locales, sin embargo sus gobiernos se han mostrado incapaces para hacer frente a las grandes corporaciones avícolas.
En este contexto son más que preocupantes las afirmaciones de la OMS de estar preparados para una nueva pandemia, “sin mayor necesidad de nuevas inversiones masivas en vigilancia, infraestructura científica y regulatoria, salud pública básica y acceso global a fármacos vitales. No es tan difícil que falle el sistema de alertas, habida cuenta de que, sencillamente, no existe. Ni siquiera en la América del Norte y en la Unión Europea” (26).
Durante más de una década, la actuación de la OMS y de los centros de control de enfermedades se ha limitado a alertar del riesgo de una nueva pandemia, llamando a los gobiernos a crear sistemas de vigilancia y centros de producción de vacunas y antivirales. Pero han eludido denunciar las causas y alertar a las poblaciones, no han exigido a los Estados que tomen las medidas de regulación precisas sobre las industrias de explotación animal y alimentarias, no han impulsado la salud pública mundial, y no han realizado los debidos seguimientos. De hecho el sistema de alertas y la estrategia antipandémica de la OMS ha fracasado desde el inicio de esta pandemia.
Y no se puede culpar del fracaso a los gobiernos de México, Indonesia, Vietnam o a cualquier otro Estado dependiente, sin culpar previamente a los gobiernos de EEUU, la Unión Europea y los Estados hacia los que fluye la riqueza que se genera en el mundo, por el amparo que dan a las tropelías de las grandes compañías pecuarias, por mantener bajas regulaciones internas y favorecer que no se disponga de regulaciones internacionales sobre la explotación de las granjas animales y la industria alimentaria, por no impulsar sistemas de vigilancia eficaces tanto de carácter local como mundial, y por no dotar a los países de bajas y medias rentas de los mecanismos necesarios.
FARMACÉUTICAS: NO HAY MAL QUE POR BIEN NO VENGA
La hipocresía de los gobiernos de los Estados poderosos alcanza también a su política de inversiones, destinada a combatir los riesgos provocados por la industrialización aberrante de las granjas -industrialización que ellos mismos promueven-, en lugar de atacar las causas e impulsar medidas de carácter preventivo -“los criaderos industriales son los caldos de cultivo de la pandemia y lo seguirán siendo mientras existan”-. Estas inversiones se centran en la industria farmacéutica y se orientan hacia el interior de sus fronteras. El disparate de esta política, en un mundo globalizado y donde las epidemias locales emigran con la misma facilidad que los capitales, ha quedado demostrado ante la rápida extensión de la nueva gripe.
Pera lo que sí ha demostrado eficacia esta política es para impulsar los enormes beneficios, en primer lugar, de las grandes empresas pecuarias y, en segundo, de la poderosa e influyente industria farmacéutica, la gran beneficiada de la actual crisis y del caos que supone el actual modelo de explotación de las granjas.
Confiar en que la investigación y producción de fármacos -en manos de las transnacionales farmacéuticas-, solucione los problemas mundiales de salud pública, es suicida. El 90% de los fondos dedicados a investigación sanitaria está en manos de un puñado de Estados, que dan prioridad a sus propias necesidades de investigación médica. Tan sólo el 10% de la investigación se dedica a los males que causan el 90% de las muertes en todo el mundo, cuando los países de rentas bajas y medias agrupan al 85% de la población mundial y soportan el 92% de la carga de enfermedad, mientras que los países ricos, con el 15% de la población mundial, soportan sólo el 8% de esa carga (27).
Pero además, el objetivo de las farmacéuticas es obtener una alta rentabilidad económica en el desarrollo de sus funciones, lo que altera su teórica finalidad social. En el decenio 1996-2005 la tasa de rendimiento medio de las empresas farmacéuticas sobre el capital invertido fue del 29%, una vez deducidos los impuestos (28). A pesar de tales beneficios, “cuando países como África del Sur, Brasil, India o Tailandia fabrican medicamentos a bajo precio, las grandes transnacionales los denuncian ante la Organización Mundial del Comercio (OMC), o ante los tribunales judiciales. India perdió un litigio en la OMC frente a Estados Unidos y a la Unión Europea, y la mayoría de las 39 transnacionales farmacéuticas que iniciaron un juicio ante los tribunales contra África del Sur desistieron a causa de la conmoción mundial que produjo la demanda. Algunos grandes laboratorios han prometido rebajar los medicamentos contra el SIDA destinados a los países africanos, pero en ningún caso quieren aceptar la competencia de los mismos medicamentos producidos en países del Tercer Mundo, mucho más baratos. Incluso el laboratorio Pfizer ha preferido poner gratuitamente un medicamento, el fluconazole, a disposición de los enfermos en África del Sur, a aceptar la competencia del mismo producto de origen tailandés, quince veces más barato” (29).
La preocupación ante la nueva pandemia y otras futuras aumenta, sobre todo en los países de bajas rentas, por el comportamiento del tándem OMS-farmacéuticas ante la gripe aviar. El antiviral Oseltamivir (Tamiflu), recomendado por la OMS y el Centro de Control y Prevención de Enfermedades de EEUU -y considerado fundamental en los primeros momentos para tratar y contener la infección en humanos-, “no estaba disponible en grandes cantidades a ningún precio” en los países azotados por la gripe aviar. “Los países ricos bloquearon el suministro aunque allá no hubiera brotes del virus H5N1” (30). A pesar de este bloqueo, Indonesia envió al Sistema Global de Vigilancia de Influenza de la OMS el virus H5N1 obtenido de sus víctimas en el brote del año 2005, que fue seleccionado por la OMS para usarlo en vacunas. ¡La vacuna fabricada no estaría, sin embargo, a disposición de los indonesios!
El Sistema Global de Vigilancia de Influenza es un ente de colaboración internacional en salud pública encabezado por la OMS. Su papel es recoger muestras de los virus y seleccionar las cepas que puedan ser usadas para producir vacunas. Las muestras de los virus se recogen gratuitamente y gratuitamente se entregan a las farmacéuticas, concentradas en un 90% en los países industrializados. “Los laboratorios clave del sistema, llamados Centros de Colaboración con la OMS, están localizados en países ricos -Japón, EEUU, Gran Bretaña y Australia-. De éstos, las instalaciones dominantes son los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades, cuya sede principal está en Atlanta, y pertenecen al Departamento de Salud y Servicios Humanos estadounidense, cuyas competencias técnicas superan claramente a las de los otros” (31).
La industria farmacéutica es la principal beneficiaria de este sistema de vigilancia. Mientras los países que remiten las muestras pierden todos los derechos legales sobre los virus enviados, las multinacionales farmacéuticas -que consideran que los recursos del sistema de vigilancia son de libre apropiación-, sacan al mercado los productos elaborados a partir de las muestras remitidas gratuitamente, haciendo valer la actual legislación internacional sobre patentes y propiedad intelectual, e imponiendo sus precios y condiciones de comercialización.
La servidumbre de la OMS ante la industria farmacéutica, se manifiesta en su falta de interés por evitar que los intereses privados se apoderen de bienes de salud pública y en su impasibilidad ante la guerra abierta por las farmacéuticas y los Estados que las amparan, para impedir que prosperen las exigencias de los Estados dependientes por acceder a la investigación y a la producción pública de antivirales genéricos -a bajo precio-.
La actual pandemia ha disparado la demanda de vacunas de gripe, superando la capacidad de producción de la industria farmacéutica, lo que impulsa el alza de los precios y el aumento de la tasa de ganancia de la industria farmacéutica. De ahí su escaso interés en hacer contratos a precios asequibles con los países del sur. Pero además, como esa capacidad productiva se halla en los países de elevadas rentas, el resto se verá relegado al final de la lista para recibir vacunas. El resultado será que la mayoría de los enfermos y muertos -ya sea en esta pandemia o en las que vengan-, los pondrán los países del sur, que verán golpeadas con dureza sus debilitadas economías.
El compromiso del pasado mayo entre la OMS y los laboratorios de entregar el 10% de la producción de la vacuna de la nueva gripe casi a precio de coste (32), no soluciona el problema dado que los países pobres y en desarrollo representan mucho más del 10% de la población mundial. De ahí que 118 países -encabezados por Indonesia, Tailandia, India, Nigeria y Brasil- hayan solicitado un acceso más fácil a las vacunas y que les sea transferida la tecnología para fabricarlas, en justa compensación a su colaboración y aporte de cepas para su elaboración (33). Parece evidente que limitar el control de las corporaciones farmacéuticas, acabar con el monopolio de las tecnologías en vacunas y poner mayores recursos de salud pública en manos de los países de rentas bajas y medias, reduciría el impacto de futuros brotes. Sin embargo, todo apunta a que no se transferirá investigación ni producción si las empresas farmacéuticas ven amenazados los beneficios que la venta de vacunas y antivirales les reporta.
Igualmente estos países han pedido que la pandemia de gripe unida a la crisis económica global, no sirva de justificación para disminuir financiación a la lucha contra otras enfermedades que están muy expandidas en sus poblaciones (tropicales, tuberculosis, malaria, SIDA,…), y que causan millones de muertos cada año. Es evidente que el temor de estos países por una pandemia de gripe no es mayor que el temor a ver recortados los fondos para combatir otros males endémicos que diezman sus poblaciones y tienen graves repercusiones sobre sus economías, cuya causa radica en la desigualdad y la pobreza, careciendo por ello del impacto en la opinión pública mundial que está teniendo la gripe porcina.
¿DÓNDE ESTÁ LO PÚBLICO?
Tanto en la actual crisis sanitaria como en el caso de la gripe aviar, los Estados de elevadas rentas y los organismos sanitarios internacionales, culpan sistemáticamente a los gobiernos de los Estados pobres o en vías desarrollo por mantener unos servicios públicos y de sanidad de baja calidad, dando lugar a la extensión de los focos epidémicos y a un elevado número de fallecimientos.
Con estas acusaciones pretenden desviar la atención del papel que están jugando en el desmantelamiento de esos servicios públicos y de los sistemas públicos de salud en dichos países y en todo el mundo, a fin de abrir a las grandes multinacionales de servicios nuevas posibilidades de negocio -sólo el sector del agua genera unos ingresos anuales de un billón de dólares y eso que actualmente sólo está privatizado el 5-10 por ciento del sector mundial (34)-.
Durante 30 años de hegemonía neoliberal, las grandes multinacionales se han servido de instituciones internacionales como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la Organización Mundial del Comercio (OMC), para imponer sus políticas a los diferentes países por encima de la voluntad e intereses de sus ciudadanos. En 1999, el Acuerdo General de Comercio y Servicios de la OMC impuso nuevos y severos límites sobre la capacidad que tienen los gobiernos para mantener o crear formas de protección al medio ambiente, a la salud, al consumo o para implementar normas de interés público, restringiendo la utilización del presupuesto público en la construcción de infraestructuras, servicios municipales, obras de saneamiento, gestión de residuos, agua o programas sociales. Y obligó a los gobiernos a reducir drásticamente las regulaciones internas que fuesen un impedimento para el comercio, y a derogar todos los procedimientos o normas técnicas que impidiesen o limitasen la concesión de licencias de apertura a servicios sanitarios privados (35).
Esta mercantilización de los servicios públicos está dificultando en buena medida responder debidamente en las crisis sanitarias, porque incluso en las fórmulas más suaves en las que conservan nominativamente su titularidad pública y la gratuidad en el momento de uso, tienden a comportarse según la lógica del mercado y a tratar a las poblaciones como meros consumidores sin otro tipo de derechos, haciendo depender la orientación, cantidad y calidad de los servicios de su rentabilidad económica -en lugar de hacerlo según las necesidades existentes-. “Los servicios de salud pública y de atención veterinaria situados en el frente de batalla están en ruinas, la autoridad para impartirlos se puso en manos de la iniciativa privada, y sus intereses obedecen a la lógica del status quo” (36).
ES PRECISO UN CAMBIO RADICAL
Vivimos en un mundo donde la aberrante industrialización del sector alimentario amenaza la salud del consumidor y pone en peligro la seguridad sanitaria mundial, y a su vez es incapaz de evitar que mil millones de personas padezcan hambre (37) -cuando, según la FAO, existen recursos suficientes para alimentar a 12.000 millones de personas, el doble de la población mundial-, o de evitar que 35 millones de personas mueran al año por esta causa o problemas derivados de la desnutrición (38).
No es admisible un sistema alimentario donde los beneficios económicos de propietarios y accionistas de las empresas que operan en él, se incrementan a medida que su actividad aumenta el riesgo sanitario para las poblaciones. Ni es admisible que los desastres y riesgos provocados por una industria alimentaria centrada únicamente en el enriquecimiento de una minoría, impulsen los beneficios económicos de otros sectores empresariales, como la industria farmacéutica.
No es tolerable la existencia de una industria farmacéutica que prescinde de las necesidades de pueblos y personas, y supedita su investigación y producción a la obtención de beneficios económicos, siendo éstos los determinantes para definir quienes tienen acceso a esa producción. O que el juego de patentes sirva para que las multinacionales farmacéuticas radicadas en los países ricos se apropien gratuitamente de los recursos públicos y de los recursos de los países pobres, mientras que el precio que esas empresas marcan arbitrariamente a sus productos impide el acceso a los mismos de países y personas que los necesitan.
Tampoco es tolerable que se someta a la lógica del mercado a los servicios sanitarios públicos, y que el ánimo de lucro de los consorcios sanitarios defina la orientación de sus políticas sanitarias y los derechos en salud de pueblos e individuos.
Hay demasiados signos de barbarie en el actual modo de producción, que determina un desarrollo económico y unas formas de vida insostenibles, y donde el interés de unas minorías privilegiadas determina la organización mundial. Cada día que pasa los poderes económicos y políticos mundiales acercan a las sociedades, a la humanidad, a un inmenso criadero de ganado.
El reconocimiento oficial de brotes epidémicos y riesgos para la salud se está logrando a través de la movilización de las poblaciones afectadas contra las empresas que los causan, mientras gobiernos y organismos sanitarios oficiales mundiales permanecen impasibles ante estos hechos o amparan a esas empresas. Es inútil esperar que las soluciones partan de la OMS, de la Organización Mundial de Sanidad Animal o de los gobiernos. La experiencia con la gripe aviar demuestra que estas entidades no van a asumir una línea dura contra los criaderos industriales.
“De nuevo, es la gente la que tiene que tomar la delantera y protegerse a sí misma”. Es preciso informarse e informar. Es preciso apoyar a las miles de comunidades que luchan contra las granjas fabriles. Es preciso exigir sistemas de salud pública y de alimentación que respondan a los intereses de la gente y que rindan cuentas. Y sobre todo, es preciso instaurar sistemas de control social de la producción y de los sistemas sanitarios.
Jaime Baquero es miembro del MATS
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Publicado en www.rebelión.org 06-10-09