Pilar González. La palabra es fea. Fea de cojones, utilizando el lenguaje machista. Tan fea como miembra. Barrunto que ninguna de las dos será incorporada a la regla del idioma que hablamos. La propuesta de Irene Montero no triunfará en esta ocasión. Ella sí ha triunfado. Sin duda. Con una sola palabra ha levantado un tsunami mediático, ha despertado jaurías patriarcales y ha ocupado más tiempo informativo que la imputación de Camps o el negocio de los bancos con las pensiones auspiciado por el propio presidente del gobierno.
¿Tanto escándalo por una palabra justo después de que el CIS publique su encuesta sobre el panorama político? Supuestamente todos tendrían que estar tranquilos: el bipartidismo de la Restauración Borbónica sobrevive, las sirenas naranjas cantan y cae la nieve. ¿Es todo tal cómo parece o hay otros análisis posibles de la encuesta del CIS más allá del titular sobre la derecha? ¿Tal vez es que este no será un año de bienes?
Una de las reglas de la comunicación política es hacer lo posible por marcar la agenda, por incluir temas que tengan impacto en el debate público, provocar opiniones, de rechazo incluidas, intentar, en lo posible, definir un marco conceptual favorable a las tesis de quien toma la iniciativa. Quien lo consigue tiene garantizada su supervivencia. Quien no lo consigue pasa lenta e imperceptiblemente al arrumbe del olvido.
Irene Montero ya era adversaria de la derecha. Ahora se ha convertido, además, en adversaria de la Real Academia (donde la presencia de mujeres es ridícula), del ministro barón, de los machistas habituales, de la España de micrófono, cerrado y sacristía… Ha introducido de nuevo en el debate público el marco de la igualdad y el feminismo. Brava! Ustedes juzgarán si la señora Montero ha conseguido su propósito o no.
En un momento en el que la reacción machista más burda contra el #MeToo viene de quienes pretenden convertir la lucha feminista en puritanismo trasnochado (más quisieran), es políticamente inteligente mantener la tensión dialéctica en todos los escenarios. Y el lenguaje es uno de los más significativos. El objetivo, la igualdad, es importante, demasiado importante. Es muy probable que la palabra portavoza no pase la regla del libro de estilo de la comunicación política correcta y bien hablante (aunque no puedo asegurarlo, jueza costó trabajito, pero hoy está consolidada). Pero Irene Montero es de las políticas que marcan la agenda. Y es feminista. Y eso es un éxito para todas las mujeres, incluidas las que la critican. Y tal vez es eso lo que la academia, el ministro barón, los machistas habituales y la España de cerrado y sacristía no soporta.
Tengo algunas amigas que inventan palabras. Sofía Serra, la autora de la fotografía que ilustra este artículo es una de ellas. Es artista, hechicera, bruja, Maga del lenguaje, lo crea, lo modifica, lo compone y descompone, lo hace materia en sus manos. Es poeta, no poetisa. No le he preguntado su opinión sobre la palabra de marras, me la dirá, franca y honesta como es, cuando ella quiera y tal vez coincida con la mía en la nula belleza de la misma. Sofía no tiene nada que ver con Irene, pero tiene el mismo valor: el coraje de enfrentarse a las reglas. Ellas y tantas, y tantas y tantas…. Para todas mi respeto. No me gusta la palabra portavoza, pero aquí está mi espada para este combate.
Pregonera, en cambio, es una palabra mucho más bonita, no es compuesta, ni neutra. Es femenina y sola y, al fin y al cabo, en su función viene a significar lo mismo que portavoza. Hoy son noticia las pregoneras del Carnaval de Cádiz. A ver si hay narices de meterse con ellas…. sin una sonrisa.