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Sólo me queda una débil esperanza y es que Íñigo Errejón se presente como candidato a la presidencia del gobierno

Clara Domínguez|

 

Me acuesto horrorizada con las imágenes de las personas que viven hacinadas en la cubierta del Open Arm. En sus caras se adivina los sufrimientos pasados y la incertidumbre del futuro. Están cerca de las costas italianas donde un nuevo Mussolini busca sacar rédito electoral con la vieja fórmula de usar el miedo al futuro de los italianos para ir envileciendo los sentimientos colectivos y abonar el campo político para que arraiguen los discursos fascistas.

Pero ¿y España? El barco navega bajo pabellón español y aún tenemos vivo el recuerdo de cómo Pedro Sánchez irrumpió como Presidente del Gobierno, abriendo el puerto de Valencia al Aquarius, en un gesto de humanidad con el que comprendimos que era el símbolo de la voluntad de justicia que iba a presidir una nueva época, justo lo opuesto que había hecho Rajoy, escatimando incluso el cupo de refugiados que le había asignado la UE.

Pero, en un año, parece que todo ha cambiado. Es el maleficio que contagia a los candidatos socialistas cuando llegan al poder. Le paso a Felipe González, que había logrado seducir a toda la izquierda española en el 82 y que luego se convirtió en un adicto a los poderes económicos. Le sucedió a Rodríguez Zapatero que pasó del republicanismo de Petit a la modificación neoliberal de la Constitución para satisfacción del PP.

Y ahora le está pasando a Pedro Sánchez que se está burlando de todas nosotras con una no negociación de su investidura. Solo pose, solo dilación.

La pasividad ante la tragedia del Open Arms y las excusas para no negociar un gobierno progresista, tienen en común la mutación de un Pedro Sánchez que primero fue un líder atento al sentir del electorado de izquierda y ahora se ha convertido en un político prepotente y oportunista que ni escucha ni siente. Y lo peor ha sido la rapidez de esta triste decadencia política de una persona que tanta esperanza había despertado.

No me cabe duda de que esta injustificable y larguísima espera para la formación de un gobierno que tanto necesitamos no hubiera sido posible sin la prepotencia y el tacticismo del otro líder parlamentario de la izquierda. Pablo Iglesias ha sido la contraparte perfecta para justificar lo injustificable en el comportamiento político del Presidente en funciones.

Así que he pasado de la euforia de la noche electoral al más rotundo pesimismo. Y pienso ¿si hay nuevas elecciones, a quién votaré? Desde luego que no a Pedro Sánchez y tampoco a Pablo Iglesias y no quiero darle el voto de forma indirecta a la derecha absteniéndome ni votando en blanco. Sólo me queda una débil esperanza y es que Íñigo Errejón se presente como candidato a la presidencia del gobierno para defender la democracia, la transición ecológica y la igualdad social.

 

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