Nada de lo ocurrido en el PSOE estos últimos tiempos estaba escrito en su hoja de ruta. Un hombre de paja a modo de flautista de Hamelin ha sido capaz de tumbar al todopoderoso establishment socialista y dar al traste con lo que ya estaba escrito desde hace años: Susana Díaz llegará a ser quien sustituya a Rajoy. Se escribió tan arriba esa partitura política que quizás olvidaron que podía ser sólo música celestial, como así fue.
Lo del pasado domingo es un obús en la línea de flotación no sólo en el aparato del PSOE, sino de todo el poder de este país. Estos años atrás han servido de preparación de lo que debía ser y por ello Susana Díaz se fue ganando el beneplácito del poder de este país. Como si de un manijero se tratara, lo primero que hizo Susana Díaz fue convencer a Felipe de que ella era la persona idónea para la alternancia con el PP y, a partir de ahí, marcar una hoja de ruta en paralelo a los designios del poder financiero y mediático de este país que la llevaran en volandas a La Moncloa “cuando tocase”. La expulsión de IU-CA del poder de la Junta de Andalucía y su posterior acuerdo con Ciudadanos, forman parte del puzle diseñado. Asistíamos a la versión 3.0 de la Gran Coalición en matiz ibérico, una especie de entendimiento Cánovas-Sagasta dirigido desde el poder y para el poder, en el que la alternancia se controla hacia una persona capaz de renunciar a los principios básicos de la ideología en pro del mantenimiento del sistema y a costa de lo que sea. Sin duda la ambición personal que caracteriza a Susana Díaz y su espíritu maquiavélico encajan perfectamente en el cliché dibujado para tal fin.
Ahí debemos entender la operación en aquel triste Comité Federal del PSOE cuando Pedro Sánchez, su hombre de paja, en un gesto de fuerza es descabalgado porque se le ha rebelado pretendiendo escribir una historia diferente a la prevista, de la misma manera que es ahí donde debemos entender la vergonzante abstención en la investidura de Rajoy. Susana Díaz, los barones y el “Consejo de Ancianos” están dispuestos a desdibujar al PSOE, a sonrojar a su militancia, con tal de que algún día Susana Díaz ocupe el sillón de La Moncloa.
Hasta ese día Susana Díaz simbolizaba el poder omnímodo del PSOE con tal fuerza que nadie osaba discutir ni su liderazgo, ni su hoja de ruta. Sólo una pequeña parte del bunkerizado Ferraz estaba dispuesto a dar la batalla. Pero aquello fue hasta ese día, hasta el día que humilló a su militancia colocando al presidente de la derecha con los votos de la izquierda. Desde ese día la imagen de Susana Díaz, la del socialismo rociero de campechanía chabacana, comienza a perder enteros no sólo ante sus militantes, sino también ante la ciudadanía. Y esa imagen que cultiva en Andalucía –que a muchos nos parece sonrojante- comienza a chocar con la pluralidad del Estado, con las diferentes formas de ser en España, a lo que le añade el explosivo cóctel de la defensa del españolismo uniforme y el antiizquierdismo con clara animadversión antipodemista durante su campaña en la primarias. La que estaba llamada a ser la gran lideresa del PSOE comienza a jugar en el terreno en el que históricamente ha jugado la derecha y nadie le advierte del error en un partido cuya militancia es sociológicamente de izquierdas.
La soberbia y la prepotencia de todo el aparato susanista comienza a ser consciente de la realidad cuando presentan avales y sienten el aire sanchista de la militancia en el cogote. Sólo Andalucía es bastión claro del susanismo y la posibilidad de la derrota comienza a hacerse patente. Es el primer gran traspiés en la hoja de ruta y el resultado final ya lo conocemos.
Hoy Susana es menos Susana, quizás vulnerable hasta en Andalucía. Aún no sabemos la envergadura del boquete abierto en el susanismo, pero no cabe duda que la Susana que ha vuelto después del portazo en Ferraz, con un mal perder y tapando la herida con el argumento del apoyo en Andalucía, no es la presidenta que se fue. El deterioro de la imagen de Susana Díaz ante las bases del PSOE -y ante la ciudadanía- es un retroceso vertiginoso que se agranda cuando se conoce la grave circunstancia de tener menos votos que avales, algo que en clave territorial se ha interpretado como el reflejo de un poder ejercido con tintes de caciquismo dentro del partido y dentro de Andalucía. Quizás esto último sea el mejor botón de muestra del regusto que el susanismo ha dejado en todo este proceso.
Marcos Quijada