El jueves escuché en la radio a un autónomo que ha cerrado su tienda por impago. No cobró nada de su primer deudor: un ayuntamiento. Aunque se ha separado de su mujer, sigue conviviendo con ella es una especie de matrivorcio para evitar que el banco se lleve la casa. No puede pasar la pensión de sus hijos. Así que les lleva alimento de lo que arrampla en un comedor social. Para entrar, dobla el traje y guarda la corbata en el bolsillo de la chaqueta. No encuentra trabajo. Es uno más del millón de andaluces que pertenece a esta nueva clase social de empobrecidos que guarda las apariencias con el estómago vacío. Uno de cada cuatro andaluces está parado.
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