La Puerta del Perdón de la Mezquita de Córdoba acoge al creyente y al agnóstico, al religioso o al ateo, a todas las culturas, sensibilidades, estéticas o razones. Tal es la Grandeza. Por ello hay que salvaguardar para las generaciones futuras, evitándose así el atroz ejemplo, esa inicua catedral bochornosa, destructora del cuerpo central del mayor templo islámico del mundo en su tiempo; porque representa el paradigma de la barbarie absoluta, junto con las tumbas malditas allí presentes de los que ordenaban torturar y quemar viva a la discrepancia; al lado del recordatorio laureado en mármol de los frailes que fueron ajusticiados por pertenecer a una iglesia que, brazo en alto e impasible el ademán ostenta el triste record -y así se enseña allende Pirineos a cualquier escolar del continente, excepto perrunos docentes triperos- de haber amparado las mayores matanzas en tiempo de paz de toda Europa, dentro y fuera de las cárceles del exterminio de su glorioso movimiento nacional.
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