José Luis Serrano.
(Texto leído en el acto de izado de la bandera en Albolote, día de Andalucía 28 de febrero de 2012)
Yo la vi por primera vez a las cinco de la tarde del 5 de junio de 1976 en la plaza de Fuentevaqueros. Lo llamativo no es ni el cuándo ni el dónde. Lo llamativo es que yo podría responder a la pregunta de cuándo la viste por primera vez, y que estoy casi seguro de que ninguno de los presentes con menos de cuarenta años podría hacerlo. Para vosotros los más jóvenes no es tan nueva, siempre ha estado ahí porque desde el comienzo de la transición esta bandera nos acompaña, es una bandera institucional, está por doquier. Pero para mi generación es una bandera nueva.
Yo tenía quince años y mi adolescencia coincidía con la del país. Después de cuarenta años las autoridades habían concedido un permiso de treinta minutos para homenajear a Federico García Lorca. Varios ciudadanos la llevaban en alto, como si fuese un ala delta o un palio que los cubriera del sol de junio y los protegiera de los años de infamia que por entonces comenzaban a terminar (sin acabar de acabarse todavía). Creo que los portadores de aquella bandera «tan nueva» no sabían, no podían saber, que ya mil años antes un poeta andalusí había dejado escrito que esa bandera despliega sobre quien la lleva un ala de delicia.
En el otoño de aquel año la vi ondear por primera vez. Los de COU salíamos de clase en el Instituto Padre Suárez y allí estaba, frente a nosotros, en el mástil del balcón principal de la Normal, la Escuela de Magisterio, allí la había izado, sola pero no solitaria, un joven bibliotecario llamado Sebastián de la Obra. Entonces los de COU no sabíamos, no podíamos saber que las viejas banderas capturadas a los nazaríes granadinos, eran verdiblancas como aquella que veíamos ondear por primera vez. Tan nueva. Durante el franquismo, en la escuela nos explicaban la patraña de Pelayo, nos hacían memorizar los nombres de los reyes godos, de los régulos de Navarra y de unos condes que se llamaban García Sánchez o Sancho Garcés. Nadie sabía nada de Abderramán III y sin embargo sabíamos que había uno que se llamaba Favila con su oso y otro Recesmundo o Recesvinto o Atanagildo. En Historia del Arte, nos hablaban como mucho del Palacio de Carlos V. Y en las enciclopedias veíamos tres banderas, una rojigualda con un águila, otra rojinegra con el yugo y las flechas, y otra blanca con la cruz de San Andrés. Nadie nos habló nunca a los niños de aquella generación de los constructores de La Alhambra, de la majestad de Ismael, de los cuatro poetas que dejaron sus versos por los muros, ni mucho menos de la estrella de ocho puntas de Tartesos, o de la más antigua bandera de Europa que era verde y se había hecho una cenefa con la aurora blanca.
Así que yo vi la verdiblanca como un ala de delicia en junio, como un estandarte de paz y esperanza en octubre, pero no entendí su significado hasta el 4 de diciembre del año siguiente 1977. No estará de más recordar para los más jóvenes que ese fue el día en que cientos de miles de andaluces salieron a la calle de todas las ciudades al grito de autonomía y libertad. No estará de más recordar que la verdiblanca inundó calles y balcones, y que los disparos de la policía terminaron con la vida de un muchacho que intentó ponerla en el único balcón oficial donde de forma provocadora no ondeaba, el de la Diputación de Málaga. Ese día —repito 4 de diciembre de 1977— yo conocí el significado más claro de esta bandera que tiene muertos, pero no mata.
Y aunque ese significado es complejo, creo que podré explicarlo en pocos minutos. Comencemos por el diccionario. Bandera es la tela rectangular, que se asegura por uno de sus lados a un asta o a una driza y se emplea como enseña o señal de una nación, una ciudad o una institución.
Pues pocas banderas en el mundo son más exacta enseña o señal de una nación que la verdiblanca de Andalucía. Primero porque es vieja, al menos tiene mil años, (Andalucía tiene al menos tres mil). Es la más antigua de las descritas en Europa, los sabemos porque en torno al año 1060, el poeta accitano Ibn Arqam la vio ondear en el alcázar de Almería y escribió:
Una verde [bandera], que se ha hecho de la aurora [blanca] un cinturón (wisah), despliega sobre ti un ala de delicia (naim)
Que ella te asegure la felicidad concediendote un espíritu triunfante. Observa con atención los felices augurios (f’al) que harán surgir ante ti el éxito.
(Abu-l-Asbag Ibn Arqam, siglo XI, rima aha, metro kamil).
Segundo porque la arbonaida pasa por sobre los cambios de época, como ha pasado nuestro pueblo: cambiando la comunidad de reconocimiento para que nunca cambie la comunidad de hábito. Tartesos o Turdetania, Bética, Atlántida o Al Ándalus, Andalucía … Tantos nombres para un solo pueblo que dura y dura. No importa cambiar de nombre y al menos los dos últimos Al Ándalus y Andalucía tienen una sola bandera. Y si le añadiéramos en su centro la estrella tartésica todos los nombres que he dicho para una sola bandera que dura, porque se sumerge y emerge y vuelve a sumergirse para durar. Como nosotros, como el pueblo andaluz. Como la cultura ancestral de una nación que sabe cambiar para que nada cambie.
Pero hay un problema con las definiciones. Sigamos leyendo el diccionario: bandera de combate es la nacional de gran tamaño que largan los buques en las acciones de guerra y en las grandes solemnidades.
Pues no nos engañemos la verdiblanca no es bandera de combate, ni de desfiles, no es bandera de clarines ni de timbales. Como excepción que confirma la regla sin espíritu numantino, cada ciudad andaluza (Andalucía es un país de ciudades) ha resistido militarmente sólo una vez en tres mil años: Córdoba a los bereberes de Zawi, Sevilla a los almorávides, Granada a los cristianos del norte, Cádiz a las tropas napoleónicas… Cuentan nuestras más viejas epopeyas redentoras que mientras Troya se consumía en la peor de las guerras, Gárgoris el primero de los reyes de los tarteso-atlantes se dedicaba a la apicultura y gobernaba un reino armónico y pacífico, de marinos y pastores, de pueblos blancos y piedras mágicas. Cuenta Abdalá el cuarto rey bereber de Granada que los andaluces eran por naturaleza incapaces para la guerra y, por eso, tuvieron que contratar como reyes a su familia de mercenarios. Lo mismo cuentan las crónicas de cántabros y bascones, de godos y gabachos. Siempre la misma idea en nuestros vecinos del norte y del sur. Los andaluces para la guerra no servimos. Nuestra bandera tampoco. Y sin embargo duramos.
Así que habrá que añadir una acepción a los diccionarios porque o hay banderas y banderas, o la arbonaida no es una bandera. Habrá que escribir que hay banderas de estado y de ejércitos, y hay banderas de naciones y de pueblos. Hay banderas que matan y banderas por las que como mucho se muere. Hay banderas de estados que se disfrazan de patria y hay banderas de naciones que son matria y nunca han sido estado, ni falta que les hace.
La verdiblanca no necesita ser jurada por nadie y no nos pide que demos la vida por ella. Ella como los andaluces no está hecha para la guerra y los cuarteles, sino para la paz y la esperanza. No sirve para pegar, no insulta a nadie, no agrede. Es una bandera de balcones y geraneos, de manifestaciones y esperanzas, de parados y de campesinos, de gentes de luz que a las gentes almas humanas les dimos.
Ese es su significado. Y ahora cuando Andalucía vive una situación de emergencia social, con una tasa demoledora de desempleo, con un retroceso escandaloso de las condiciones de producción, expoliada fiscalmente por el gobierno central de España y sometida a una colonización cultural arrogante por el neoespañolismo decrépito… Ahora cuando volvemos a ser una nación de emigrantes y cuando de nuevo nos invade el desánimo, tenemos que mirar a nuestra bandera para descubrir en ella lo que nos dijo el poeta hace mil años: Observa con atención los felices augurios (f’al) que harán surgir ante ti el éxito.
Lo mismo cantaba Carlos Cano: «Ay que bonica verla en el aire quitando penas, quitando hambres». Para eso sirve nuestra bandera, para quitar penas del alma y de los cuerpos. Para los buques de guerra… no; Para agredir al otro… tampoco. Quien quiera hacer eso que cambie de bandera. La nuestra no sirve para el desánimo, sino para la esperanza. No sirve para la bronca, sino sólo para los balcones de geraneos.
Y ahora que no estamos en una época de cambios, sino en un cambio de época, esa bandera tan vieja nos ayudará a recordar que tenemos tres o seis mil años; y esa misma bandera tan nueva nos hará saber que apenas tenemos quince o dieciséis años, que es primavera en los campos de la Andalucía trabajaora y que tenemos toda la energía para tirar PAlante.
¡Viva Andalucía libre!
28-F, El día de la dependencia andaluza
Un año más, este 28 de febrero los/as apologetas del Sistema, los/as que mantienen a nuestro pueblo en la ignorancia y la alienación colectivas proclamando la existencia de democracia y autonomía, así como sus colaboradores/as necesarios/as, aquellos/as que afirman negarlo pero actúan como si las hubiese, volverán recitarnos esa manida leyenda ideada y propagada por el Régimen acerca de la gesta colectiva del 28-F y los cambios y avances que esta democracia y autonomía han supuesto para nuestro país.
Pero la realidad es “subversiva”, y se empeña en negar esa propaganda al servicio de España y el Capital. Por ello tienen que ocultarla y manipularla. Lo que podemos ver en las poblaciones y barrios de Andalucía es que no sólo estamos donde estábamos, sino que incluso en más de un parámetro estamos aún en peores circunstancias que entonces. Esto lo encubre el Régimen y sus voceros mediante la comparación de esta Andalucía con la de aquella época. Nos dirán que en la actualidad hay más carreteras, colegios, centros sanitarios, de esparcimiento, etc. Pero es en ese mismo hecho de comparar el pasado con el presente donde está la trampa. En la comparación de lo incomparable. Entre unas realidades diferentes, en lugar de entre las semejantes.
Si en lugar de comparar la Andalucía de hace décadas con la actual, se hace entre aquella Andalucía con respecto al resto del Estado de entonces, y la Andalucía de hoy con respecto al resto del Estado ahora, quedará la mentira al descubierto. En cualquier índice de progreso y bienestar que se escoja, estábamos entonces muy por debajo de la media y lo seguimos estando en la actualidad. La verdad que se nos desvelaría en ese caso sería la de que nada ha cambiado en lo fundamental. Y no podría ser de otra manera dado que nada se ha transformado en lo esencial. Seguimos desempeñando el mismo papel estructural colonial interior al que nos condenó la invención burguesa de España en el XIX y la imposición de nuestra pertenencia a los estados españoles.
El 4 de diciembre de 1977, unas manifestaciones convocadas por la llamada asamblea de parlamentarios andaluces, calificativo que a pesar de su denominación designaba en exclusividad al conjunto de electos al Parlamento Español en nuestra tierra, fueron trasformadas por el Pueblo Trabajador Andaluz en una muestra de identidad y en una reivindicación unánime de derechos. Dos millones de andaluces inundaron las calles de nuestra nación, y de aquellas otras en las que fueron obligados al exilio económico, proclamando su orgullo de ser andaluces y reclamando autogobierno. Volver a ser los dueños de sí y lo suyo. Fue tal el impacto que produjo ver a nuestro pueblo en pie, y tal el riesgo que suponía para el proyecto continuista post-franquista de la “transición”, que el españolismo se puso a trabajar para lograr que volviésemos al adormecimiento y la subordinación. La fórmula fue hacernos creer que sólo prometiéndonoslo todo se nos entregaba de manera efectiva lo reclamado. Las promesas tan solo sirvieron para postergar hasta el infinito la ejecución real de lo que se nos prometía. Un año después, reunidos en Antequera los que decían representarnos, firmaron un “pacto autonómico” que aparentando luchar por nuestro derecho al autogobierno, en realidad suponía la sumisión a España y el Capital, representados por la Constitución de 1978. Después, “izquierdas” y derechas del Régimen se repartieron los papeles de buenos y malos, los unos defendiendo la vía del artículo 151 y los otros la del 143, para acceder a esa descentralización de funciones estatales, esa “autonomía plena” que nos fue vendida como sucedáneo del autogobierno. En realidad, la diferencia entre uno u otro era sólo de plazos y grados de gestión administrativa. Ninguno conllevaba autogobierno real.
Aquel 28 de febrero de 1980, los andaluces y andaluzas respondieron masivamente, acudiendo a las urnas y votando sí a esa “autonomía de primera”, dando por buena la farsa del Sistema. Aquel referéndum no fue la consecuencia del ejercicio de su libre voluntad, sino la de una respuesta condicionada por el embaucamiento al que se le condujo. De ahí el que fuese tan rápidamente mitificado por el Régimen, convirtiendo aquel 28 de febrero, a partir del año siguiente, en el Día de Andalucía, en sustitución del 4 de diciembre, que lo había sido hasta entonces. A partir de aquel año, el Sistema se apresuró a aportar los fondos presupuestarios para potenciar las celebraciones del 28 de febrero y acabar por inanición con el 4 de diciembre. El régimen tenía claro que las dos fechas respondían a simbologías contrapuestas. El 4-D el de la Andalucía que se rebela. Un pueblo en pie, que sale a la calle y lucha, asumiendo su protagonismo y actuando espontánea y directamente. El 28-F una Andalucía “reconducida”. Un pueblo pasivo y conformista que asume con “madurez” que otros actúen y decidan por él.
Hoy como entonces, el ensueño acerca de la existencia de democracia y autonomía no sólo lo mantiene el Régimen, también el colaboracionismo de quienes participan del discurso oficial. Ha llegado la hora de plantar cara al Sistema. El Pueblo Trabajador Andaluz no se puede permitir ni un día más de parcheos reformistas y regionalistas. Treinta años son más que suficientes. Es el momento de iniciar un nuevo camino, que se oponga frontalmente al continuismo neo-franquista, a su pseudo-democracia, a su autonomismo de atrezo y su capitalismo salvaje. Ningún nacionalista coherente puede aceptar o defender un “marco constitucional” que ni reconoce ni permite reconocer a Andalucía como nación. Que ni devuelve ni permite la devolución de su soberanía a nuestro pueblo. Ningún revolucionario coherente puede aceptar o defender un “marco constitucional” que pone el Estado al servicio del Capital. Que consagra su dominio.
Ningún andaluz o ninguna andaluza con conciencia nacional y de clase, puede actuar normalmente en estas circunstancias, mediante una acción política institucionalizada. El Pueblo Trabajador Andaluz no tiene el problema de quienes le gobiernan o bajo que leyes, su problema es de falta de libertad, de carencia de control sobre sí, su trabajo y su tierra. Y nunca podrá producirse una transformación de esta realidad sin invertir la situación. Sin recuperar su soberanía nunca tendrá verdadera democracia, auténtica autonomía o economía social al servicio del pueblo. No habrá revolución democrática, ética, social, económica, agraria, ecológica, etc., sin revolución soberanista. Sin la soberanía careceremos del poder para ser nuestros dueños y determinar el futuro.
El 28-F sintetiza esta Andalucía, la maniatada por España y el Capital, mientras que el 4-D sintetiza esa Andalucía libre, en pie por su tierra y su libertad. Aquella por la que vivió y murió Blas Infante. Andalucía sólo tiene un día, el 4-D. En cambio el 28-F es el día del españolismo declarado o embozado, el día de la dependencia andaluza. Este 28-F no tenemos nada que celebrar y si todo por lo que levantarnos y seguir luchando.
¡Viva Andalucía libre y socialista!
Nación Andaluza – Comisión Permanente
Magnífico José Luis. Has conseguido que me sienta desafortunado por no haber nacido antes
Gracias José Luis