P36 Editorial.
15-01-2010.
La catástrofe que vive Haití apenas tiene precedentes: más de 100.000 muertos, la devastación física y de su débil economía… Todo en apenas un minuto, por un terremoto; una fatalidad de la naturaleza. O no. Hace año y medio se produjo un terremoto de las mismas características en Japón: 7 grados en la escala de Richter, con el epicentro a 10 kilómetros de profundidad. El resultado: 3 muertos y 100 heridos, y algún retraso en los trenes de alta velocidad. Son muchos los factores que pueden convertir un mismo fenómeno de un incidente a una tragedia. La pobreza es de lo más importantes: los ricos también lloran en las catástrofes, pero menos. Es fundamental por tanto una movilización de todos los países, de la sociedad global para paliar los daños, y poner las bases para evitar que el próximo terremoto se convierta en una nueva matanza.
Hasta aquí el análisis convencional. El mismo razonamiento que utilizamos con el Huracán Mitch o el tsunami en el Índico. Un espacio mediático saturado por tragedias, una emocionante muestra de solidaridad por millones de donantes anónimos y la movilización de algunos fondos y medios por EEUU, Europa, Japón… y ya está. Acción discrecional más o menos masiva, acompañada del inmovilismo político-institucional.
Sin embargo, no todas las tragedias son iguales. El 11-S, con 3.000 muertos, ha sido utilizado para justificar dos guerras, recortar las libertades y criminalizar la protesta (no hay más que ver lo sucedido en Copenhague hace un mes). Su impacto sobre la agenda política y las relaciones internacionales, sobre la legislación, sobre los presupuestos… ha sido evidente. El 11-S ha provocado acciones discrecionales, pero sobre todo, una auténtica revolución (o más bien reacción) política.
No se trata aquí de minimizar el peligro que pueda suponer Al-Qaeda, o de denunciar la hipocresía, o de lamentarnos de que la vida de los compatriotas “valga” mucho más que la de los extranjeros. Queremos llamar la atención sobre la imperiosa necesidad de reformular el concepto de seguridad. Igual que el 11-S hizo que la preocupación global por el armagedón nuclear pasara a un segundo o tercer plano (sin embargo, las armas siguen ahí), la situación del mundo hoy nos obliga a definir de nuevo un concepto de seguridad más realista e incluyente.
Las cosas dependen del color del cristal con el que se miran. Con el cristal de la seguridad del 11-S y la “guerra contra el terror”, vemos nuestra geopolítica. Donde la prioridad está en países como Afganistán, Pakistán o Yemen, pero no en sus gentes, sino en los hipotéticos nidos de talibanes; un mundo donde todos somos sospechosos (aunque, también aquí, unos más que otros) y que está dispuesto a gastarse más de 3 billones de dólares (billones europeos, es decir millones de millones) en la guerra de Irak (a lo que habría que sumar Afganistán), según la estimación realizada por el Nobel de Economía Joseph Stiglitz.
Si cambiamos de cristal hacia el sufrimiento humano, la injusticia y la insostenibilidad las luces de alarma se disparan. Globalmente, por un cambio climático de cuya solución estamos hoy, con Copenhague, más lejos que en 1997 con Kioto. Con puntos especialmente brillantes: Bangladesh, el Sahel africano, el Amazonas… Haití (antes y ahora). Mil millones de personas desnutridas, pandemia de SIDA en África, sociedades destrozadas por la polarización social y las desigualdades crecientes. Donde los capitales van de los países pobres y emergentes a los ricos, y no se alcanza ni un acuerdo de mínimos para combatir el cambio climático.
En definitiva: es necesario un cambio geopolítico. No por idealismo, sino por un puro ejercicio de verdadero realismo. El que sabe que la pobreza, la injusticia y el cambio climático son la principal causa de muerte en el planeta. Que la verdadera amenaza a la democracia no está en Al-Qaeda sino en la desconfianza y el miedo al otro. Que la subversión del estado de derecho es combatir el terrorismo a cañonazos, en lugar de utilizar la justicia internacional (como el TPI), la inteligencia y la construcción o reconstrucción de sociedades arrasadas. En definitiva, que la seguridad no es un concepto militar, sino que hoy más que nunca es sobre todo seguridad alimentaria, climática, social, cívica, personal…
Y que todo esto será papel mojado si hoy, estados y ciudadanos, abandonamos a Haití.