Si una deidad, para la que nuestros días fuesen minutos, observara el devenir de la ciudad vería un flujo regular y rítmico. Desde mucho antes de las ocho de la mañana gotas de humanidad se derraman por ascensores y escaleras, forman arroyos y torrenteras que se desvanecerán, más tarde, sobre los centros comerciales, las oficinas, los polígonos industriales, las escuelas o las universidades. Este fluir es la señal metafísica del tiempo; en la ciudad el reloj es clepsidra humana. Somos glóbulos en el aire de la ciudad, circulantes afanosos por sus venas y arterias. Animales enjaulados en los artefactos de motor que se amontonan sobre las horas punta. Caminantes lúdicos los domingos y festivos que buscan plazoletas y remansos. Vive la ciudad en el tiempo y la sangre que somos la modela al compás de bienios, lustros y decenios. Escultores y obreros de la contingencia urbana que habitamos y nos habita.
Hay barrios en la ciudad construidos tan despaciosamente que su belleza es obra de la melodía cotidiana. Hay barrios que surgieron en épocas en las que el hombre era la medida de todas las cosas y cogía solo lo que estaba al alcance de su mano, son obra de la necesidad. Hay barrios pensados por la razón, por sus intersecciones caminó la técnica, hubo un tiempo en el que el tranvía labraba sus escuadras. Hay barrios planificados por la ambición y construidos por la codicia, desde sus ventanas se alcanzan otras ventanas y en sus balcones se apilan macetas de tierra sin semillas. Hay barrios hechos por encargo para que el capital tenga allí su residencia. Hay barrios con viales y rotondas para que el automóvil no rechine en sus intersecciones. Hay barrios que destruyeron otros barrios, ninguna excavación futura descubrirá los vestigios. En todos ellos el tiempo sedimenta su pátina de antigüedad, de vejez sabia; así, los cincela y compone pétreas sinfonías. Existe la ciudad en el tiempo. Pero, ¿qué es el tiempo? Reflexionó San Agustín: “si no me lo preguntan, lo sé; si me lo preguntan, no lo sé”. ¿Será el tiempo una ficción desvanecida?, ¿un aliento tendido sobre la materia?, ¿un silencio industrial de cementera abandonada? No existe el tiempo sin lugares por los que el tiempo pasó. En la ciudad, hay un aroma de tiempo incrustado en sus calles, un sabor de tiempo en sus plazas, un rumor de tiempo que ulula por sus ríos.
Con los golpes de barrena en las entrañas de la ciudad, se oye el crepitar del tiempo; bullir de una ciega retahíla de topos que devoran lo que de original hay en sus órganos. Alguien impide que el tiempo haga su labor de orfebre. La grandilocuencia de los gobernantes ha cobrado el aspecto de un mástil de hierro con dos macetas colgantes: árboles futuribles; clónicos y veraces espantapájaros enclavados en las calles, metáforas de la artificiosidad que nos abruma. Los antiguos tilos y los plátanos centenarios ven como su espacio vital se ha convertido en arriate de artificiosa floresta. Sobre la cubierta de los aparcamientos subterráneos se ejecutan “no parques” de geométrica pureza. Son pequeñas cosas. La ciudad también se deshace con la férrica política de pilonas en aceras, de maceteros con flores fungibles, de dispensadores de agua tibia. Talando árboles, obstruyendo y reformando panorámicas. Escombro de alameda. Permitiendo que las motos incívicas invadan los espacios peatonales. Comprando ruidosas máquinas a gasoil para limpiar; eliminado escobas. Utilizando la ciudad histórica exclusivamente para el negocio turístico; convirtiéndola en centro hostelero de día y centro hotelero de noche. Despoblándola, con el sagaz mercadeo inmobiliario, de los habitantes que le dan su esencia. Ciudad para consumidores, contraria a la de los ciudadanos que fuera el germen del estado, de las leyes, de la democracia, de la ciudadanía. De la civilización.
espacio
tiempo
nosotros
= memoria colectiva
= ecoandalucismo
gracias mario
No sólo es de una belleza indudable, no sólo invita a la reflexión más profunda sobre la ciudad, no sólo es una denuncia elegante pero certera…Es todo eso y además, una forma de hacernos pensar en la ciudad habitable que deseamos. Gracias, por hacerme pensar en lo que quiero para mí, que es lo mismo que para el resto de urbanitas que comparten la ciudad que habito.
Mario, es precioso.