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Tigres de papel

 

Moncho Alpuente. Público. 11/11/12.– El periodismo impreso es un tigre de papel, raza en extinción que nunca fue tan peligrosa como la pintaban. La prensa de papel va perdiendo los papeles, las nuevas tecnologías implican siempre cambio de soportes pero ni el video mató a la estrella de la radio, ni el cine mató al teatro, ni Internet acabará con el periodismo escrito, aunque quizás acabe con los periodistas. ¿Se puede hacer periodismo sin periodistas?… No, pero lo están intentando. La Red habilitó a los lectores para ejercer el oficio, los receptores se convirtieron también en emisores en una deseable interacción, Internet dio voz al público para participar en el debate y en la generación de contenidos informativos. Pero tan loable invento tenía también su lado oscuro, el prestigio del nuevo medio propició la confusión del todo vale: “es cierto porque lo he leído en Internet”. La noticia y el bulo, la información y la opinión se entrelazaron, se mezclaron churras y merinas, calumniadores, manipuladores y falsos profetas hallaron un fecundo caldo de cultivo. Los periodistas profesionales se hicieron más necesarios que nunca para desbrozar y verificar, para discriminar y denunciar, para devolver la confianza a los lectores y seguir formando, informando y entreteniendo hasta que el ERE los separe de sus cometidos y la precarización de su trabajo les fuerce a la obediencia ciega y a la sumisión. Los nuevos periodistas no deben saber lo que es una claúsula de conciencia, ni un comité de redacción, ni un sueldo honorable, serán becarios a perpetuidad, rehenes de sus empleadores cuando desaparezcan los perros viejos del periodismo con sus colmillos retorcidos, sus derechos adquiridos y sus inconvenientes reivindicaciones.

En países en los que la libertad de expresión no existe, o está gravemente recortada, la voz de los blogueros abrió fronteras. Blogueras y blogueros, a veces con grave riesgo de sus vidas, se quitaron la mordaza y nos abrieron los ojos y los oídos, entre ellos figuran grandes profesionales y arriesgados amateurs que contribuyen a la globalización de las noticias. Las noticias locales se hacen universales, el flujo de información circula a través de las autopistas electrónicas, que son también vías de peaje, administradas por empresas de telefonía y multinacionales de la informática. La inmediatez de los medios digitales se impuso al ritmo lento de los diarios de papel. Hoy el periodismo se puede hacer, y casi siempre se hace, pisando la calle lo menos posible, delante de una pantalla, de un terminal en el que confluyen demasiados canales y en el que tienen preferencia las declaraciones institucionales, comunicados, ruedas de prensa (sin preguntas o con ellas), los comentarios de unos sobre las declaraciones de los otros. El periodista terminal permanece anclado en su silla anatómica 24 horas para seguir el ritmo vertiginoso de la Red que no deja tiempo, ni espacio, para la reflexión o la investigación. “Nada más viejo que un periódico de ayer”, rezaba un viejo axioma periodístico; nada más viejo que una noticia de hace media hora. La prensa de papel parece sentenciada y entre sus ejecutores se cuentan algunos de sus ejecutivos, periodistas que se hicieron empresarios y no volverán a ser periodistas.

El que un periódico pueda sobrevivir sólo con las aportaciones de sus lectores y suscriptores y los ingresos de la publicidad, ayer era una utopía y hoy una entelequia. No hay periódicos, sino grupos de comunicación: grandes empresas que buscan grandes negocios, concesiones y cotizaciones en bolsa, especulaciones y aventuras financieras, lobbys, grupos de influencia que buscan la connivencia con las instituciones y el apoyo de las corporaciones bancarias y financieras. La dependencia de la publicidad nunca fue una panacea. La Transición a la democracia en España creó periodistas, libres por fin para denunciar y criticar a los poderes fácticos, a los políticos y a los militares, al papa de Roma, a los reyes, a los ayatolás y a los tiranos, pero respetó forzosamente a sus grandes anunciantes. No hay que morder la mano que te da de comer si no quieres que deje de alimentarte y te abofetee en el rostro.

Malos tiempos para la ética, sustituida por la cosmética. La economía y la gastronomía, la moda y el diseño, la lencería y la coctelería se combinan en la prensa diaria, un cóctel indigesto, un brebaje amargo edulcorado por glamourosos y superfluos aditivos. Las buenas noticias no suelen ser noticia pero la sobredosis cotidiana de malas noticias que ofrecen los periódicos aleja a los lectores de los kioscos, convertidos en bazares, y retrae también el consumo de papel prensa. Sólo sobreviven las autodenominadas revistas del corazón, pasto para analfabetos tecnológicos desconectados. Perseverantemente enfermo, el periodismo se resiste a firmar su acta de defunción. Seguiremos informando.

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