Rafa Rodríguez
Una de las funcionalidades de P36 es ofrecer una propuesta de lectura más global de la realidad social dado que la información y los análisis que se realizan desde las “fuentes oficiales” suelen estar muy descontextualizados y parcelados, es decir presentan los fenómenos aislados (crisis financiera, política, ambiental, etc.) y buscan sus causas exclusivamente en sus lógicas internas y no en sus interacciones con los otros fenómenos. Posiblemente una de sus motivaciones, además de la manipulación intencionada que siempre supone hurtar la visión global, está en la lucha ideológica que durante los últimos cuarenta años la derecha ha desarrollado contra las concepciones materialistas de la realidad hasta el punto que ha conseguido que “el principio de realidad” haya sido sustituido por todo tipo de visiones “idealistas” incluso en el seno de la izquierda (moralismo, voluntarismo, explicaciones personalistas, etc.).
El dominio del idealismo en la opinión pública era y es clave para la dominación en este periodo que se corresponde con la gestación, consolidación y crisis de la globalización, es decir con la fase del capitalismo en la que la hegemonía del capital industrial (donde “la oferta creaba su propia demanda” y en el que la deuda social que implica la creación del dinero se generaba directamente o era controlado por los estados), ha sido sustituido por la hegemonía del capital financiero (en el que la demanda ficticia genera su propia oferta implementada mediante deuda “social” creada directamente por los mercados a través de instrumentos financieros, sin control alguno de los estados, por la desregulación financiera y por la conexión con el sistema monetario del dólar basado en la complicidad entre la FED – la reserva federal americana que es la emisora pública del dólar como “patrón” monetario internacional – con Wall Street, como centro financiero privado mundial).
Por lo tanto, para esta fase de dominación del capitalismo, ha sido y es vital la sustitución de la realidad por la apariencia de realidad porque ha invertido las propias estructuras en las que tradicionalmente se basaba éste: de la fortaleza de la industria (más relacionado con la microeconómica) que fabrica bienes en marcos estatales, ha pasado a un sistema donde la realidad dominante es el mercado financiero (más relacionado con la macroeconómica) que “fabricaba títulos de deuda” en un marco global.
Esta transformación no sólo es producto de la lógica evolución del sistema sino que ha sido acompañada por la decisión política – estratégica, liderada por EE.UU a finales de los años sesenta y principio de los años setenta, como respuesta a cuatro factores muy interrelacionados que amenazaban la viabilidad del capitalismo: a) la oleada antiautoritaria de finales de los años sesenta; b) la posibilidad de reforma del bloque socialista; c) la percepción de los límites ecológicos del desarrollo, d) y la caída de la tasa de ganancia del capital industrial.
Crear un imaginario colectivo acorde a esta nueva estrategia de dominación era imprescindible dado que el peso de la dinámica económica recaía ahora, en un giro copernicano, sobre la demanda. El gran instrumento para esta mutación cognitiva y axiológica ha sido el lograr convertir los valores del mercado en un arma de destrucción masiva de los valores comunitarios. Marx decía que la comunidad terminaba donde empezaba la mercancía y ellos lo han tomado al pié de la letra. La comunidad como estructura relacional no es solo el motor que genera la cultura y el abrigo de la persona anónima, y por lo tanto la base material de la democracia, sino la caja que guarda el principio de realidad, la que conecta a la sociedad con la naturaleza y el tiempo.
Para ello han manipulado sistemáticamente los instintos evolutivos invirtiendo el sentido de la ética de la libración que impulsaron las revueltas antiautortarias y contraculturales iconizadas en el mayo del 68 (lo que les aterrorizó en un principio), hasta convertirla en motor de los deseos consumistas; la ficción del individualismo ha servido para ocultar la realidad de lo colectivo; han logrado el dominio de la imagen sobre el discurso, de la sentimentalidad colectiva sobre la razón pública, de lo efímero sobre lo duradero, de la hiperrealidad sobre la realidad.
Pero esta estrategia solo ha triunfado en su capacidad de aniquilar la competencia del bloque socialista ya sea por destrucción (la URSS) ya sea por asimilación (China) y en encauzar la resistencia al sistema. Por el contrario ha conducido a un agravamiento de las contradicciones entre el desarrollo económico y los límites biofísicos del planeta y a una hiperproducción y la crisis está provocando un empobrecimiento generalizado mundial y a un aumento exponencial de la desigualdad al concentrar la riqueza en manos de una casta global (esta si es de verdad una casta) desestructurando la clase media y arrojando a la marginalidad a amplios sectores sociales y nacionales. La consecuencia política evidente es que está minando la base del consenso que había sido capaz de generar y por lo tanto poniendo en peligro a la propia democracia.
Esta transformación histórica del capitalismo ha significado una ruptura del equilibrio de las relaciones de poder del sistema creado después de la segunda guerra mundial. El dominio de la realidad política global sobre la de los marcos estatales en los que se asentaban los consensos sociales no es sólo una cuestión de ámbitos territoriales sino sobre todo de planos de dominación. El estado nación ha dejado de tener funcionalidad porque ya ni es estado (no controla los flujos monetarios) ni es nación (no genera comunidad). La resistencia frente a la crisis necesita marcos ajustados a la nueva realidad social: estructuras estatales más amplias, para hacer frente al poder financiero global, y estructurales sociales ligadas a las realidades comunitarias que se enraícen en el territorio y en la cultura frente a los valores extraeconómicos de los mercados. El nuevo consenso social (si se alcanza) requerirá múltiples registros por lo que la democracia esta hoy íntimamente ligada al principio federal.
Las ideologías tradicionales que han representado a la izquierda (socialdemocracia) y a la derecha (liberalismo) después de la segunda guerra mundial están obsoletas porque han sido instrumentos para gestionar una realidad que ya no existe excepto en su inercia. Siguen aferradas a los marcos estatales como realidades autosuficientes, y no han asumido el cambio que implica pasar de generar consensos en la abundancia (aunque haya sido ficticia) a generar consensos en la escasez. Están contaminadas gravemente del hiperrealismo y por eso no han visto la naturaleza de esta crisis aferrándose a que pronto todo volverá a la normalidad “porque siempre ha sido así” en vez proponer un proyecto de transición para una nueva época porque no hay vuelta atrás posible. Esta desconexión entre ideologías e intereses sociales está provocando que los mercados no confíen en la gestión que realicen los gobiernos de derechas, como es el caso de España, aunque no le expliciten públicamente, y que la socialdemocracia o intenta transformarse (como en Francia) o se hunde (como en Grecia o España) porque también ha frustrado la confianza del electorado de izquierda.
Pero la consecuencia más grave de la crisis de la globalización es la destrucción fáctica de toda la institucionalidad internacional justamente cuando el marco de resolución más eficiente de los conflictos es un marco global. La crisis ecológica y la crisis financiera como exponentes dominantes de la problemática mundial deberían ser abordadas desde consensos mundiales pero la alternativa “competitiva” se ha impuesto sobre la alternativa “cooperativa” en una demostración más de que el poder enloquece en el sentido de que desestructura el instinto colectivo de supervivencia.
Han llegado tan lejos en su estrategia que no hay perspectiva de que el conjunto internacional de estados vaya a ser capaz de poner en pie un nuevo sistema financiero mundial que sustituta al aniquilado sistema de Breton Wood ni que el intento de racionalizar la crisis ecológica que tuvo lugar con los acuerdos de Kyoto vaya a renacer. La ONU está desaparecida y los intentos oligárquicos de los sucesivos G, hasta llegar al G20, frustrados. Precisamente la carencia de una institucionalidad global efectiva condiciona por completo las posibilidades, y por lo tanto el diseño, para una nueva institucionalidad democrática frente a la crisis.
Así que la primera conclusión para construir una alternativa de salida a la crisis es que nos enfrentamos ante un contexto internacional adverso y con un sistema institucional global inútil para encauzar las dinámicas destructivas que ha generado la globalización capitalista.