Esteban de Manuel Jerez
Nos sobrecogieron las noticias del pavoroso incendio del pinar dunar de Doñana iniciado en Moguer. La reciente tragedia vivida en Portugal sobrevoló sobre nuestras cabezas cuando dos mil personas tuvieron que ser desalojadas y otras cincuenta mil quedaron aisladas en Matalascañas. La tragedia humana se evitó, afortunadamente. Pero un trozo del alma de muchos andaluces nos ha sido arrebatada por las llamas. Mientras seguimos pendientes de los resultados de las investigaciones que determinen la causa, accidental o deliberada, ha sido inevitable que nos hiciéramos preguntas en torno al conflicto de intereses que amenazan el parque. Junto a ellas otras como las siguientes: ¿Por qué últimamente los incendios parecen ser cada vez más abundantes, imprevisibles en su desarrollo y devastadores?¿Qué podemos hacer para reducir el riesgo y las amenazas a las que nos enfrentamos en Doñana?
Ojalá este incendio, tenga el suficiente impacto simbólico como para suponer un antes y un después, como para hacernos pensar y reaccionar antes de que sea demasiado tarde. Nos jugamos mucho más de lo que pensamos. Doñana es una de las joyas naturales de la humanidad y está en riesgo.
¿Cuáles son sus principales amenazas? ¿Qué tienen en común? ¿Qué podemos hacer para evitarlas? En los últimos años dos son las amenazas que más han captado nuestra atención. Por una parte, el proyecto de Gas Natural de convertir su entorno en un depósito de gas. Por otra el conflicto por el agua, con dos frentes, la amenaza del proyecto de Dragado en Profundidad del Guadalquivir, impulsado por el Puerto de Sevilla, que podría suponer el golpe de gracia a la vitalidad del Guadalquivir, y la expansión de la agricultura intensiva de la fresa y otras frutas rojas que está agotando el acuífero. Históricamente Doñana ha sufrido una sobreexplotación turística y urbanística, muy demandante igualmente de agua. Y no se nos borra de la memoria el golpe asestado por la rotura de la balsa minera de Aznalcollar, menos aún ahora que la Junta de Andalucía ha vuelto a autorizar la reanudación de las actividades sin que los responsables hayan asumido el menor coste por el daño que produjeron. Sin agua, de calidad, Doñana se muere. Pero nos sobrevuela otra amenaza aún mayor sobre la que no reparamos tanto: el avance del cambio climático por el calentamiento global que amenaza a toda Andalucía y particularmente a Doñana.
¿Qué tienen en común estas amenazas? El ánimo de lucro como valor máximo a proteger, propio del estadio civilizatorio en el que nos encontramos. La naturaleza extractiva de la economía en torno a Doñana: se extrae su agua como si nunca se fuera a acabar. Se la ha considerado un solar urbanizable. Se la considera un depósito de gas con el aval del expresidente del Gobierno. Se la convirtió en vertedero de residuos mineros.
Agua, tierra y energía
Una civilización que ha perdido la conciencia de que sin equilibrio entre hombre y naturaleza perdemos la base de la vida humana está condenada. O la superamos o sucumbiremos con ella. Agua, tierra y energía, tres recursos básicos para soportar la economía, acechan Doñana, símbolo en Andalucía de las amenazas del ser humano sobre la naturaleza. Y a estas amenazas se suma progresivamente, adquiriendo protagonismo por momentos, la acumulación de las olas de calor que incrementa el riesgo de incendios y su peligrosidad, la disminución de las precipitaciones que alimentan nuestros acuíferos, el avance de la desertización.
Si viviéramos, como nos gusta presumir, en la sociedad del conocimiento, escucharíamos las voces de alerta de los científicos. En lugar de ello, las autoridades que velan por la protección del ánimo de lucro las acallan. Lo han intentado con el informe Losada sobre las consecuencias para el Guadalquivir del Dragado. Y lo hemos visto con el injustificable e ilegítimo cese del director de la Estación Biológica de Doñana, Juanjo Negro, cuya voz estorbaba a los intereses económicos que protege el Gobierno del Estado.
¿Qué podemos hacer para evitar estos riesgos y amenazas? Hoy sabemos todo sobre el desequilibrio entre economía y naturaleza, entre sociedad y naturaleza. Sabemos que vivimos por encima de los límites en un planeta finito. Y empezamos a percibir sus consecuencias en el dramático e imprevisible avance del cambio climático y en el agotamiento de recursos esenciales para la economía: gas, petróleo y carbón (cuya quema es causa principal del cambio climático), reducción cuantitativa y cualitativa del agua dulce disponible, deforestación, extinción masiva de especies, agotamiento de la pesca, de minerales estratégicos, …
Pero sobre todo, percibimos una absoluta ausencia de voluntad política para corregir dichos desequilibrios. Cierto que hemos suscrito el acuerdo de París de lucha contra el Cambio Climático. Cierto que en 2015 los Jefes de Estado suscribieron los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Pero igualmente cierto es que son acuerdos no vinculantes y que se pueden romper de forma ruidosa, como ha hecho Trump, o incumplirlos de forma silenciosa, como le gusta a Rajoy. Los únicos acuerdos que importa cumplir, y que acarrean costosas sanciones si no se cumplen, son los que protegen los negocios, el ánimo de lucro: los tratados comerciales como el CETA y toda su parentela. Aunque impidan tomar medidas para proteger el clima, la naturaleza o los derechos sociales cuando entran en conflicto con los negocios.
En caso de conflicto de intereses prevalece la defensa del ánimo de lucro, al que cínicamente llaman libre comercio. El lenguaje una vez más es un indicador que no falla. Tomar medidas para proteger la vida y los derechos es proteccionismo, es negativo. Proteger el ánimo de lucro es proteger la libertad, es positivo. Pensamiento ciego que nos lleva al desastre. Como dice Naomi Klein, es el capitalismo el que trabaja incansablemente contra el clima y contra las bases de la vida. Sin embargo, lo que hoy sabemos, “Lo cambia todo”.
Afortunadamente el ánimo de lucro no es la única motivación del ser humano y Doñana tiene muchos amigos. Quiero terminar centrando la atención en los héroes, en la escasamente visibilizada capacidad del ser humano para dar lo mejor de sí. Es reconocer como se merece a quiénes han trabajado incansablemente para apagar el fuego. A esos bomberos forestales que en mayo exhibían sus armas contra el fuego exigiendo unos derechos laborales que la Junta de Andalucía les escatima. A esos agricultores que han sacado sus tractores y los han metido en el pinar para cortar el avance del fuego. A los científicos que anteponen la verdad a los intereses económicos. A esos trabajadores que en invierno hicieron su trabajo de limpieza y desbroce del pinar. A esos voluntarios de WWF, entre los que por cierto estuvo mi hijo Guillermo, que organizan campañas de reforestación. Tras el incendio demos una lección. Organicemos una replantación masiva del bosque quemado para devolverlo lo antes posible a su estado original. Y abramos un debate serio y profundo sobre qué tenemos que cambiar para detener el cambio climático.
Publicado en eldiario.es (17 de junio de 2017)