Jordi Gracia. Babelia. 25/04/2011.
Es imposible no quedar seducido por un libro tan vivo como este. Recoge las notas de diario y fragmentos de cartas reales de un muchacho catalán, de Reus, en torno a la experiencia de casi dos años de guerra en Marruecos después del Desastre de Annual, es decir, entre 1921 y 1922. No vale solo como documento de una peripecia salvaje, sino que, como apunta bien Ignacio Martínez de Pisón en el prólogo, comparte un valor equivalente a Imán, de Sender, o La forja de un rebelde, de Barea. Prous i Vila murió en su exilio de Perpiñán en 1978 y, fuera de Reus, nadie se acordó de él hasta ahora, quizá porque este libro se publicaba en las vísperas de la Guerra Civil, en 1936, y porque su autor se declara partidario de una «federación de pueblos ibéricos» sin rebajar su catalanismo, su republicanismo y su repudio por el engrudo de intereses económicos y mentiras patrióticas que animaron aquella guerra (y condujo a los 20.000 muertos que censa hacia el final).
Cuatro gotas de sangre. Diario de un catalán en Marruecos
Josep Maria Prous i Vila
Traducción de Dánae Barral Hortet
Barril & Barral. Barcelona, 2011
Pero no me extraña nada ese olvido porque es un libro letal: uno de los personajes más siniestros es una duquesa entre cuyos muchos encantos está ser guapa y tener «pose de santa» con ropa blanca de enfermera, pero es sobre todo la que mejor paga las cabezas de moros muertos, después de la reina, que es la primera. Y es que forma parte del ritual y la liturgia de la Legión ensartar en la bayoneta las cabezas de los moros, todavía tibias y chorreando sangre, «unas sin nariz, otras sin orejas», como si estuviesen adelantando algunas de las franquicias de violencia que la Guerra Civil iba a pasear por la Península. Sin poder saber que sería cierto, el autor conjetura más de una vez la presumible catástrofe de semejante barbarie dentro de España.
Pero no sería un buen libro de guerra si fuese un libro miope, y su virtud es exactamente la contraria: en la mochila ha cargado durante muchos meses dos tomos de los poemas de Joan Maragall y la traducción catalana de Las flores del mal de Baudelaire, pero sueña con releer el Zaratustra de Nietzsche mientras recibe cartas de su amigo Joan Salvat-Papasseit… Una imposible impasibilidad regula el relato, fresco, directo, ameno, matizado, de la vida cotidiana de la guerra, sin ecuanimidad y con veracidad para registrar la mugre que fue común y hemos olvidado ya (o endulzado con novelerías a la moda). El autor convive mal con la despótica imbecilidad de los mandos y con su cobardía, con sus negocios como motivación fuerte de la guerra. Y siente y explica la piedad por un pueblo atrapado en una guerra infernal, a pesar de que también saquen sus pesetas por la vía de prostituir a las moritas con sus madres como agentes comerciales (son auxiliares de las prostitutas titulares, que sobrellevan nada menos que el servicio a 10.000 soldados de cuota y sin cuota). Ironiza Prous: la sífilis «encaja, al parecer, en el programa introductor de la civilización en este país».
Peor seguro que lo que os va a encantar tras los tristementes célebres sucesos de Casas Viejas (hoy «Benalup de Sidonia»), es la evidencia periodística, recogida en las hemerotecas, acerca de como nos veían las autoridades después de esa guerra colonial.
Tras el genocidio de los jornaleros del Pueblo a sangre fría, la prensa llegó a decir textualmente: «(…)entraron como legionarios en un aduar del Rif». Es decir, ¡en los años treinta el mediodía peninsular se contemplaba aún como un apéndice de Africa y sus ciudadanos cual moros en tiempos de la Inquisición!
Por eso, somos muchos, cada vez más, los que CUANDO NOS HABLAN DE EXPAÑA…:
http://www.youtube.com/watch?v=S5OMqRBOdy4