Laura Frost|
Siempre he dicho que me enterrarán con las uñas pintadas y un Lucky Strike entre las manos. No pienso dejar de fumar y, mucho menos, de cuidar o cultivar determinados aspectos de mi feminidad que me hacen tremendamente feliz. Uy, sospecho que más de una está frunciendo el entrecejo. Sí, he dicho feminidad y no feminismo. ¿Van a empezar a caer chuzos de punta? Que lo hagan, para mí, una cosa no está reñida con la otra. Quizás dé para otra columnilla de opinión, pero no es de eso de lo que yo quería hablar hoy.
Andaba yo reflexionando, que ya sabéis que soy mucho de reflexionar, sobre lo que implica la militancia y hacer política. ¡Vaya! Otro tema estrella, ¿verdad? A mí me hacen gracia estas personas que dicen: “Yo paso de la política”, “Los políticos son todos iguales”, “Mismo perro, distinto collar”, “Yo es que no me creo ná”. Bueno, yo es que soy de pensar que todos hacemos política. Desde que ponemos en pie en el suelo en la mañana y elegimos sintonizar un tipo de dial en la radio y no otro, leemos un tipo de prensa y no otra, compramos un tipo de comida y en un tipo de establecimiento y no en otro, nos relacionamos con nuestros seres queridos de una manera y no de otra, construimos nuestras relaciones laborales de un modo y no de otra, o sencillamente, elegimos un producto no testado con animales para nuestro cuidado personal, estamos haciendo política.
El feminismo es política, ¿sabéis?, y también hay muchos modos de ser feminista. Eso es lo bueno de todo esto, la poliédria. Soy animalista, es sabido por todos. O eso creo. Pero también soy una gran amante de esa barra de labios Russian Red y de una buena manicura. Cuando tenía 22 años, estaba tomando café en la cafetería de mi facultad y un chico, uno de esos raros, vestido de negro, amante del rock sinfónico, Tom Waits y de Nietzche, me dijo: “Querida Laura, tú siempre serás una frívola adorable”. Vaya, han pasado los años, y en según qué cosas, parece que no he cambiado mucho.
Hace mucho tiempo que tomé la decisión de dejar de colaborar con algunos parámetros de este sistema, y la verdad, hace que me sienta mejor. Pero además es que soy una convencida de que en nuestras manos está la revolución de la vida cotidiana, que no es más que el caldo de cultivo de los grandes cambios. Modificar las estructuras desde golpes de efecto recreados o desde discursos oficiales y oficialistas, es una realidad, no está mal, pero no genera cambios reales. A la vista está de cómo se perpetúa el sistema. Los cambios provienen de la modificación en los hábitos y del pensamiento, ¿primero lo uno y luego lo otro? Quizás vayan unidos de la mano.
Creo que me estoy dispersando un poco, vamos a centrarnos en lo que yo quería decir. Yo es que quería hablar del respeto hacia los animales y esa feminidad que nos acontece. Me encanta maquillarme, ¿sabéis? Un poco de rímel en las pestañas, algo de rubor, unos labios bien pintados, y a la calle. Más feliz que una perdiz, y a sentirse bella. Pero, ¿es necesario que para que yo me sienta así haya que maltratar a otros seres vivos? ¿Son necesarios esas pruebas crueles en los ojos y pieles de animales para que yo me sienta complacida con mi autoestima? Redireccionemos, por favor. No, claro que no. Y es revolucionario y profundamente feminista, hacerse algunas de estas preguntas al respecto y actuar en consecuencia.
De todos es sabido que en la Unión Europea, la normativa prohíbe las pruebas en animales en cuestiones de cosmética. Entonces, todas felices y contentas, nos vamos a Mercadona, nos compramos un producto Deliplus la mar de barato y listos. Pero querida, sí, está prohibido en nuestro territorio, pero no en otros países, donde los laboratorios hacen pruebas, sobre todo para complacer a China, el titán asiático y sus leyes, que son de traca. Realizan las pruebas allí, luego le ponen el sello aquí, y todos muy felices.
Pues nos equivocamos, que lo sepáis, no somos conscientes de nuestro poder, ni de la capacidad que tenemos de generar cambios sustanciales desde los acontecimientos más nimios y cotidianos. ¿Qué pasaría si, de repente, todas empezáramos a no comprar ese tipo de productos y eligiéramos otros, de laboratorios alternativos a la farmacopea y los grandes holdings? ¿Qué ocurría si decidiéramos tener una sola barra de labios, una crema hidratante y un colorete, que no hace falta rellenar tres cajones en el mueble del cuarto de baño? ¿Qué pasaría si empezáramos a comprar en el herbolario de nuestro barrio, en tiendas responsables y pagáramos lo que de verdad vale un producto?
Pues que generaríamos un colapso, queridas. Así, de simple. Una masa social convencida y comprometida ideológicamente que no quiere pasar por ruedas de molino. Hábitos cotidianos que modifican estructuras. Libre mercado que empieza a hacerse preguntas y a generar respuestas. Ya decía Paulo Freire que la fuerza del opresor se encuentra en la conciencia del oprimido. Pues yo, por sentirme realzada en mi aspecto, no me considero menos consciente.
Que sí, que sí, que me vas a decir que todo esto de la barra de labios es una chorrada y que lo de la frivolidad que se lo cuentes a otra, pero, en serio. ¿Y si empezamos por ahí y luego nos planteamos cómo se consume y trata la carne? ¿Y las redes de arrastre? ¿Y los productos envasados? ¿Y las cadenas de supermercados con línea eco con productos del quinto pino o un poco más allá?
Yo creo en la revolución cotidiana, sin grandes aspavientos. Y amo a mis perros, también a los insectos. Creo en la militancia de las pequeñas cosas. Pero sobre todo creo en lo colectivo. No sé, de frívola a no frívola, y con los labios pintados (a no ser que me arranquen el carmín a besos que eso me gusta todavía más), te digo que tenemos más poder del que creemos tener, que somos más de las creemos ser y que nos reconocemos más de lo que tú te piensas.
Me siento animalista, y feminista, y también femenina. Y ahora me voy a pintar las uñas con mi laca no testada en animales, no vaya a ser que mañana tuvieran que enterarme. Y como bien dice mi querida Rocío Gallardo: “El glamour no hemos de perderlo ni bajo tierra, querida”. Pero vamos a cambiar las cosas, desde casa, desde nuestra maltrecha cuenta corriente. Tú verás como el capital se va a echar unas risas, luego, entrará en pánico. Y eso es lo que a nosotras nos interesa.
Y si encima de todo eso bebemos agua del grifo y no de botellas de plástico…ni te cuento!!