Esteban de Manuel.
Voy a proponer una reflexión en tres pasos para definir una estrategia que nos permita encontrar una salida ala crisis. Unasalida alternativa a la que nos están imponiendo desde los mercados, las instituciones financieras y Europa con la colaboración necesaria de nuestros gobiernos, el actual y el anterior. Una salida que nos permita profundizar la democracia y colocar las cosas en su sitio, la economía financiera al servicio de la economía productiva y esta al servicio del bien común, en equilibrio con la naturaleza.
En primer lugar, es preciso ser conscientes de que nos enfrentamos a una crisis más profunda, compleja y duradera de lo que el discurso político, económico y de los medios de comunicación nos permite vislumbrar: Nos enfrentamos a una crisis de civilización, de la civilización industrial. No es una crisis pasajera más del capitalismo. En los próximos años vamos a ir de crisis en crisis y tendremos que aprender a gestionarlas bien y anticiparnos si no queremos que la sociedad quede muy dañada y con ella las bases de nuestra convivencia. Necesitamos tener una comprensión adecuada de la crisis para poder enfrentarnos a ella actuando sobre sus verdaderas causas.
En segundo lugar, Necesitamos tener una visión del futuro al que nos queremos dirigir, a un futuro posible, a nuestro alcance. Necesitamos una utopía que guíe nuestros pasos, que nos permita andar con paso firme, tomar las decisiones que resuelvan las urgencias de hoy poniendo los cimientos del mañana. Esa utopía será la guía que nos permitirá empezar, ya, sin pérdida de tiempo, la gran transición hacia la sociedad del futuro que necesariamente deberá ser sostenible simultáneamente desde el punto de vista económico, social, político y ambiental.
En tercer lugar, el cambio de civilización sólo puede ir de abajo a arriba, de la sociedad al gobierno, y no al revés. La transición hacia una nueva civilización ya ha empezado, ya podemos reconocer sus semillas y sus brotes verdes. Pero siendo esto verdad, es necesario que nos demos cuenta de la importancia de que desde el parlamento y desde el gobierno de Andalucía se apoye esta transición. Necesitamos que desde el parlamento andaluz y desde el gobierno de Andalucía se impulse esta transición, se facilite la tarea de los pioneros que están hoy construyendo la civilización del mañana.
Partiendo de esta estructura me propongo fundamentar una estrategia para Andalucía que me propongo someter a debate, publicándolo en tres partes.
PARTE 1: Nos enfrentamos a una crisis de civilización
¿Por qué podemos hablar de que nos enfrentamos a una crisis de civilización? ¿Qué evidencias tenemos de ello?
Nos enfrentamos a una crisis de origen financiero derivada de las dinámicas especulativas en las que ha entrado la última fase del capitalismo, y que ha arrastrado y provocado la crisis de la economía real, de las empresas, por falta de financiación para sus actividades.
Los bancos iniciaron la crisis. Esto es algo que están empeñados en hacer olvidar (basta escuchar al inefable Botín), tanto ellos como los gobiernos y los medios de comunicación. Quieren hacernos creer que el origen de la crisis está en la sociedad, declarada culpable de vivir por encima de sus posibilidades, de tener un mercado de trabajo demasiado rígido, de tener una función pública derrochadora, un exceso de empleados públicos, una seguridad social insostenible, una mala gestión de los servicios de salud, educación, etc. ¿Tan poca memoria tenemos? Este disparate, esta interpretación disparatada de la crisis están logrando que sea aceptada sumisamente por millones de ciudadanos y ciudadanas que aceptan las duras medidas que están tomando (congelación de pensiones, recortes salariales y de derechos sociales y laborales) como la solución a nuestros problemas.
Esta crisis de actividad económica se ve reforzada y alimentada por una crisis de recursos energéticos y materiales. Nuestra economía industrial, capitalista o comunista, descansa sobre la hipótesis del crecimiento indefinido de la producción y tiende a la deslocalización de la producción buscando las ventajas comparativas de una mano de obra barata y sin derechos. Ambas tendencias, actuando simultáneamente, conllevan un incremento constante del consumo de energía, fundamentalmente derivadas del carbón, el petróleo, el gas y el uranio, tanto en la fabricación como en la distribución de los bienes producidos. Consumimos productos que vienen cada vez de más lejos, ensamblados en China y el sureste asiático en general, convertido en la fábrica del mundo. Y ese contínuo trasiego de contenedores, de bodegas de avión, de camiones y ferrocarriles es posible porque estamos consumiendo en muy poco tiempo (apenas tres siglos) las reservas energéticas acumuladas durante millones de años. El carbón, el petróleo y el gas que ha subvencionado la civilización industrial y ha permitido la enorme prosperidad de nuestras sociedades del norte están iniciando ya definitivamente su declive. También escasea el agua dulce, las materias primas estratégicas y se atisba escasez de alimentos, si para compensar la pérdida de petróleo se sigue incrementando la producción de biocombustibles en terrenos antes dedicados a la alimentación humana. De hecho ya hemos tenido ataques especulativos sobre el precio del petróleo y de los alimentos basados en la evidencia de su escasez futura. Ha empezado la cuenta atrás del agotamiento de nuestra base energética y material de la sociedad industrial. Ha empezado una época de creciente escasez. La oferta de energía convencional ya empieza a ser inferior a la demanda y con ello el incremento de los precios será imparable. Y con una energía cara, todo el entramado de la economía mundial se va a resentir. La crisis económica no ha hecho más que empezar, aunque no queramos ni oir, ni hablar de ello, si no cambiamos de vía.
Esta crisis de la economía real ha provocado a su vez una crisis social cuya peor expresión en Andalucía es el paro masivo. Paro que afecta a uno de cada tres andaluces y, lo que es peor, a uno de cada dos jóvenes. Y la OIT no parece encontrar solución pues ya anuncia que la de los jóvenes es la generación perdida. ¿Cómo se puede dar por perdida a una generación? ¿y cómo es posible que esta generación no se rebele? Pero esta crisis social lleva años manifestándose a nivel mundial a través de un incremento imparable de la desigualdad provocada por la dinámica del capitalismo internacional. Cuando viajo a Marruecos, Argentina o Uruguay para trabajar en proyectos de cooperación y les hablo de nuestra crisis siempre me dicen lo mismo, nosotros siempre vivimos en crisis. Y en cierta medida, la crisis social derivada de la crisis de la deuda externa, que golpeó a estos países en los años ochenta, tiene mucho en común con nuestra crisis de la deuda pública. Y las políticas que nos están aplicando, guiadas por el FMI, el BCE y la Unión Europea son similares a las que aplicaron a estos países: privatizaciones de empresas y servicios públicos (educación, salud, agua, energía, transporte,…) y recortes de políticas públicas (vivienda, educación, salud, protección social). Políticas que contribuyeron a empobrecer a estos países provocando un gran sufrimiento social, un incremento de la pobreza, un retroceso de una década en su desarrollo económico y social. Insisto, son las mismas políticas que nos están aplicando a nosotros ahora y que nos pueden hacer perder una década, retroceder más de una década en derechos sociales y económicos. Las consecuencias de esa crisis social se manifiestan de forma dramática en el hambre persistente para más de mil millones de seres humanos y en los movimientos migratorios desde el corazón de África hasta Europa, desde el sur hasta el Norte de América, buscando mejores condiciones de vida, con miles de vidas perdidas en el cruce del Estrecho y del Río Grande.
A esta crisis social se le añade una crisis ambiental, de la que ante la gravedad de la crisis económica y social no queremos oir hablar, aunque sea imposible encontrar una solución a ambas sin afrontar esta crisis que puede agravar aún más la situación. La crisis ambiental se manifiesta a través del cambio climático, la pérdida de un 40% de la biodiversidad y la superación ya hoy, en un 30%, de la capacidad de recuperación del planeta. El cambio climático nos afecta directamente en nuestra economía y lo va a hacer aún más, luego no es algo cuya solución podamos dejar para mañana. Nuestro clima se ha vuelto más seco, llueve menos, las sequías son y van a ser cada vez más frecuentes. Y nuestra principal fuente de riqueza es la agricultura, crecientemente dependiente del agua de regadío. Y está afectando a nuestras dehesas, una de nuestras principales fuentes de riqueza y ejemplo de explotación sostenible, amenazadas por la enfermedad de la seca. Además el cambio climático sabemos que está provocando el deshielo de los polos y con ello la subida del nivel del mar, lo cual afecta a nuestro turismo de sol y playa. Está claro que es un problema que nos afecta. Ciertamente no es un problema que estemos provocando sólo nosotros, pero tenemos que hacer nuestros deberes para poder exigir a los demás que hagan los suyos.
Pero hay una dimensión de la crisis particularmente preocupante. Todo lo anterior sólo se puede solucionar con una gran visión política y con políticas ambiciosas a la altura de los retos. Y frente a ello constatamos en cambio la crisis de la política para hacer frente a la situación. Crisis originada por la incapacidad demostrada por los partidos políticos tradicionales para prevenir, diagnosticar y actuar contra la crisis económica y financiera. Porque están aplicando políticas que son manifiestamente injustas, pues hacen pagar sus consecuencias sobre los trabajadores, los parados y los pensionistas y además son erróneas, sus soluciones no hacen más que agravar la crisis. Y esto ha lanzado a la ciudadanía a las calles y plazas el 15M y nos ha llevado a gritar que no, que no, que no nos representan, y que no hay pan, pa tanto chorizo. Y pese a ello nos siguen representando, por acción o por omisión, seguimos atrapados en el círculo vicioso formado por PSOE y PP, al tiempo que estos partidos representan los intereses de los bancos y las grandes empresas. El gobierno del PSOE no representó los intereses de los trabajadores pero tampoco lo hace el del PP. Ambos impulsaron reformas laborales en lugar de impulsar reformas financieras en serio, no la que ahora plantea el PP. Y ni uno ni otro representan los intereses de los autónomos y las pequeñas y medianas empresas. El sometimiento de la democracia ante los mercados financieros y su miedo a los ciudadanos, fue expresado en la conjura del PP y PSOE para evitar referéndum ante una reforma constitucional en España que nos ha ido impuesta y para evitar a toda costa que Grecia sometiera a Referéndum las nuevas medidas de ajuste que les imponen los bancos y, en su nombre,la Unión Europea.
Los ciudadanos nos hemos movilizado en las calles y plazas, hemos vuelto a hablar de política, pero aún no hemos sido capaces de transformar esto en un cambio del escenario político. Unos piensan que la situación no tiene reforma posible y que ante ello es mejor abstenerse de participar y esperar a que se den las condiciones para una revolución. Es la lógica de cuanto peor mejor que nosotros no compartimos. Cuanto peor, peor. Si la situación sigue empeorando la salida a la crisis puede no ser democrática, puede ser una vuelta a los totalitarismos fascistas o comunistas. Y eso ya lo conocemos y no lo queremos. Es peor que lo que hay. Otros optan por el voto en blanco o el voto nulo. Son legítimas opciones de protesta pero no generan alternativas, no aportan soluciones. Y perjudican a quiénes las estamos propiciando.
La solución desde nuestro punto de vista pasa por crear alternativas en un formato nuevo, haciendo política de otra forma, horizontal y participativa, tal y como demandamos en las calles y las plazas.
Concluyo esta primera parte señalando que se nos están encendiendo simultáneamente varias luces de alarma, y que todos los factores de la crisis están relacionados entre sí y se alimentan unos a otros para agravar la situación y dificultarnos la salida. Estamos ante un círculo vicioso que necesitamos romper.