Álvaro Arrans Almansa |
Hemos adoptado del Antiguo Egipto el hábito de contar en muros lo que hacemos para dejar constancia de ello, pero ahora lo llamamos “publicar”. La popularización de las redes sociales es uno de los grandes abanderamientos de la libertad de expresión de la sociedad occidental, pero como todo abanderamiento de sociedad capitalista ha acabado perdiendo su sentido, mutando hacia algo informe por haber perdido su rumbo (si es que alguna vez ha tenido alguna utilidad mínimamente trascendental). Pero esta revolucionaria forma de perpetuar la ya de por sí antirrevolucionaria sociedad no ha hecho más que digitalizar una serie de problemas sociales que han existido durante toda la historia de nuestro país, mucho más allá del clásico “rojos y azules” al que hoy se achacan directa o indirectamente los problemas de todo mal político, social y económico.
Las redes sociales, además de un completo entramado virtual destinado a compartir momentos especialmente felices del usuario, se han convertido en una auténtica herramienta política, eso sí, siempre de refuerzo de la propia ideología. Otro completo entramado de falacias, de cuya responsabilidad pende una lista concatenada de usuarios y medios de comunicación (y cuyo argumento legitimador, que sean aceptadas por un gran número de personas, es per se otra falacia), no hacen sino construir una visión absolutamente tendenciosa de la realidad y que convierte a quienes ven (o quieren ver) el mundo de tal sesgada guisa.
El perjuicio, por tanto, lo encontramos en primera instancia en el propio usuario alienado, cualesquiera que sean la ideología y religión que profese, pues es víctima del miedo que acarrea un constructo de realidad que poco tiene que ver con lo que esta ofrece en su día a día. El usuario en cuestión, arquetipo de alguno de sus conocidos, férreamente adherido a una ideología que roza lo dogmático en algunos aspectos, dilucida a su círculo próximo una serie de sucesos escogidos conscientemente cuyo significado unitario constituye una ferviente prueba de que su visión del mundo, la única verdadera, señala que la estabilidad de un determinado sector de la sociedad (o de la completa sociedad, en los casos más extremos) está gravemente amenazada si no se toman en consideración los hechos que él engloba como un arduo problema eclipsado por conspiraciones que atraviesan transversalmente todas las esferas sociales. Y lo más perjudicial es que la cadena continúa, tal y como enunciaba Merton hablando de líderes de opinión, pero aplicándose ahora su teoría al campo de las redes sociales, un fenómeno absolutamente impredecible en los tiempos del sociólogo estadounidense pero que, como he añadido al inicio de este texto, no hace más que trasladar al ámbito virtual un problema que ya existía en tiempos previos al éxito de Zuckerberg.
Pero tenemos que trasladarnos a otro nivel para encontrar el origen de este problema. La otra cara de la moneda de internet es la llegada al libertinaje deliberado, amparado en el buen nombre de la libertad. A sabiendas de que el periodismo académico no atraviesa ahora su mejor momento y refugiándose en la idea de que existe una conspiración de la cual forman parte los medios de comunicación, estamos siendo testigos de una llegada masiva de medios de noticias alojados en blogs de WordPress que no desvela la identidad de sus autores, su ubicación, ni, lo que es más grave, las fuentes de sus impactantes noticias. Asociar a miembros o simpatizantes de grupos políticos con organizaciones criminales o terroristas; mostrar a individuos (siempre anónimos) de grupos activistas radicalizados que traspasan la frontera de lo absurdo en su lucha por conseguir su objetivo o convertir en sectario (e islámico, en última instancia) todo movimiento no afín ideológicamente al autor de la noticia (que, con bastante frecuencia, suele ser un tal “Redacción”) son algunos de los recursos periodísticos usados por estos medios de comunicación que todos hemos encontrado alguna vez en alguna red social.
Orwell dejaba claro el concepto de periodismo delimitando a su vez el de relaciones públicas con el hecho de que este último solo publicaba aquello que todo el mundo quería que viese la luz. Es cierto que, según la definición del inglés, para ser imparciales los medios deberían ser como Primo de Rivera, ni de izquierdas ni de derechas, pero también es cierto que es imposible narrar un acontecimiento sin un mínimo sesgo ideológico.
Siempre, eso sí, empuñando el arma y a la par escudo de todo periodista: la fuente. Una de las premisas de la libertad que nos otorga esta nuestra democracia es la de ser críticos con todo el mundo que nos rodea y la ventana a él es el periodismo, por lo que para considerarnos ciudadanos informados quizá no sea tan importante saber en demasía de una determinada cuestión sino saber a ciencia cierta si lo que sabemos es verdad.
Foto: Alan Levine