Joan Herrera / El Parlament ha aprobado una petición para convocar un referéndum, para discutirlo, para negociarlo. Esto es lo que el Parlament de Catalunya aprobó en el día de ayer. Una proposición de ley para que el Congreso acoja una demanda, la de poder convocar una consulta, compartida por una amplísima mayoría en Catalunya. Una propuesta que se ubica en el marco de la legalidad, de la Constitución, entendiendo ley y Constitución como un marco que permite solventar una reivindicación democrática.
Dicha demanda conecta con la exigencia de mayor democracia, y la posibilidad de convocar una consulta pretende dar salida a un ‘ya basta’ muy transversal. Este sentimiento existe por el agotamiento del modelo constitucional y estatutario. Es cierto que la sentencia del Constitucional en torno a la sentencia se vio y se vivió en Catalunya como la incapacidad de ir federalizando España por la vía del acuerdo. De hecho la sentencia fue consecuencia de una aznaridad que acabó por fosilizar la Constitución, por hacer inasumible una de las realidades más plurinacionales de toda Europa.
Pero reducir lo que pasa en Catalunya a eso es demasiado simple. La petición de la consulta conecta con el sentimiento transversal que con la España que nos gobierna no hay nada que hacer. Así, la independencia va ganando adeptos no solo entre los que la quieren por motivos identitarios sino entre aquellos que la ven como el mal menor para deshacerse del PP, conectando con la necesidad de independizarse del PP. Me lo resumía en una conversación uno de mis amigos: «Sin ser independentista, no descarto la independencia porque con el PP es imposible». Es cierto, CiU no es muy diferente en lo económico. Y digamos que su parentesco con la corrupción puede llegar a ser similar. Pero en lo democrático no aparecen ni mucho menos de la misma manera.
¿Es este un sentimiento exclusivo de la sociedad catalana? Ni mucho menos. En la sociedad española hay muestras de un absoluto cansancio en lo que se refiere a una de las culturas políticas más casposas –como hemos visto en la ley del aborto– sumada a la decepción por una socialdemocracia muy poco innovadora en términos democráticos, absolutamente timorata en el debate nacional, y absolutamente claudicante en lo que se refiere al debate económico.
Es un sentimiento que conecta con el rechazo a un fin de régimen que se expresa no sólo por la fractura territorial, sino por la profunda crisis económica, social y democrática; con una recuperación económica que pasa por los beneficios de determinadas empresas y no por la mejora de la calidad de vida; por un modelo empresarial que socializa pérdidas después de privatizar ganancias; por las pérdida de credibilidad en torno a la jefatura del Estado.
En este calamitoso contexto, da la sensación, que en el conjunto de la sociedad española no hay suficientes fuerzas como para protagonizar el cambio de régimen. Este sentimiento no conecta con una expresión de ruptura, quizás porque en la sociedad española no existe una correlación de fuerzas que permita este escenario de ruptura. Mientras, en Catalunya se pretende protagonizar una ruptura con España, que tiene como dificultad la misma idiosincrasia catalana, una sociedad muy mezclada, en la que no es tan fácil construir una amplia mayoría de ruptura.
Si así están las cosas, por qué no conectar los sentimientos para hacer de la petición catalana una oportunidad para cambiar muchas más cosas. En Catalunya la petición de la consulta se utiliza como una cortina de humo para tapar todas las miserias de una política que ha hecho de la sociedad catalana un campo de pruebas donde empezar a privatizar después de haber liderado los recortes.
También es verdad que el PP va a utilizar el debate para disimular la dureza de sus políticas. Incluso puede acabar pasando que, debate nacional mediante unos y otros, tapen sus miserias en torno a los múltiples casos de corrupción que les salpican. Pero la demanda catalana se puede utilizar para eso, pero no es eso, ni tan solo principalmente. Es la expresión de una voluntad de ruptura, que conecta con la independencia porque no hay otra ruptura al alcance.
Pues bien. Lo que va a pasar en los próximos meses en términos políticos es sobradamente conocido. Negativa del PP. Seguidismo del PSOE. Y si no hay nada más, el camino que se irá trazando, que durará años, y que se irá configurando (si no lo está haciendo ya) será el de sociedades cada vez más de espaldas. Una sociedad, la catalana, sin voluntad de cambiar nada en España. Otra sociedad, la española, cada vez dejando más de lado lo que viene de Catalunya.
Por eso creo que es hora de ponerle al debate un toque de imprevisibilidad. De entender que lo que viene de Catalunya no es sólo una proposición de ley para que se ceda la competencia para convocar una consulta. Es un instrumento para hacer que la ola que llega desde Catalunya sirva, con otras energías, para hacer un planteamiento de nueva etapa, de nueva época, de cambio de régimen.
La propuesta que hago es sencilla. Es hora de conectar, y no solo desde Catalunya sino desde el resto del Estado, la petición de consulta con una propuesta de cambio de régimen para el conjunto del Estado. Podría verse esta petición no sólo como una proposición de ley para convocar un referéndum, sino como la expresión democrática, desde la cual empezar a cambiar las cosas.
Sin lugar a dudas es difícil, pero creo humildemente que es el único camino. En Catalunya corremos el riesgo lampedusiano –deseado por CiU– de hacer ver que queremos cambiar todo para al final no cambiar nada. En España, el riesgo de que no cambie nada –aspiración de muchos– por el miedo a romperlo todo. Quizá sea hora de empezar a romper esquemas, y entender desde la izquierda que en vez de negar la petición, o de hacer ver que esta no es nuestra guerra, sea hora de recoger el guante y hacer de una reivindicación en torno a la consulta, una oportunidad para proponer cambiarlo todo.