Si el mundo fuera bidimensional, plano, euclídeo, como una inmensa alfombra tirada en el suelo, ninguno de sus habitantes alcanzaría a verse la cara. Ni el cuerpo. Ni los pies. Sólo su sombra. Algo parecido ocurre con la política. Ha quedado reducida a un espacio horizontal donde sólo existe la izquierda y la derecha. No hay una tercera dimensión. Y si la hubiera, sólo veríamos su sombra.
En el libro dos del persuasivo cómic Berlín (Ciudad de Humo), Jason Lutes retrata con crudeza la sociedad alemana previa a las elecciones del 14 de septiembre de 1930. Putas. Libres y miserables. Músicos. Libres y miserables. Lujuria. Pobreza. Corrupción. Cocaína. Judíos. Periodistas. Políticos. Libres y miserables. La decadencia moral y económica redujo la esperanza política de la muchedumbre a una doble dimensión: comunistas o nazis. Extrema izquierda o extrema derecha. El Partido Comunista subió 23 escaños. El nacionalsocialista mucho más, convirtiéndose en la fuerza mayoritaria del Reichstag. Hitler había ganado las elecciones. El resto, las perdimos. Su primera medida diplomática consistió en pactar libre y miserablemente con quien sería su peor enemigo durante la segunda guerra mundial. Casualmente, la ciudad soviética que marcó su derrota final también llevaba el nombre de Stalin. Tras el libre y miserable reparto de Berlín, se levantó un muro para impedir que hermanos comunistas y no comunistas pudieran verse la cara. El cuerpo. Los pies. Sólo su sombra. Veinte años después de su feliz demolición, Berlín ha vuelto a ser bidimensional y el muro es una raya en el suelo. A miles de kilómetros de distancia, el nuevo Estado que ocuparon muchos de aquellos judíos masacrados por el nazismo levanta otro muro para no ver la cara a sus hermanos palestinos. Ni el cuerpo. Ni los pies. Sólo sus sombras.
En la Conferencia mundial sobre el cambio climático tampoco existe la tercera dimensión. Sólo Estados ecocidas a la izquierda y derecha del norte planetario que sobornan libre y miserablemente a las sombras de los Estados que ocupan el sur. China y Rusia concentran la mayor cantidad de emisiones contaminantes a la atmósfera. Les sigue el país de la esperanza en Obama. Y los dos extremos geográficos de este planeta bidimensional rechazan la propuesta mediadora de Europa. Para ellos no existe la tercera dimensión africana. Sólo índices de productividad, márgenes comerciales y bienestar para los suyos hasta las próximas elecciones. Y el chantaje: o los «emergentes» aceptan una reducción testimonial o no habrá pacto. Para no morir de asfixia, muchas de esas sombras africanas cruzan en patera la raya en el suelo que los separa de los Estados contaminantes. Y mueren ahogados. O se les expulsa.
La realidad política es terca: no existen dos dimensiones sino tres. Sólo que los humanos se están agusanando y no logran verla. Llegará el accidente de las elecciones municipales y votarán a la izquierda o a la derecha. Y los periódicos dirán, libre y miserablemente, que perdió la tercera dimensión. Esa que está habitada sólo por sombras.
Sí señor, y los poderes se están rebotando contra este espacio de pensamiento. pero os animo a seguir, sois un espacio de aire fresco: Antonio Manuel, Ángel, Curro, Mario, ….bien, bien, bien
¡Es verdad!
Comentaba Foucault que «nada es más inconsistente que un régimen político indiferente a la verdad, pero nada es más peligroso que un régimen político que pretende imponer la verdad». Es fundamental disipar las familiaridades admitidas, interrogar las aparentes evidencias de que no existe otro espacio ni pensamiento, cuestionar los hábitos y las maneras de hacer y pensar.
La tarea de decir la verdad es un trabajo sin fin. Es
urgente romper el silencio de la servidumbre.
Gracias por el continuo esfuerzo en (al menos) incomodar al poder, a los poderes.
Sebastián de la Obra