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Viaje a los pueblos con más pobres de España: nueve de los diez primeros son andaluces

Fuente : El Español.

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La vez que Laura se plantó delante del alcalde de su pueblo, Sanlúcar de Barrameda, y dio dos palmadas en el pecho del regidor, le preguntó mirándole a los ojos: “¿Tú tienes hijos? Los míos no tienen ni para comer”.

Los niños de Laura, que se llaman Jonathan e Inma, no tenían techo más que el de la casa que acababan de ocupar. Algunos días iban al colegio con los dedos por fuera de la puntera de los zapatos. En el estómago, medio vaso de leche y medio de agua. “Les mezclaba la leche con el agua para que me durara más”, dice su madre. “Supongo que ese día, hace unos tres años, mi alcalde entendió que aquí se pasa hambre”.

Laura es la imagen de la extrema pobreza en España. La Red Andaluza de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social (EAPN-A) publicó recientemente un informe denunciando que 1.075.000 andaluces viven con menos de 332 euros al mes.

Un dinero que hace imposible gastos corrientes y también los imprevistos. Está afectada un 12,8% de la población total de la región. ¿Cómo se paga así comida, ropa, calzado, facturas de luz y agua, alquiler o hipoteca? La respuesta es que no se puede.

Dicho documento, redactado por la consultora AIS Group en base a 1.300 indicadores de consumo, lo suscriben 49 entidades. Desde Cáritas hasta Acción contra el Hambre o La Obra Social de La Caixa. En él se detalla que nueve de las diez localidades españolas con mayor riesgo de que su población caiga en la extrema pobreza están en Andalucía.

Un reportero y un fotógrafo de EL ESPAÑOL realizan un viaje a las poblaciones señaladas. Tres están en la provincia de Cádiz (Chiclana de la Frontera, Sanlúcar y La Línea de la Concepción), otras tres en el cinturón urbano de Sevilla (Utrera, Alcalá de Guadaíra y Dos Hermanas), una en Jaén (Linares), y las otras dos son capitales, Córdoba y Almería. La única localidad que no tiene acento andaluz es Torrevieja, en Alicante. Este es el relato de una realidad que ya nadie parece mirar en la España que crece y genera empleo.

Laura: «Soy pobre de solemnidad»

(1) Sanlúcar de Barrameda Población: 67.500 habitantes. En riesgo de exclusión social: 40%

Bonanza, junto a Bajo de Guía, es el barrio marinero de Sanlúcar de Barrameda (Cádiz). Llegamos este lunes, tras partir en coche desde Sevilla. Cuando cae la tarde y el incansable sol de esta semana da un respiro, los vecinos de Bonanza salen a la calle para tomar el aire. Algunos se van a su playa, desde donde se ven la desembocadura del río Guadalquivir salpicada por pequeños barcos de pesca y, al otro lado, el coto de Doñana.

Entre tanta belleza paisajística emerge la realidad de un pueblo azotado por el paro y el narcotráfico, y que ocupa el primer lugar en el listado de localidades en riesgo de que sus vecinos sufran pobreza extrema.

“Yo no estoy en riesgo. Yo soy pobre de solemnidad”, dice Laura Espinosa, de 39 años. La mujer, pelo negro azabache y pupilas ensangrentadas por las lágrimas, vive en un conjunto de diez viviendas adosadas que ocuparon hace tres años otras tantas familias.

Ella reside aquí junto a sus dos hijos, Jonathan, de 13 años, y Laura, de 11. Los muebles son recogidos de la calle o se los han donado algunos conocidos. Los electrodomésticos, igual. Aquí no hay aires acondicionados ni videoconsolas. Las puertas y las ventanas se dejan abiertas para que corra el aire. Hace mucho que la nevera no se llena.

Hasta que se divorció, hace ahora nueve años, Laura vivía “muy bien”: buenos coches, cenas en restaurantes, caprichos por doquier… Pero la separación de su marido, con el que trabajaba en una correduría de seguros, le “cambió la vida”.

Su ex se desentendió del pago mensual de la manutención de sus hijos –“sólo me ha pagado alguna vez en todo este tiempo”, dice-, ella se quedó sin empleo y se instaló en una casa de alquiler junto a sus pequeños. “De la noche a la mañana todo se torció”.

Laura y sus dos hijos fueron de casa en casa dejando deudas al arrendatario. Ella vivía –y vive- de revender por la calle pescado, hortalizas, frutas… Unos días se ganaba 10 euros. Otros, 20. Hasta que hace tres años, “movida por la desesperación”, le dio una patada a la puerta de la casa en la que reside hoy. En ella no paga ni luz ni agua. “Si pago, no como. Ni yo ni mis hijos pequeños. Y ellos no tienen la culpa de nada. Si quiero que la Justicia no me los quite, tengo que darles un techo”.

Cuenta la mujer que en estos años sus hijos han ido al colegio con “los dedos fuera” porque no tenía dinero para comprarles unas zapatillas. O que por la mañana, para ir a clase, les ha mezclado más “de una, de dos y de diez veces” agua con leche para que ésta le durara más. O que muchas noches ella no cena para poder darle de comer a los niños.

“Cuando en la televisión echan ese anuncio de una abuela en la cocina llorando mientras su nieto cena, me veo a mí misma. Eso no es mentira. Eso pasa en muchas casas, pero los políticos no lo quieren ver”.

En los últimos tres años, Laura sólo ha trabajado tres meses. Su último contrato fue de barrendera para el ayuntamiento de su pueblo. Cobró 1.500 euros mensuales. En total, ganó 4.500 euros. El resto del tiempo no tuvo ningún ingreso, salvo lo que ella conseguía en la venta ilegal por las calles sanluqueñas.

Si esos 4.500 euros se dividen entre los 36 meses que suponen tres años, Laura disponía de 125 euros mensuales para ella y sus dos hijos. “¿Crees que con eso se puede subsistir? Te lo digo yo, no. Por eso te decía que soy pobre de solemnidad”.

A Laura ya le ha llegado más de una citación judicial para abandonar la casa que ha ocupado. Y eso la mantiene intranquila. De noche, cuando sus hijos duermen, ella llora.

Con lágrimas en los ojos y medio en penumbra, coge un boli, un folio en blanco y expresa sus sentimientos en forma de poemas. La letra de uno de ellos dice así: Perdida entre tinieblas, sola en el mundo me vi / Llena de angustia y temor, y sin saber a dónde ir / Cosa que ninguna madre abandona a los más queridos, ellos me dan la vida y por ellos sigo.

FERNANDO: «UN LUJO ES UN BOTE DE TOMATE PARA EL ARROZ A LA CUBANA»

(2) Alcalá de Guadaíra. 75.000 habitantes. En riesgo de exclusión social: 38,6%

(3) Utrera. 52.500 habitantes. En riesgo de exclusión social: 37,6%

(10) Dos Hermanas. 131.000 habitantes. En riesgo de exclusión social: 36,1%

En la periferia urbana de la capital andaluza se concentran tres de los pueblos que aparecen en el informe publicado por la Red Andaluza de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social. Se trata de Alcalá de Guadaíra (que ocupa el segundo puesto), Utrera (el tercero) y Dos Hermanas (el décimo). La más distante de Sevilla, Utrera, está a 37 kilómetros.

Las tres localidades se encuentran al sureste de Sevilla. Conforman el cinturón pobre que rodea a la capital hispalense. Al otro lado, en el oeste, están las localidades ricas, prósperas, más jóvenes y dinámicas, como Mairena del Aljarafe. En este otro, la sociedad es más envejecida, tiene una menor renta y el paro golpea con mayor dureza.

Las tres poblaciones forman un triángulo en el que residen casi 260.000habitantes y donde unas 98.000 personas viven en riesgo –o ya lo están- de tener que tratar de salir adelante con menos de 332 euros al mes.

Un día después de estar en Sanlúcar de Barrameda, volvemos hacia la provincia de Sevilla. De las tres localidades, elegimos Utrera, cuyo ratio de exclusión social se sitúa entre el de las otras dos poblaciones.

Una de las barriadas que peores condiciones socioeconómicas tiene es El Tinte. También se le conoce como Alcatraz por la dificultad de sus vecinos para salir de ella e instalarse en otro lugar. Se trata de una veintena de edificios antiguos con población envejecida, de escasa preparación académica y de bajos recursos.

Este martes, a mitad de tarde varios niños se bañaban en una piscina de plástico instalada entre dos fincas de pisos. Un hombre paseaba por la calle rebuscando chatarra entre la basura. Una mujer vendía melones debajo de una sombrilla. Un niño se comía un polo mientras otros dos le miraban. Son imágenes que pueden verse en cualquier punto de España. Sí. Pero en este barrio se repiten demasiado.

“Aquí hay gente con problemas muy serios. El contexto influye para que la zona no se desarrolle. Y si no se desarrolla, la gente no prospera. Es un bucle”, explica Inma Aguilar, trabajadora social del proyecto que La Caixa tiene en El Tinte. Se llama Caixa Proinfancia. “Tratamos de hacerles un poquito más sencilla la vida a los más pequeños”.

“En Alcatraz, pero de la parte buena”

En Alcatraz vive Fernando Garrido. Lo hace en una casa de protección oficial por la que no paga nada. “Pero en la parte buena de Alcatraz, ¡eh! Hay una peor aún”, dice con sorna. Tiene 41 años. Lleva trabajando desde los 16, pero en su vida laboral sólo aparecen seis cotizados porque muchas empresas no le daban de alta en la Seguridad Social.

En febrero, Fernando empezó a cobrar 426 euros de ayuda. Los tres años anteriores no tuvo ningún ingreso. “Cero”, dice. Él y sus dos hijos adolescentes –la madre se desentendió de ellos- vivían de las ayudas que le entregaban en Asuntos Sociales del Ayuntamiento de Utrera y de los alimentos de Cruz Roja.

Fernando tiene quemada la piel del cuerpo a causa de un incendio en el que se vio inmerso en la niñez. Ha trabajado como albañil o miembro de seguridad. “Durante tres años he estado yendo a un comedor social para restar una boca de mi casa y que mis hijos pudieran alimentarse con lo que a mí me entregaban. Ellos todavía desayunan en el colegio porque yo no puedo pagárselo”.

Con tristeza en la mirada, recuerda algunas cenas en las que engañaba a sus chicos. “Ahora no porque ya saben la situación en la que vivimos, pero cuando eran más pequeños de noche jugaba con ellos a que era todo un reto irse a la cama con una tostada de pan y aceite en el estómago”.

Un día, Fernando se dio cuenta de que no podía continuar yendo a aquel comedor social. Dice que se acostumbró a levantarse a la hora que le daba la gana porque sabía que no tenía trabajo. Iba a comer y se volvía a su casa. “Pero desperté y nunca más pise aquel sitio. Ahora vuelvo a ser yo”. Así, evitó que su problema se cronificase.

Ahora, Fernando busca trabajo desesperadamente. Sabe que es la única forma de que sus dos hijos sigan estudiando y logren “salir de esta barriada”. “Yo pude irme de Las Tres Mil Viviendas, donde nací [uno de los barrios más empobrecidos de Sevilla], y la vida me trajo aquí. Yo quiero que mis hijos dispongan de la oportunidad de tener un futuro mejor al mío”.

El hombre sabe lo que es vivir en la extrema pobreza. Para él, dice, “un lujo lujo lujo” es poder echarle un bote de tomate al arroz a la cubana.

Durante muchos meses Fernando ha vivido con cheques de 300 euros que le entregaban en Asuntos Sociales. “Como no sabía cuándo vendría otro cheque, ¡y si me lo daban!, yo intentaba hacer acopio de cosas imperecederas. Chícharos, garbanzos, lentejas, arroz…”

Antes de despedirse, Fernando dice: “Yo he vivido con menos de esos 332 euros que dices que marca la pobreza extrema en España, pero eso no es vivir. Es malvivir y pasar muchas penas”.

Y recuerda una vivencia que tiene marcada y que jamás olvidará. Fue cuando su hijo mayor fue a hacer una prueba a un equipo de fútbol. Como no tenía botas ni su padre podía costeárselas, se las tuvo que prestar un amigo. “Cuando llevaba un rato tuvo que salirse porque le quedaban chicas”. Ese es su adiós.

Darío, profesor: «El narco es hambre a largo plazo»

(4) La Línea de la Concepción. 63.500 habitantes. En riesgo de exclusión social: 37,6%

De nuevo en la provincia de Cádiz, esta vez llegamos a la conflictiva y depauperada La Línea de la Concepción. La ciudad se sitúa en la cuarta posición del informe sobre la pobreza extrema. Colindante a la vecina y rica Gibraltar, esta ciudad sufre desde hace años la violencia e inseguridadque acarrean el narcotráfico y el contrabando de tabaco. Esta situación se ha agravado en los últimos dos años.

Aquí, la economía está adulterada ya que el dinero negro fluye por las manos de una gran cantidad de gente. Pese a ello, se trata de una riqueza puntual, porque muchos de los que caen en el tráfico de drogas pasan por la cárcel, lo que conlleva estrecheces en sus familias y que de nuevo, una vez fuera, se vuelvan a ver abocados al narco para poder subsistir.

Darío Jorge López es profesor en un colegio de La Línea desde hace dos años y medio. En realidad, ha pedido que se le cambie el nombre para aparecer en el reportaje. Da clases a niños desde Primero de ESO, con 11 años, hasta alumnos de Formación Profesional Básica, con 22.

“En La Línea todo es engañoso. Un día ves a chavales con sudaderas de 1.000 euros y al mes te enteras de que su padre ha entrado en la cárcel y que apenas tiene para comer. Ese contraste existe aquí”.

Darío es coordinador de Pastoral en el colegio en el que trabaja. De ahí que a sus oídos lleguen casos de muchas familias en situación de pobreza aguda. “Hace poco hicimos una colecta de alimentos para la familia de uno de mis alumnos. Eran 11 en la casa y ninguno tenía ingresos. Literalmente, no tenían para comer”, cuenta.

¿Y cómo se hace para incentivar a los chicos para que estudien?, le pregunto. “Es complicadísimo inculcarles la cultura del esfuerzo cuando lo que ven en la calle es lo contrario. Dinero fácil y rápido. Ellos me dicen: ‘Mi padre gana en una noche mucho más que tú en un mes’. Y es cierto. Lo que no comprenden que eso se traduce en dinero a corto plazo y en hambre y pobreza a largo”.

Victoria: «Sólo saldré del agujero con un empleo»

(5) Córdoba. 327.500 habitantes. En riesgo de exclusión social: 37,2%

Cae un sol inclemente sobre Córdoba. Son cerca de las dos de la tarde cuando Victoria Cortés sube por las escaleras de su casa un carro de la compra lleno de comida fresca. Pescados, carnes, lácteos… En un descansillo ha dejado varias bolsas más. En alguna lleva ropa.

Todo se lo han entregado en el comedor social Los Trinitarios, que gestiona la Fundación Prolibertas. Desde hace dos semanas ella y sus tres hijos –el mayor tiene 11 años- son una de las 15 familias beneficiarias del centro.

La casa de Victoria tiene solo una silla. Y está rota. A sus 31 años y con tres bocas que alimentar, esta mujer menuda y chiquita se ha visto abocada a pedir ayuda a los servicios sociales del Ayuntamiento de Córdoba, que le han derivado a Los Trinitarios.

Victoria no tiene ningún ingreso. Ahora mismo depende de lo que le entreguen en el comedor social. Su último empleo fue de tres meses. Trabajó en los servicios de limpieza del Consistorio de su ciudad, que aparece como la quinta con mayor riesgo del país de que su población descienda a la exclusión social.

Durante los últimos seis meses ha cobrado los 426 euros de la ayuda social. Los dos años anteriores su cartera siempre estuvo vacía. Victoria vende ajos, calcetines y calzoncillos en las calles de Córdoba. Unos días gana diez euros. Otros, 15. “Pago 150 euros por el alquiler de esta casa, más la luz y el agua. Al final, para comer no tengo más de 200 o 300 euros al mes. Y en mi casa somos cuatro”.

Victoria no quiere ni oír hablar de su expareja, el padre de sus tres hijos. “Lo quiero lejos”, dice, y zanja el tema de conversación. “Lo he pasado muy mal. Dejémoslo ahí”.

La mujer sí cuenta que hay días en los que en su casa no hay zumos o leche para sus hijos. “Eso se me hace cuesta arriba porque no sé qué decirles”.

Victoria, en el fondo, es optimista, aunque reconoce que hay mañanas que el mero hecho de levantarse se le hace cuesta arriba. “Alguna vez sólo hay un plato de macarrones cosíos y un poquito de tomate.Pero otros días hay otras cosas y todo pinta diferente”.

La mujer no quiere mirar al futuro. Vive, dice, el día a día. “No puedo hacer otra cosa”. Ahora mismo Victoria se encuentra buscando un trabajo. Antaño se empleó como ayudante de cocina en un restaurante del centro. “Sólo saldré de este agujero cuando tenga un puesto en algún sitio”.

El comedor social Los Trinitarios, donde Victoria ha recogido la comida y la ropa, atendió en 2016 a 1.528 personas. El año que empezó la crisis, 2008, la cifra de beneficiarios era prácticamente la misma, 1.609. Sólo un año antes era de 783.

Eduardo García, responsable del centro, dice que el perfil de la persona que viene al comedor ha cambiado totalmente. “Antes la mayoría era de un perfil marginal. Ahora son familias y personas con vidas más normalizadas que no tienen para comer”. Y da otro dato. En 2008, los inmigrantes suponían un 70% de los beneficiarios, mientras que un 30% eran españoles. Ahora esa tendencia se ha revertido: un 60% son nacionales y un 40% extranjeros.

El Banco de Alimentos de Córdoba es uno de los abastecedores de Los Trinitarios. Ambos centros se encuentran a 750 metros de distancia el uno del otro. De las instalaciones del primero el año pasado salieron 6,5 millones de kilos de alimentos, casi dos millones más que en 2015. Su presidente, Carlos Eslava, dice que el “repunte de la economía, también en la ciudad, no se ha trasladado aún a las capas más desfavorecidas”.

Podemos: «Se ha tornado cotidiana la desigualdad»

(6) Chiclana de la Frontera. 83.000 habitantes. En riesgo de exclusión social: 36,7%

A finales del año pasado, Podemos solicitó al Ayuntamiento de Chiclana, la sexta población en el listado, un estudio para “evaluar de forma exhaustiva y completa las necesidades reales de la población más desfavorecida, y si estaban siendo o no cubiertas”.

En su petición al Consistorio local, el partido magenta decía: «Tenemos que poner en conocimiento de las instituciones, asociaciones y ciudadanía la realidad cotidiana que afecta a una parte importante de la población chiclanera, que se encuentra afectada por la amenaza de la exclusión social y con serios problemas para sobrellevar su día a día de forma digna”.

A juicio de esta formación política en Chiclana se han tornado cotidianos la desigualdad, la precariedad y que no se cubran los derechos más básicos.

Fran, Cruz Roja: «Hay muchos inmigrantes y muy pobres»

(7) Almería. 195.000 habitantes. En riesgo de exclusión social:36,7%

Almería aparece en el séptimo lugar de la lista de ciudades con mayor riesgo de pobreza extrema para su población. Junto a Córdoba, son las dos únicas capitales de provincia señaladas. Es la única que se encuadra en el oriente andaluz. Las restantes, salvo Linares (centro) aparecen en el occidente de la comunidad.

Pese a que se trata de una ciudad pequeña, hay varios “focos muy pobres” y “de miseria real”, denuncia Fran Vicente Ariza, responsable de Cruz Roja en Almería. Enumera tres: los barrios de La Chanca, Los Almendros y El Puche.

En la ciudad, cruz Roja atendió el año pasado a 60.000 personas. 9.000 de ellas eran inmigrantes que buscaron trabajo en los invernaderos cercanos y que ahora se han quedado sin empleo.

“Cuando cayó el sector de la construcción, muchos de esos empresarios del ladrillo volvieron a la agricultura, de donde habían salido”, explica Fran Vicente Ariza. Eso, añade, ha conllevado que los extranjeros tengan ahora menos mercado laboral a su alcance y sufran más la pérdida del empleo. “Hay un volumen muy grande de población inmigrante desfavorecida. Hay muchos y muy pobres”.

Josefa: «La ansiedad me come»

(9) Linares. 60.000 habitantes. En riesgo de exclusión social: 36,5%

En la casa de los Pérez Saavedra hace un calor que obliga a tener todas las ventanas abiertas. Y ni por esas uno nota alivio. Son las cuatro de la tarde y los termómetros marcan 40 grados. Hay un ventilador que desprende un aire seco e incómodo.

Josefa Saavedra da la comida a Carmen, de cinco años, que a veces se sienta encima de la mesa para notar el frescor de la madera en sus muslos ya que sólo viste unas bragas. Carmen es uno de los cuatro hijos que ha tenido con Antonio Pérez. La niña come un paquete de fideos chinos precocinados. Antes, la pareja ha almorzado unas patatas fritas medio quemadas.

Josefa tiene 33 años y pesa 45 kilos. Se toma un jarabe para engordar. “La ansiedad me come”, dice. Antonio tiene 26 años y se medica con un antidepresivo. “La ansiedad me come a mí también”. La razón: han de pasar cada día con los 10 o 20 euros que él consigue recogiendo chatarra. No tienen más ingresos. Y son seis en la casa. “A veces comes a mediodía pero no por la noche”, cuenta ella.

La pareja vivía de alquiler en una casa en la que a diario veían pasar por sus pies o sus cabezas hasta seis y siete ratas. La dejaron porque le debían 2.000 euros al casero. Ahora han ocupado una vivienda un par de calles más abajo, en la periferia de Linares. Esta localidad jienense aparece como la novena en el informe hecho público por la Red Andaluza de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social.

La casa no tiene grifos. Ni fregadero. Ni ducha. Tampoco cisterna. Las puertas carecen de marcos. En una pared del comedor hay una ventana a medio terminar. A través de ese hueco se ve a Josefa en la cocina limpiando los platos en varias ollas. “Verse con los pies en la calle es muy duro. A nosotros nos ayuda Cáritas con comida, el PP nos trajo alimentos una vez… Pero poco más”.

Ahora Josefa y Antonio deberán seguir viviendo con las rentas de la chatarra. Ella espera que él pueda ir a la próxima campaña de la fresa en Huelva. Pero aún deberá llegar el final del invierno que viene. “Mientras tanto, a sobrevivir”.

Fuente : El Español.

http://www.elespanol.com/reportajes/grandes-historias/20170617/224477958_0.html

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