Francisco Garrido.
El gran “invento” del neoliberalismo , en palabra cetera de A.Domenech, ha sido la separación entre salarios y demanda agregada de tal modo que se ha podido hacer retroceder los salarios sin por ello dejar de aumentar la demanda. Esta operación se ha realizado por medio de la deslocalización industrial, del crédito y del aumento de la deuda.. Este truco de mago grosero esta comenzando a dar signos de agotamiento pero entremedio se ha llevado por delante el pacto social keynesiano sobre el que se sustentaba el Welfare State.
El “consenso entrecruzado” entre sindicatos y patronal, entre trabajo y capital ( los salarios incrementan la demanda y la demanda incrementa los salarios) se ha roto y muy probamente ya no sea posible restaurarlo.: El capital aceptó, para evitar la revolución, la disminución de la plusvalía absoluta a cambio del aumento de la plusvalía relativa.. Las clases trabajadoras y sus organizaciones a cambio renunciaron a cualquier proyecto revolucionario. Este consenso a la fuerza se torno de manera inopinada e imprevista en una fabulosa maquinaria de producción y básicamente del consumo de masas.
Todo esto fue posible gracias a grandes cambios tecnológicos y a la expulsión hacia los países no desarrollados de tasas de plusvalía absoluta que antes se daban en el interior de los países industrializados. El precio de las materias primas y de la mano de obra de extracción de las mismas, permitían una situación de bonanza social en los países occidentales.
¿Qué fue lo que rompió el acuerdo? La globalización de materias y mano de obra extractiva se trasformo progresivamente en deslocalización industrial, donde debido a la automatización de los procesos industriales la mano de obra periférica dejaba de ser estrictamente extractiva para ser manufacturera: es lo que hemos llamado la deslocalización industrial. A este proceso contribuyó la búsqueda desesperada de incremento de la tasa de beneficio del capital occidental sometido al inexorable deterioro que describe la ley marxiana de la tendencia decreciente marginal de la tasa de beneficio. Este proceso condujo a una disminución de la pobreza mundial pero también a un aumento de la desigualdad y a un empobrecimiento relativo (salarios /PIB) de los trabajadores occidentales. Los efectos sobre el medio físico de este incremento de la extracción y del consumo de materias primas, han sido catastróficos: contaminación, agotamiento, cambio climático.
Como respuesta a esta situación de caída de los salarios occidentales surge el “invento” neoliberal de separar salarios y demanda por medio del crédito y el endeudamiento. Pero todo eso lo rompería la desigualdad creciente en occidente con una presión cada vez mayor sobre el factor trabajo y el aumento de los precios de las materias primas. ¿Implica esto que hay que decir un adiós definitivo al Welfare State? No, pues el Welfare State no sólo ha sido un “estado del consumo” sino también un “estado de los derechos“. Podemos reconstruir el “consenso entrecruzado” del Walfare State no sobre el crecimiento, como creen ingenuamente los neokeynesianos, sino sobre la justicia y la sostenibilidad. Los dilemas que se le plantea a la supervivencia del Walfare States son claros: ¿Consumo de masas o derechos públicos? ¿Globalización de los capitales o globalización de la democracia? ¿Crecimiento o igualdad? ¿Desigualdad o decrecimiento?
Que un nuevo pacto entre capital y trabajo sea posible es algo altamente discutible. Un socialismo de mercado eficiente, justo y sostenible sería la opción menos costosa ¿pero tal cosa es posible sin una ruptura con el capitalismo? Estoy convencido que no. Por tanto debemos preguntarnos la importancia que el Estado y los actores sociales (movimientos, partidos, sindicatos, empresas cooperativas, redes sociales, etc) deben tener en este cambio revolucionario que supone construir una sociedad más allá del capital. Por eso es tan peligrosa la criminalización del Estado efectuada por el neoliberalismo, y que han encontrado eco en las críticas artísticas de origen libertario. El Estado es el invento de tecnología social más eficiente y poderoso y el Estado democrático, y social el más justo; debilitarlo o renunciar a su uso y ocupación es un suicidio político para la izquierda que ha de pivotar la necesaria transición. El único futuro del “Estado de bienestar” es el “Estado de la justicia”. Cualquier otras perspectiva será una retroceso civilizatorio tan descomunal que Blade Runner será visto como el “caballero de la `piedad”.