Raúl Solís | Lo que han hecho con los periodistas de El País es una ejecución política. La sangre del delito es invisible pero la saña es manifiesta. El crimen no tendrá pena de cárcel porque quienes han disparado se apoderaron antes del poder legislativo. Han despedido a 120 periodistas que para sí los quisieran en cualquier otro diario. Despiden a los mejores, a los más críticos, a los más capaces, a los que cuestionan la injusticia y a quienes ayudan a sus lectores a abrir los ojos para ver la maldad de un sistema económico en el que con 50 años ya eres viejo para ejercer la profesión más bonita y revolucionaria del mundo.
Por las redes sociales, acabo de leer los mensajes de aliento y cariño que los periodistas no ejecutados envían a sus compañeros despedidos del periódico gracias al cual me enamoré de una profesión que se suicida sin remedio. Muchos de los 120 periodistas ejecutados, en la frialdad de un correo electrónico de un gélido sábado, han contribuido a la conformación de mi propia identidad. Sólo por eso ya los quiero, como uno quiere a los maestros que le ayudan a descubrir el mundo.
Ramón Lobo me ha contando los conflictos internacionales y los lazos que (des)unen el mundo desde mi adolescencia. Con él aprendí que la narrativa periodística no tiene por qué ir desprovista de la fuerza telúrica del lenguaje poético. Gracias a él puse rostro y alma a la mitad de la población malnutrida, perseguida, moribunda, sedienta o enclaustrada en un sistema que se jacta de crecer a costa de globalizar el terror.
Javier Valenzuela es otro de los maestros con los que me enamoré del Periodismo y del mundo árabe. Valenzuela, por sí sólo, sería un fichaje estrella en cualquier cabecera periodística que estuviera más interesada en extender los valores del periodismo que en jugar al bingo financiero que ha destrozado el periódico que contribuyó como nadie a la conquista de las libertades democráticas en España.
A El País también le sobra mi pueblo y sus periodistas. Isabel Pedrote o Lourdes Lucio han escrito en andaluz todo y cuanto ha sucedido en la vida política y social de Andalucía. Forman parte de la identidad de la izquierda andaluza y del plantel de maestros en las que cualquier aprendiz de periodista se ha fijado para aprender que la subjetividad se equilibra con la honestidad.
Los despiden por subjetivos, como siempre son los sujetos. El País prefiere la objetividad de los objetos que no denuncian las tropelías de un sistema económico despiadado. Capaz de tirar la profesión más bonita del mundo por los desagües de los parquets del casino financiero que nada saben de periodismo ni de seres humanos.
El periodismo libre es la esencia de la misma democracia. El ejercicio de la profesión periodística está incluido en el artículo 20 de la Constitución Española. Es un derecho fundamental tan protegido como el derecho de reunión, manifestación o libertad religiosa. El periodismo es un valor supremo que mide la calidad democrática de la sociedad en la que se ejerce.
El País hace tiempo que dejó de ser una empresa periodística. Desde que se sentaron en su consejo de redacción los consejos de administración del mundo financiero al que le estorban los profesionales que se resisten a que el periodismo sea utilizado para objetivos que nada tienen que ver con los valores del Periodismo.
El País se ha despedido esta tarde de 120 profesionales que me acercaron el mundo y provocaron que me enamorara de la profesión más bonita del mundo. Sus despedidas me saben a adioses sin vuelta. A un mundo que se cae para nunca regresar. A la decadencia ética de la infamia que nos gobierna. Sus mensajes de adiós son la crónica que informa de ellos, de nosotros y de un código político y económico al que le sobran los valores de la profesión más bonita del mundo.
Sencillo y emotivo homenaje, una verdad como un templo tus palabras.
Enhorabuena, Raúl Solís, te has convertido en la voz de mucha gente que coincidimos en tus sentimientos, y además con sentimiento y belleza.