Zapatero no estaba preparado para gestionar esta crisis. Su primer reflejo fue negarla. Cuando la evidencia ya se hizo completa entendió que se trataba de una crisis cíclica (cuando esta vez la crisis es diferente) y de forma poco rigurosa aplicó las recetas keynesianas, como es lógico en un socialdemócrata. En efecto, la socialdemocracia, a medida que iba interiorizando que el modelo capitalista era un modelo “natural” y por lo tanto definitivo, había ido sustituyendo su concepción marxista por la doctrina de Keynes entendiendo a éste como un reformista que interpretaba al capitalismo como un sistema imperfecto y que por tanto le daba un importante papel al estado como agente económico “subsidiario” cuando los mercados presentaban fallos en su funcionamiento, sobre todo de naturaleza cíclica, y como redistribuidor “secundario” de la renta.
Cuando la economía entra en una fase depresiva, la escuela keynesiana defiende que el estado debe adoptar medidas contracíclicas, es decir, inyectar renta en la economía privada mediante el incremento del gasto público (inversiones), de las transferencias sociales (por ejemplo, prestaciones a los parados) y mediante la reducción de los impuestos, admitiendo el déficit público (que se nivelaría en la fase alcista de la economía). Al implementar la demanda agregada subiría la producción y se reactivaría la economía creando nuevos empleos aún a pesar de elevar la inflación. Esto es lo que hizo Zapatero aprovechando además estas orientaciones para hacer electoralismo (supresión impuesto patrimonio, planes de empleo local, ayuda a la banca, etc.). En el año 2009 el déficit del estado alcanzo el 11,2% cuando en los años anteriores había habido superávit. Sin embargo el paro siguió creciendo (nótese que tampoco subió la inflación).
De nuevo volvió a inventar la realidad y vio brotes verdes en la economía y de nuevo la evidencia le obligó a cancelar ese mensaje. Pero además, los mercados financieros, aprovechando la debilidad institucional de la zona euro y el divorcio entre la moneda única (gobernada exclusivamente por el Banco Central Europeo) y las políticas fiscales (en manos de los estados) y el endeudamiento que había provocado el vertiginoso déficit español atacaron sin piedad a la deuda española haciendo subir su precio hasta un “spread” de 400 puntos básicos, durante este mes de agosto, con respecto al bono alemán a 10 años.
La situación se vuelve insostenible tanto económica como políticamente. El paro dobla la media europea y el estado ha perdido su margen de maniobra. Se suceden las derrotas electorales (europeas, locales, autonómicas) y Zapatero abandona la fe keynesiana, lo que implica por su hiperliderazgo que también la abandona en la práctica el PSOE.
En mayo del pasado año cede a las presiones “externas” (BCE, mercados financieros, FMI) y cambia su agenda política por la que le marcan Merkel y Sarkozy: reforma laboral, reforma de las pensiones, reforma de las cajas, etc. Esta dirección es la contraria de la keynesiana. Se trata de medidas procíclicas, de medidas de “austeridad” cuyo único fin es la disminución del déficit y la confianza en que los propios mercados corregirán la crisis, según la doctrina liberal. En efecto, la escuela liberal clásica defiende que sin intervención del estado, la propia brecha recesiva hará disminuir los costes laborales unitarios (salarios, cotizaciones y prestaciones sociales, etc.) reduciendo el nivel de precios y aumentando la producción y el empleo.
En su fe de converso liberal y en su frustración “keynesiana” Zapatero, en un alarde de arrogancia pretende constitucionalizar los contenidos de una escuela económica conservadora, modificando implícitamente el consenso que presidía la Constitución al considerar nuestro sistema económico como “economía social de mercado” y sustituirlo por una “economía liberal de mercado” en la que se ate al estado de pies y manos para que no pueda intervenir en la economía mediante política fiscales expansivas cuando el gobierno lo crea conveniente.
Por supuesto, la derecha está encantada. Es más, es posible que jamás haya aspirado a tanto. De una tacada, Zapatero está a punto de convertir a una doctrina económica particular de la derecha en doctrina de todos los españoles al constitucionalizarla; se ha responsabilizado del recorte de los derechos sociales y del “adelgazamiento del estado del bienestar” y ha oscurecido el liderazgo del nuevo candidato.
¿Pero hay más alternativas que la keynesiana y la liberal?